CAPÍTULO VII
La noche calló sobre Sadiagla, las
horas pasaron con la lentitud de la espera sin motivo. El frío septentrional se
coló entre los barrotes, inundando la salita de piedra, hasta bañar el cuerpo
inerte del preso, como una estatua que comienza a desquebrajarse, hasta
tiritar. Los labios amoratados temblaron al compás de unos ojos parpadeantes
que suplicaban entre rezos incoherentes y murmullos incomprensibles. La
oscuridad se adueñó de todo cuanto rodeaba y el olor a cuerda chamuscada de
vela se marchó largo rato atrás.
La puerta se abrió sin avisar, dos
guardias jóvenes, a los que Nauj solo conocía de vista, entraron. Uno de ellos,
un muchacho barbado que apenas tendría veinte años, tomó una llave y soltó la
cadena que apresaba al reo a la mesa. El otro, cogió una capucha que llevaba en
la mano y se la puso al tiempo que le levantaba de la silla.
-¿Qué
hacéis? ¿Dónde coño…? –salió de su ensimismamiento al recibir un golpe seco en
el estómago que le silenció.
Sin mediar palabra sujetaron al
preso asiéndole por las axilas hasta que pudo incorporarse. Con ligeros
empujones, le encaminaron por un pasillo de suelo de piedra similar al de la
sala en que acababa de pasar las últimas horas. La capucha le impidió ver por
donde caminaba y de cuando en cuando tropezaba con algún saliente, con lo que
los dos agentes tenían que auparle para que no callera al suelo.
-¿Dónde
me lleváis? –Preguntó aterrado -¿Y el sargento… por qué me cambiáis de sitio…?
-Calla
cabrón –respondió uno de los guaridas al tiempo que propinaba otro golpe, esta
vez en el costado.
-¿Pero
por qué? –Con el hálito entrecortado -¿No he hecho nada? –suplicó con las
lágrimas saltadas
-Que
te calles hostias- atajó la misma voz de antes mientras tiraba con brusquedad
al torcer el camino.
El estruendo de una cancela metálica
interrumpió los pasos. Unos ruedines oxidados chirriaron hasta topar con el
ruido sordo de la piedra con el metal y el olor a humedad se palpó en cada
respiración huidiza.
De un empujón introdujeron al
muchacho en una celda minúscula. Atemorizado y tembloroso quedó, todavía con el
morral en la cabeza, en mitad de aquel habitáculo. Abrazado asimismo agachó la
cabeza tratando de orientarse con lo poco que veía a sus pies. El suelo era una
losa negra con irregularidades que se clavaban en la planta de las alpargatas
de esparto. La penumbra, solo difuminada por el atisbo de claridad que entraba
a su espalda, arrinconó aún más a Nauj. Con un tirón liberaron su cabeza y la
puerta se cerró delante de él sin apenas tiempo de ver los rostros de sus
porteadores.
Tardó unos segundos en ser
consciente de la situación. El Enrejado de barrotes cilíndricos horizontales y
contiguos hacía de barrera que daba a un pasillo. A su derecha una cama de
tablones mohosos sin ninguna señal que adujera comodidad, en la esquina
opuesta, un agujero maloliente en el suelo y en lo alto, a su espalda otros
cuatro barrotes partían la uniformidad del muro de piedra a modo de tragaluz.
Titilante, se sentó en la cama;
palpó la fría madera y se agarró a ella con fuerza. Tras unos instantes de
desorientación se soltó de la estabilidad del catre y tras mirar al techo de la
jaula rompió a llorar, clamando al cielo por su sino.
-Hijo de puta, hijo de puta,
cabrón, desgraciado hijo de puta, en qué hora, en qué hora por Dios, -desató entre improperios e injurias contra
todo los divino y lo humano que le había llevado hasta esa celda pataleando y
golpeando las tablas que conformaban la cama en la que habría de descansar -¿Por
qué me haces esto, por qué? ¿Dios qué te he hecho yo? Esto no es justo, no es
justo –se repitió- no he hecho nada por favor –se levantó buscando la puerta en
los barrotes que le encerraban- Sacadme de aquí, yo no he hecho nada por favor,
-comenzó a gritar al desierto pasillo -Por favor, esto es una error, yo no
debería estar aquí, por favor –suplicó entre gimoteos y lamentos –Sacadme de
aquí –volvió a vocear con más fuerza- quiero hablar con el sargento Jeraim, por
favor, están cometiendo un error –espero algún tipo de respuesta desde algún
lado del corredor- por favor, se lo suplico, sáqueme de aquí –tras darse cuenta
que no respondía nadie su voz se fue apagando mientras los ruegos y los lloros
crecían hasta terminar tirado por el suelo agarrado con la mano a uno de las
barras que formaban la reja.
