Son las antiguas cartas que pronuncian nombres
Olvidados los que condenan, al malhumorado
Humorista, al payaso que transita por el barro
Aquel a quien se le nubla la vista
Son los cierres metálicos, las persianas del armario
Las que cierran las cortinas, las vistas al relicario
De la estima, de la sangre en la cornisa, los sudarios
La mancha de tinta que salpica en la portada
De un anuncio de trabajo que te llama, que te quita
Las ganas de buscar y de emprender, de soltar
El lastre que te pesa y te retrepa por las escaleras
Son las tardes, las mañanas, las noches,
Las improvisaciones de unos ratos muertos que replican
Y terminan por juntarse entre mareos y sofocos
Entre lágrimas y lloros que no encuentran las salidas
Que no saben ni salir, ni brotar, ni estremecer
Con las desavenencias del conflicto apalabrado
Mártires de un compendio de pagados
Que invocan los sabidos que conocen las rutinas
Los apaños y el tormento de llegar a los finales
De un mes que se acelera entre pagos y más pagos
Son cuarenta los ladrones de las cuevas
Los soplidos que embelesan por unas horas
Mal pagadas entre abusos y conflictos
Las dolencias de un camino entre peñascos
Y agujeros que resbalan y te aprietan con la fuerza
De un perreo apaleado sin conciencia, sin vergüenza
Sin designio ni mesura en las costillas
En los talones, las rodillas y el anhelo
Son las tretas que preparan los agentes
Los paripés que flagelan al consciente
En la mitad de un mes sin solución, sin vida
Sin coraje ni codicia, en la cansina resistencia
De las frases comodines, los cerebros
Amilanados con caretas, las convexas cornamentas
De la bestia entre rastrojos
Alcemos los puños, las letras, las respuestas
La cabeza, el ansia, las ganas,
La bravura, la calumnia, la desidia
El control, los corrales y la porquería
Levantemos el puño bien alto pues el canto
Que Don Mario nos trajo entre tanto carruaje roto
Deba ser el preso, que se escape entre el augurio
Del mentiroso y las ansias del que grita
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