Las horas siguieron pasando
lentamente, y el frío caló hasta lo más profundo de su cuerpo. Como un animal
herido, se resguardó en un rincón de la
celda abrazándose a sus rodillas, con la cabeza entre los brazos; desesperado,
nervioso y amilanado.
Un estrépito, disipó el silencio del
viento que entraba por la lucerna. Su cuerpo volvió a tensarse. Había alguien
cerca. Tendría que escucharle. “Oiga” gritó mientras desentumecía su cuerpo al
levantarse.
-Por
favor… escúcheme… sáquenme de aquí, esto es un error… por favor…
Sargento…Quinti… alguien… vengan por Dios… -siguió repitiendo sus voceos.
-Cállate
o te callamos- sonó a su izquierda, a lo lejos de la galería.
-Escuchen…
-alguna mínima esperanza corrió por sus venas- por favor… esto es un
malentendido, yo no he hecho nada, se lo juro, se han equivocado… por favor,
seguro que el sargento….
-O
te callas o te callamos, no te lo digo más veces- interrumpió la misma voz
-Pero…
es que… yo no he hecho nada, de verdad, seguro que lo podemos aclarar, estoy
seguro que el sargento podrá decirles…-unos pasos acelerados caminaron por el
estrecho pasillo- esperen, verán yo… -dos jóvenes uniformados de aspecto aseado
y cara de pocos amigos abrieron la cerradura de la celda- soy amigo de Quinti,
les puedo asegurar que he hablado con el sargento y…-el moreno de los dos
avanzó hasta Nauj propinándole un somero puñetazo en la boca del estómago que
le cortó la respiración
El otro agente aguardó tras la
reja con la llave todavía en la mano jaleando a su compañero “que se calle de
una puta vez”. Por acción del golpe anterior, calló de rodillas al suelo
lacerándose las articulaciones. Cuando fue a tomar aire, otro trompazo acabó en
el pómulo provocándole sangrado nasal y el desplome hacia un lado. En el
desfallecimiento, la cara topó con el suelo, magullando la mandíbula, la otra
mejilla y la parte parietal de la cabeza retumbando cada sonido como si de un
trueno se hubiera tratado. Se ofuscó e incluso estuvo a punto de perder el
conocimiento, pero una patada en el diafragma le devolvió a la realidad. La
puntera del pie del guardia se le clavó entre los pulmones. Escupió hasta
vomitar, sin respiración y aturdido se escudó instintivamente con los brazos.
Llegó la calma, trató de tomar aire.
-Ahora… calladito –se agachó
hasta agarrar un mechón de su cabeza y tirar hacia arriba- ¿estamos? –preguntó
al linchado.
Los dos agentes volvieron a
cerrar la puerta de la celda mientras se marchaban entre risas, por el mismo
camino que habían tomado. En el suelo, sintiéndose morir se quedó Nauj,
abrumado por aquel maltrato, perdido entre aquellas paredes y dolorido por los
cuatro costados.
Las luces del alba comenzaron a
entrar en lo alto exhibiendo un nuevo y soleado día. Agazapado y recogido sobre
sí mismo como una bola de harapos despertó el recluso. La boca le molestaba al
abrir, el estómago tenía cierta dificultad al expandirse y la cabeza le zumbaba
igual que un nido de avispas. Los rastros de la sangre derramada por la nariz
estaban secos sobre la camisa y el suelo y las ojeras impedían abrir los
párpados a la claridad de la mañana. Volvió la realidad, la cruda y maldita
realidad que le impedía salir de aquella mazmorra sacada de algún cuento de
brujas, aquella realidad imposible de aceptar días antes; incoherente y
perversa, aquella realidad indigna, húmeda y fría. Colérica e indiferente.
Aquella realidad irreal.
Por un momento creyó estar en su
cama, “tan solo fue una pesadilla, últimamente tenía muchas”. Se despertaría en
su casa, con Sherae a su lado, las perras a los pies de la cama, la manta suave
cubriendo su cuerpo. La chimenea, con las poquitas brasas de la noche para
calentarse las manos y despejar el cuerpo. El sonido bullente de la leche en la
cocina esperándole, su mujer candorosa con un beso antes de partir al trabajo…
“todo había sido una pesadilla”. Sonrió para sus adentros.
Volvió a escupir y notó el
bailoteo molesto de un diente a punto de soltarse. La sonrisa se le borró de la
cara y apretó la mandíbula hasta sentir el dolor del pómulo. Cerró los ojos con
fuerza sin dejar que las lágrimas llegaran a escaparse; Se reincorporó. Miró al
frente, a los barrotes que negaban su libertad y la rabia afloró en su ser.
Permaneció sentado con la mirada fija en el pasillo, navegando en sus
pensamientos. Sus iras, sus venganzas, sus anhelos, su desesperación.
Unos pasos volvieron a escucharse
en su dirección a través del corredor. En esta ocasión apareció Pobel portando una
bandeja con un vaso y unas hogazas de pan pringadas en aceite. Su mirada
transmitió compasión y cierta simpatía. “Toma muchacho, come algo”. Las
palabras salían de su boca con esfuerzo, ni siquiera podía mirarle a la cara si
bajar la vista. La pesadumbre del hombre con silueta barriguda y aspecto
bonachón, luchaba contra la efigie castrista de las canas. “Venga cógelo”
Alargó la bandeja con delicadeza por la ranura que había en el suelo de la
verja “Ahora vendrán a por ti y necesitas reponer unas pocas fuerzas”. La
mirada ausente del muchacho estaba perdida en la infinidad de sus pensamientos.
Ni siquiera era seguro que hubiera visto a Pobel, tal vez le dieron un mal
golpe, tal vez quedó desnortado. El Cabo se levantó para marcharse cuando Nauj,
volviendo de su recogimiento acertó a pronunciar un “gracias”. Pobel le miró y
con verdadera lástima en sus palabras habló
-Tu tranquilo muchacho, habla y
contesta todo lo que te pregunten y ya está, la ley te ampara aunque a veces
sea dura.
-Qué quieres que les conteste si
no he hecho nada, han metido la pata, cuando salga se van a preparar. Te juro…
-Tranquilo Nauj, esto se
soluciona ya mismo. Tu… estate tranquilo, come algo y luego hablas todo lo que
tengas que hablar con el Sargento.
-Gracias Pobel.
El Oficial retomó sus quehaceres.
En ese momento, Nauj calló en la cuenta que llevaba casi un día entero sin
probar bocado. Las tripas le rugían y los mareos podían estar provocados por la
falta de alimento. Sin mediar un momento, se abalanzó sobre la bandeja con su
desayuno. Tomó la primera hogaza que había, estaba algo requemada, fría y dura,
pero daba igual, el aceite que la embadurnaba, suavizaría la masticación. Una
vez se tomó la primera tomó el vaso de leche y lo sorbió de un trago, atragantándose
con los restos de pan. Daba lo mismo, el dulzor llenaba su estómago como nunca.
Disfrutó del desayuno como no recordaba. Dadas las circunstancias, era lo mejor
que le había pasado desde hacía un par de días.
Terminó, y con las mangas de la
camisa se limpió la boca. El buche le asomaba por debajo de la ropa y sintió
una pequeñísima sensación de bienestar que le evadió por un segundo de su
encarcelamiento.
Esta ilusión transitoria duró
poco. Al cabo de unos minutos el Sargento Jeraim apareció junto al Guardia que
la noche anterior animó al que le había dado la paliza. El miedo volvió a
recorrer su espinazo. Con movimientos torpes en inseguros, se arrinconó en su
celda aspaventando con las manos.
-No, no… he estado callado, lo
juro, no he levantado la voz, de verdad, por favor.
-Tranquilo Nauj, nadie va a
pegarte –tranquilizó el de mayor rango- he venido a hablar otro rato.
-No sé nada más, por favor…
-exclamó aterrado- suéltenme… yo no he hecho nada, por favor…
Pasando al interior de la celda,
el Sargento Jeraim, pareció observar con detenimiento la estancia. Dio unos
pasos hasta el centro y miró la pequeña ventana.
-Ya me han contado lo de anoche
-comentó de soslayo- No está bien –gesticuló con la cabeza- esta gente se toman
las cosas muy a pecho. Lo siento de veras, trataremos que no vuelva a suceder…
si me echas una mano, de acuerdo –demandó- La cosa está así; ayer hablamos
largo y tendido pero solo llegamos a la conclusión de que tuviste, hasta que en
el juicio se asevere a ciencia cierta, algo que ver en la muerte de tu padre.
-No… yo…
-Espérate Nauj, no me interrumpas
–aquella frase no sonó como una amenaza, más bien, pareció tener el tono
conciliador justo, incluso algún matiz paternalista- sabemos que no eres un mal
chico, todo el mundo lo dice, la gente habla y comenta. Ya sabes cómo son las
gentes de pueblo. Ahora mismo hay quien está echando pestes de ti, y gente que
no se lo cree; “Cómo va a haber hecho eso el chiquillo” y cosas así las están
escuchando mis subordinados –relató con cierta ironía- Pero las cosas como son,
a mí personalmente me da igual lo que digan unos y otros. El problema de estar
aquí es que ya te van a colgar la señal y siempre existirán las dudas. Cosas
que no hablarán muy a tu favor en un futuro. Por otro lado, yo, y eso es lo que
verdaderamente importa, no tengo ninguna y por consiguiente voy a tratar por
todos los medios que no nos hagas perder dinero público en un juicio sin sentido.
Estas cosas tienen que ser ligeras, ya me entiendes –miró al recluso con
suficiencia y el tono conciliador fue tornándose en amenaza velada- Tienes dos
opciones, la primera, contar todo lo que sepas y así tener más fácil la
supervivencia en alguna cárcel que no sea muy dura, o bien… -hizo una pausa
dramática para mirar directamente a Nauj- hacer un alto en el camino dirección
a Antiquarea en una casita que tenemos a la mitad donde nos llevamos a los
terroristas. Tú decides.
-¿Terroristas?, pero como coño me
va a tratar como un terrorista. ¿Ahora también soy un terrorista? Esto es
increíble… esto es de locos… esto…
-¿No lo eres Nauj?
-¿Yo? ¿Pero de que cojones está
hablando por Dios?, esto no tiene sentido –replicó totalmente fuera de sus
casillas
-Durante la noche de ayer, me
llegó una serie de documentos que dicen lo contrario Nauj.
-¿Pero qué documentos, pero de
que está hablando, por favor? –comenzó a derrumbarse nuevamente.
-¿Qué sabes sobre los Hermanos?
-¿Qué hermanos, de quién?
-Los Hermanos –repitió con
insistencia
-¿Pero de quien me está
preguntando?
-Vamos a ver Nauj, si no me
ayudas yo no voy a poder ayudarte.
-Pero es que no sé de qué me está
hablando –la sucesión en los altibajos emocionales amenazaban con destrozar la
cordura del muchacho ante la impasibilidad de su interrogador.
-Vamos a un sitio más cómodo a
charlar, donde estemos sentados, ésta situación –señaló con la palma abierta al
muchacho- tu ahí tirado y yo de pie, no es de personas civilizadas –negó con la
cabeza- ya has desayunado, ahora te vamos a lavar, para que te encuentres
cómodo y luego nos sentamos frente a frente como hombres de bien que somos y
hablamos sobre “Los Hermanos”, así te da tiempo reflexionar un poco… -detuvo su
elocución- ¿No me dirás que no estoy tratando de ayudarte? –Se giró encaminando
sus pasos a la salida de la celda- Ir preparándole, esta parte del cuartel
huele que da asco y me pone un mal cuerpo insoportable –refirió al Guardia con
más entradas que pelo.
-Bueno Nauj, vamos a lío –dijo el
centinela mientras le alzaba con menor dureza que la noche anterior- un agüita
y como nuevo.
Sin la capucha, pudo ver el
angosto pasillo. A mano izquierda diferentes puertas y celdas se distribuían a ambos
lados dando a terminar en una escalera de piedra de cuatro escalones que giraba
a la derecha perdiéndose en la planta superior. A derechas, un giro siniestro y
apenas luz, enfocaba un portalón de madera recio con arco de medio punto. Al
torcer la esquina, otro pasillo como el que guardaba las celdas pero más largo;
esta vez con apenas un par de aberturas a cada lado, las habitaciones debían
ser de mayor tamaño. La sala de interrogatorios tenía que estar cerca por
necesidad.
Anduvieron hasta encontrarse a
mitad del corredor, todo era simétrico, paredes, suelos, portones, tragaluces.
Todo allí daba la impresión de penuria y sequedad. Piedra, madera y hierro se
combinaban con pragmatismo mecánico. La sensación era de parquedad, de
artificialidad. Cada paso por aquellas galerías se llevaba consigo cualquier
rastro de emoción. Ningún color que no fuera el gris o el negro, ningún punto
en el que apoyarse para evadirse. Aquel lugar estaba pensado para transitar
como alma en pena sin siquiera levantar la vista del suelo.
El Guardia lampiño, tomó su
llavero y abrió una sala a su lado izquierdo. Era una sala central, totalmente
cuadrada con suelo de losas irregulares de pizarra. En el centro un desagüe
terminaba en el alcantarillado de una madrevieja sin salida. El hedor que subía
por aquel sumidero se parecía al del vómito después de una noche de alcohol. No
había ningún tipo de ventana ni entrada de luz o salida de aire. El golpe de
olor pestilente te golpeaba en la cara
como si tratara de huir de aquella estancia, y las caras se giraban arrugándose
para evitar tener contacto con aquel tufo.
-Entra Nauj, ahí tienes el agua –señaló
dirección a una esquina oscura con una tinaja de barro anclada al suelo por el
barrillo formado en el suelo.
El muchacho se dirigió a la
tinaja, al pisar se dio cuenta de la forma cóncava del suelo. La ligera
inclinación finalizaba en el drenaje, encharcando y humedeciendo el hierro oxidado
de los barrotes. Tomó una jarra sujeta por el asa a la boca y la llenó. En el
suelo, una bola de pasta macilenta hacía las veces de jabón. Era sucia, rugosa
y dura como un canto. La mojó tratando de ablandarla.
Cuando el centinela cerró la
puerta, se desvistió con cierto pudor. Aquel lugar extraño y frío podía ser de
todo menos confortable. No se descalzó. Sabía de todas las enfermedades que
entraban en el cuerpo desde los pies. Cualquier arañazo en aquel suelo podía
provocarle dios sabe cuántas dolencias e infecciones. Se echó el agua sobre el
cuerpo. Estaba fría, casi congelada. El bello se le erizó y el cuerpo se encogió
por la bajada de temperatura. Con movimientos espasmódicos frotó la rugosa
pastilla contra su piel y cabellos. Trató de ser meticuloso. El cuello, la
cara, las axilas, el pecho, los genitales, el culo, los brazos, las piernas.
Cuando iba a terminar el aseo con
las últimas jarradas de agua. La puerta se abrió de golpe y el guardián que le
había traído y otro al que no conocía absolutamente de nada entraron entre
risas con otro cubo y unas tijeras de esquilar ganado.
-¿Qué hacéis? –se sorprendió
Sin mediar palabra, tiraron sobre
su cuerpo el agua más helada que jamás había sentido. Miles de agujas
recorrieron su columna y los trocitos de escarcha se le adhirieron al pelo y al
cuello. Instintivamente soltó la jarra y se sujetó el pecho dando la espalda a
sus atacantes. Sin apenas tiempo de reacción, el desconocido guardia sujetó por
los brazos al preso apartándole de la esquina y llevándole al centro de la
sala. El otro, soltó el cubo haciendo resonar el eco metálico por toda la sala
y con movimientos rápidos sujetó el cuello de Nauj hasta poder raparle como si
de una oveja se tratara.
La mano sujetaba el cuello, pero
se resbalaba hasta el mentón por los movimientos defensivos del reo. Entre “noes”
y “dejadmes” Nauj se vió más apresado aún y más abochornado, casi como un
animal. Indefenso y humillado. La mano siguió subiendo hasta la boca, momento
en el que por puro acto reflejo mordió al peluquero que le sujetaba.
El golpe en los intestinos fue
brutal. Todo el aire que llenaba sus pulmones se escapó dejándole ahogado entre
la saliva y el cierre de la garganta. Tosió y de no haber sido por aquel que le
sujetaba desde la espalda hubiera caído redondo al suelo.
-Como no te estés quieto te corto
los huevos –alzó las tijeras hasta ponerlas frente a sus narices- Hijo de puta
el mordisco que me ha dado, como me pegues algo te reviento –y soltó un
guantazo más intimidatorio que enérgico.
Con la cabeza rasurada, y desnudo
salvo por las chanclas que no se había quitado, le llevaron sala afuera hasta
la puerta inmediatamente en frente. Era la misma sala de interrogatorios del
día anterior. La luz entraba directamente por el tragaluz, impactando sobre la puerta.
Los ojos se le cerraron por efecto y tardaron unos segundos en acostumbrarse.
Le sentaron en la silla y le amarraron las muñecas a las cadenas sujetas a la
mesa.
Se sintió vejado. Tiritó de frío
y de vergüenza. El corazón latía con la intensidad de cientos de caballos al
galope. Volvió a verse asolado, volvió a llorar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario