EL OLVIDO DE GODARIA – IRA
PRÓLOGO
Sujeto la desgastada pipa mientras
acabo con los últimos posos de tabaco que contiene, inhalo el humo sintiéndolo
en mi interior, recorriendo rápidamente mi garganta hasta perderse en mi pecho,
dejo que repose en mis pulmones, no demasiado, solo unos segundos; exhalo
pausadamente, el humo viaja tranquilo hasta mi boca recién cubierta por aromas lejanos.
La bocanada enturbia el aire alejándose dirección al cristal que como muro
impide su salida al frío de la noche. Durante un instante, se paraliza, y estática
me observa amenazante, desafiando mi cordura “he estado dentro de ti, se quién
eres, no deberías contarlo”.
No soy persona de muchas
palabras, tal vez hubo un tiempo en que se dijera de mi lo contrario; pecados
de la juventud que no recuerdan el número de bocas y oídos que tenemos; Me
cuesta la misma vida expresarme en términos fácilmente comprensibles y dudo si
este relato llegará con la pasión que yo siento al escribirla.
Tal vez los escribientes manejen
con más facilidad el lenguaje. Si fuera capaz de vislumbrar mis ideas
claramente, tomarlas como pinturas de un museo y ordenarlas, crearía un marco
que al menos, si no fuera creíble, tal vez fuera entretenido. He de decir que
en mis muchos oficios nunca tuve la oportunidad de escribir por una razón que
valiera la pena ni la necesidad de formar diatribas, ni sermones para nadie que
los mereciera. No obstante al avanzar con la pluma, apuntando en los márgenes,
rasgando hojas sueltas y colocando acotaciones, creo, que mi intención no es la
forma, si no el fondo y a ello dedicaré este compendio de viajes que mi
persona, hace ya más años de los que quiero admitir tuvo la suerte (o la
desgracia) de vivir.
Vivir, esa es la idea… Vives tan
absorto en la vida que cuando crees saber cómo vivirla la has perdido sin darte
cuenta. No se confunda, no pretendo ensalzar una idea pesimista de la vida.
Disculpe a este humilde escritor si así lo ha parecido. Al contrario, si en mis
últimos días puedo alegrar, entristecer, asombrar o enfurecer a quien quiera
que recoja estas líneas, me daré por satisfecho, pues alegrarse, entristecerse,
asombrarse o enfurecerse, no son más que lo momentos de la misma vida y mi fin
último es ese mismo.
Pero disculpe, ni siquiera me he
presentado, mi nombre es Mintak Abrup, Hijo de un humilde buhonero y de su esposa,
hermano de la hetaira con más prestigio de todo el reino, cobarde por
naturaleza, rebelde por necesidad, defensor sin protectorado, farsante a ratos,
especulador de cuentas ajenas, comerciante de pieles sin cazar, tahúr por
descuido, vendedor de ideas con doble sentido, político por obligación,
servidor por oficio y, según muchos de mis amigos y enemigos, algún que otro título que dejo olvidado en el
tintero.
Si me he excedido adelantando
andanzas, no se moleste, todas y alguna más, tienen explicación, aunque he de
confesar que más de una y de dos son autoproclamadas; por lo que no pierda el
tiempo en buscar en viejos tratados de historia, pues ésta que le voy a contar
es la verdadera.
Cierto es, y aún a riesgo de
comprometer este epitafio, que como ya sabrá, la verdad, a pesar de lo que
digan, no siempre transita ni se mueve por un único camino y a pesar de todas las dudas, me decido a
narrar la mía. Sírvase de creerla o no.
Antes de comenzar, haría bien en
explicar el contexto por el que el Reino de Sadiagla fluía. Procuraré no
aburrirle demasiado con historia antigua, sin embargo creo firmemente que es
importante conocer un pasado no tan lejano para entender lo porqués, los cuándos,
los cómos y los dóndes de la desembocadura de cualquier historia. Habrá quienes
piensen que Sadiagla siempre fue de la misma manera, que la vida actual solo es
producto del inexorable avanzar de los días con las noches y que los derechos
inalienables son fruto del desarrollo esporádico de las civilizaciones. Pero
no, querido lector, la historia es más espuria en cuanto a sus avances. Debe
entender que los hilos que entretejen los tapices de las memorias, a menudo
esconden nudos y lobanillos en su cara oculta que de no estar allí, rasgarían
el esplendor de la alcatifa.
Ya hace al menos 150 años que
nadie pronuncia su nombre. Gódal II El Emperador. Durante los 60 años que duró
su gobierno se expandieron las fronteras de Sadiagla hasta los confines
conocidos. Tomando a su Dios como baluarte propagó sus ideales a sangre, acero
y fuego avanzando por los territorios inexplorados del norte. Los estados que
hoy conocemos solo eran parajes desolados de tribus deslocalizadas con culturas
demasiado primitivas como para aplacar la marcha del, por entonces, cacique de
las Tierras del Lobo. Según las leyendas genealógicas que quedan, su abuelo, Gódal
I El Culto, primer líder de su casta, acogió a unos mercaderes perdidos venidos
de las inhóspitas tierras desérticas del Sur tras la mayor tormenta de arena
que vieron los anales. Estos mercaderes, en agradecimiento, le otorgaron sus
bienes más valiosos. Todos y cada uno de los libros, manuales, textos y
pergaminos que llevaban consigo. Podría parecer que la entrega de hojas
escritas en idiomas desconocidos no fuera tan buen regalo, pero mírelo de este
modo. Qué otra cosa existe de más valor que las palabras apropiadas. Qué puede
haber más provechoso que el conocimiento desconocido.
Tras la implantación de la, ya
desaparecida, academia de interpretadores, se comenzó la ardua tarea del
desencriptado de la biblioteca “Desértica”, como se la conoció. Hasta su
muerte, Gódal I se instruyó en filosofía y religión, en historia de más allá
del Desierto, en Geografías tan lejanas que parecían inadmisibles. Fantasía,
Moral, Ética, Crítica… Todos los compendios de la razón que sus viejas manos
tuvieron la oportunidad de palpar conformaron la conciencia de su nieto.
No fue hasta 10 años después de
su nombramiento como cacique, que de entre todos los volúmenes, se tradujo uno
que cambiaría la realidad de su periodo. La Nâ, “la Verdad” o para ser más
exactos, “la verdad de la verdad”. Es, porque aún hoy es fácil de conseguir a
pesar de sus múltiples cambios y desambiguaciones, una serie de relatos sobre
la ceración del mundo; no me extenderé demasiado en lo que describe pero si en
lo que en aquel momento representó.
Para los Sadiaglianos, de hace
150 años, el universo, su creación, sus dioses, no eran más que lo “natural”.
Entiéndame que cuando digo “natural” no digo “salvaje”, me refiero a que todo cuanto
acontecía encontraba su razón “naturalmente”. El destino si se puede denominar
así, creaba y daba forma a todo cuanto rodeaba. Sus divinidades, por desgracia
perdidas en las arenas del tiempo, eran el agua, que daba la vida, el Sol que
daba luz, la luna en combate sempiterno con la noche, la llama, el oso, el
lobo…. Eran creencias, diríamos hoy, animistas, simples pero muy “naturales”.
La Nâ, trajo consigo un nuevo
modelo de percepción del mundo. Un creador, un escultor que dio forma al
“hombre” y lo soltó al cosmos recién creado para que se desenvolviera libre como
obra predilecta. La Libertad y la Singularidad. Dejamos de vernos como un
conjunto dentro de un todo para convertirnos en los hijos primigenios de un
juguetero a nuestro servicio. ¿A quién no reconforta la libertad, quién
rechazaría la excepcionalidad?
A lomos de su nueva creencia
ascendió al pico más alto de sus tierras y se autoproclamó defensor absoluto de
Nâismo. Erigió la construcción más enorme que fue capaz y promulgó su credo por
los cuatro costados de la tierra conocida. Allí, en lo que hoy conocemos como
la Torre del Creador, nació la historia escrita del Reino de Sadiagla.
Gódal II contaba 33 primaveras y
durante otras casi 40 luchó y batalló hasta la Cordillera del Arenal unificando
diplomática y belicosamente todo cuanto se cruzó en sus horizontes. Algunas
tribus aceptaron de buen agrado las nuevas creencias; la historia nos enseña
que las civilizaciones más avanzadas tecnológica y culturalmente absorben a las
menos dotadas. Pero no se debió solo al poderío militar y económico, no
olvidemos que cada nueva parcela subyugada, debía rendir tributos; era otra
fuerza intrínseca tan poderosa como el acero. La determinación, la creencia de
ganarse un puesto en un mundo o realidad no supeditada a la “salvaje
naturaleza”. Un paraíso utópico donde cada cual recibiría sus más anhelados
deseos, sólo por vivir terrenalmente de acuerdo a las enseñanzas de la Nâ.
Esa fuerza, nueva hasta la fecha,
derribó muros y portones sin levantar una sola brizna de polvo. Tribus
agrícolas, ganaderas y comerciantes en su mayoría, futuras conformaciones de
Lockair, Sudernaim, Atur o Volskar, abrieron las manos al “futuro” cual madre
aguardando el regreso del hijo.
No quiero que mis palabras parezcan
hacer apología de ninguna creencia, tan solo opino que, después de vivir los
acontecimientos que relataré, existen fuerzas en la vida que parecen imparables
y este momento concreto de la historia fue uno de ellos.
Las tribus más aguerridas, o simplemente
indómitas, quien soy yo para juzgar, derramaron su sangre sin saber frente a
ellos se alzaba un espíritu de igual ferocidad pero mucho mejor pertrechado.
Con la rendición de las últimas
tribus a las faldas del “Arenal” 34 años después de su epifanía. Gódal II se
convirtió en leyenda viva y su nombre pasó a llevar “El Emperador” como
adición. Sus tierras contemplaban todo territorio conocido, desde el inexpugnable
Desierto del Sur, surcando las costas del Océano Tenebroso al Norte, hasta las
faldas del muro natural que forma la Cordillera del Arenal al Este. No cabía
duda, Gódal fue el elegido del Creador. Como recompensa, imagino, su Dios le
dejó disfrutar dos años de su imperio para al fin, a la edad de 69 años, sentarle
a su lado.
A Gódal II le sucedió su hijo
Mibrub I “El Incapaz”, este pobre diablo tuvo que lidiar con las revueltas y
las exigencias de un imperio que no quería formar parte del mismo. Su talante
más sosegado marcado por una personalidad depresiva permitió la aparición de
reductos rebeldes en los núcleos poblacionales. De manera administrativa y
debido a los logros en la conquista, se habían ido creando cargos nobiliarios
supeditados al emperador. Así fueron Duques, Marqueses, Condes y Barones, los
encargados de repeler estos ataques insurrectos.
Palizas, latigazos, arrastres,
mutilaciones, privaciones de sueño y alimento, torturas y homicidios de una
creatividad endiabladamente eficiente y angustiosa, estaban a la orden del día.
Poca información queda de todo aquello, aún a sabiendas que siguen llevándose a
cabo en más de un lugar. Me conformaré por ahora con apostillar que sin ser
ningún experto en la psique humana, tengo bien aprendido lo que el dolor mental
y físico fragua en el corazón humano. No sería extraño afirmar que a pesar de
la mayoría sumisa que acataba el nuevo rumbo imperial, nacía el primigenio
caldo de cultivo para las revueltas y escisiones territoriales que acaecerían
pocos años después.
Mibrub atajó las preocupaciones
dando más poder a sus nobles. Nobles, que además de ávidos de poder, provenían
de castas militares sin ningún tipo de cultura regia. Aquellos prohombres
recibieron el regalo más preciado que un sádico pudiera ostentar. Se convirtieron
en reyes de sus pequeños mundos con cientos de juguetes por romper si les
placía. Por supuesto, no todos fueron así, hubo quienes gobernaron con firmeza
pero con justicia, honor y dignidad, llevando consigo algunas enseñanzas
anticuadas del “servir para todos porque todos eran uno solo”. Tal vez sean
esos los relatos que hoy reconocemos al ser representados en las obras
teatrales. Sin embargo las leyendas y cuentos sobre la crueldad antigua siguen
tan vivas como los tormentos que sufren algunos desaparecidos de nuestras
calles, dejando su poso cual pátina de hielo en los cristales.
Esta doble moral, a la que
seguramente recurriré a menudo, se me escapa. No la entiendo, ni respeto,
únicamente la soporto pues todos nosotros viajamos por senderos con demasiados
sentidos.
Tras solo 12 años de gobierno
imperial, Mibrub I fue sucedido por su hijo Gódal a la edad de 21 años. Gódal
III tuvo el dudoso privilegio de ostentar el título de “El Exterminador”. En su
haber carga con la nada desdeñable cifra de dos millones de ejecuciones
públicas, si bien es cierto que estas cifras no están claras dada la pérdida de
los registros. Según algunos cronistas de fuera de nuestras fronteras, esta
cantidad pudo llegar incluso a ser diez veces mayor, sin contar con los
ajusticiamientos en calabozos, prisiones y caminos. Se calcula que este
jovencito de cabellos rubios y sonrisa agradable diezmo en un 15% la población
total del imperio. Tal vez no fuera su mano ni su boca la ejecutora, pero
fueron tantas y tan absurdas las infracciones que impuso que incluso correr por
el mercado era signo inequívoco de insubordinación a la patria. Baste decir que
la volubilidad paranoica de este emperador agresivo y megalómano llegó a tal
punto que incluso alguno de sus nobles fueron ejecutados.
Este punto de inflexión en la
balanza de poderes mermó la confianza en la grandilocuente idea del “Imperio”.
Por suerte para Godaria, el mandato de este genocida no abarcó ni cinco años.
Aun así, tuvo tiempo suficiente de autoproclamarse Hijo del Creador, promover
un nuevo estado religioso como núcleo de la fe, eliminar la casi completa
bibliografía de los libros de historia en el día de la “Gran Quemada” y la
dilapidación de buena parte de la riqueza del imperio en dos infructuosas
correrías por el Océano Tenebroso y por el basto Desierto del Sur. Supuestas
exploraciones en pos de nuevos mundos que nunca regresaron, al menos, durante
su gobierno.
Tuve la suerte de conocer al
hombre que con su mano arrancó el corazón de esta bestia. Tal vez sea otra
historia que algún día me decida a contar.
Tras los sucesos que condujeron
al magnicidio, hubo un vacío de poder, dada la falta de heredero, en el cual
casas de todos los territorios pugnaron por el control. Es demasiado extenso y
complicado relatar quiénes y cómo se dieron lugar lo hechos para acabar con la
completa disolución del imperio Sadiagliano, esa tarea se la dejo a los
verdaderos historiadores mucho más ductos en la materia que yo. Solo afirmaré
que como todo gran cambio en la historia, sucede por más de una razón. Nobleza
descontenta, escisiones religiosas, burguesía incipiente, nuevos
descubrimientos, reinterpretaciones ideológicas y filosóficas. Elija la que más
le guste. Se han escrito tantos libros con teorías de diversa índole que se
podría llenar la biblioteca de Mohen y aún faltaría espacio. En mi opinión,
solo se debió a una ley universal que mueve invisible los hilos de la vida.
Acción…. Reacción. Pero no me distraeré con criterios personales. Eso es algo
que desgranaré en páginas posteriores.
Tras la división del inmenso
imperio, el continente de Godaria quedó fragmentado en los siente Estados que
hoy conocemos. Solla, al sureste y al norte de las tierras áridas del Desierto
del Sur, Atur, junto a las faldas de la cordillera impenetrable de Arenal,
Mohen al sur de las heladas marcas de suelo quebradizo, Lockair frente a las
costas del océano Tenebroso, Volskar como centro de todas ellas y por último,
los rescoldos del antiguo imperio en ruinas, Sadiagla.
Tendremos tiempo de conocer más a
fondo todas y cada una de las nuevas naciones que nacieron de las pavesas de la
historia. No obstante quiero detenerme en Sadiagla, pues de allí procedo. Si
soy más preciso, de su capital Selana. Pero volvamos a lo que nos ocupa. Tras
los tres años que duró la segregación imperial, un nuevo estandarte ascendió al
poder tomando las riendas del nuevo mapa que componía Godaria. Esta joven casa
nobiliaria, conservó lo que otras debieron, es decir, recursos y favores. Y ambas
fueron de lo más provechosos. Debo hablarles de Sain De Bertón, Primero de la
Casa de los Defensores.
La explicación a este pomposo
nombre tiene más de leyenda que de historia pero por ser amena la reflejaré
aquí. Las Crónicas que se remontan a los días de Gódal II, y que quedaron
supuestamente calcinadas el día de la “Gran Quemada” por parte de Gódal III, narran
que un joven ermitaño que vivía en la Cuevas de Anodihcra, al sur de Selana,
recluido por una extraña promesa, decidió romperla para seguir el blasón de su
futuro emperador, sabiéndose destinado para la gloria. Aconteció que durante la
última batalla, a las faldas del “Arenal”, este joven de nombre, Vaticio, se
interpuso entre el emperador y una flecha; no hubiera pasado por más que otro
lance fortuito al fragor de la batalla de no haber sido por quien lanzó la
flecha, dónde recibió el impacto, y cómo sobrevivió. Tal vez fuera más extensa
en su primera versión pero contaré que Ostrich, el único jefe tribal que aún
quedaban en pie, al tratar con el último aliento de acabar con el líder que amenazaba sus
tierras, hizo acopio de las pocas fuerzas que le quedaban para tensar un arco
de cuerpo largo lanzando una flecha que rauda chifló a través del campo de
batalla mientras herido de muerte caía sobre sus rodillas. Con desesperación en
la mirada pudo observar como un hombrecillo, más veloz que el viento que
silbaba con la saeta, lograba interponerse entre el futuro y el pasado de su
nación; reconozco emotiva la lágrima que se dice que cayó de los ojos de
Ostrich mientras estampaba su faz en la polvorienta tierra del Arenal. Este
venablo cargado con la furia de todo un pueblo murió en el ojo izquierdo de
Vaticio vaciando su cuenca sin dañarle los sesos, engrandeciendo su figura como
salvador del héroe del nuevo imperio.
Otra leyenda mucho más satírica
cuenta que el susodicho emperador estando ocupado haciendo sus necesidades tras
un matorral, moviéndose acaloradamente cuando dicho muchacho pasó por allí,
confundiendo a unos cazadores quienes dispararon su arco interpretando las dos
figuras con un ciervo a la penumbra de la mañana y acertando de lleno en su nalga,
eso sí, la izquierda.
Lo importante y de ahí la
historia, es que fue nombrado caballero, y en generaciones posteriores su
descendencia pasó a formar parte de la nobleza de alta cuna. En virtud de las
magníficas estrategias propagandísticas, alcanzaron renombre en muy pocos años
y hoy conservan esa idiosincrasia regia. Todo, gracias a una posadera herida.
No quería hacer mofa de ninguna casa
real, más aún porque a pesar de pertenecer su mandato a una etapa de tinieblas
y convulsión, Sain de Bretón supo rodearse de excepcionales consejeros que
marcaron el inicio de una fugaz década de luz, progreso y evolución humana.
Este mundo vio nacer nuevas ideas religiosas, inventos increíbles, tecnologías
espectaculares, políticas innovadoras, clases sociales inéditas, avances en
todas las materias del hombre. En fin, una década asombrosa y prometedora que
se sobrepuso a las calamidades de la guerra.
Como decía, este monarca, supo
tener a sueldo grandes próceres cuya única misión fue la de alejar al Reino de
Sadiagla del profundo pozo en que estaba sumido. La respuesta, no por sencilla,
dejó de ser magistral. Pocos años antes, había aparecido una máquina capaz de
copiar páginas enteras de los libros en minutos. Dado que un copista o
escribano tardaba meses en transcribir libros enteros a costes altísimos, este
artilugio supuso la expansión y la libre circulación de conocimientos antes
solo permitidos a las grandes fortunas. La imprenta, así llamada, fue un regalo
del creador. Este armatoste de hierro de más de dos metros de alto por otros
tantos de largo con una plancha de presión manual con clavijas movibles
labradas con letras se convirtió en uno de los mayores progresos de la
humanidad. Quiero incidir en ello pues de la noche a la mañana cientos de
panfletos adornaron las calles de todas las poblaciones de Sadiagla proclamando
todo lo bueno y beneficioso que su nuevo Rey traía consigo. Cierto es que prácticamente
nadie sabía leer pero eso era lo de menos, los pregoneros se encargaban de que
llegase a oídos de todo el populacho y el sello real impreso con cera sobre el
mismo hacían el resto.
No estaría bien dejar en el aire
esta cuestión aún a sabiendas que incidiré en ella ulteriormente. La
Mercadotecnia, es esa incomprensible ciencia que busca el aumento de la demanda
de un producto por los medios que sean precisos. Bien, al igual que la venta de
un artículo, la confianza, la seguridad e incluso el amor se puede vender. No
diré que sea fácil, pero sí muy posible la capacidad con los medios apropiados.
La imprenta fue el eslabón más provocativo de esta cadena de mentiras y medias
verdades. El hecho de permitir el acceso a la información para gran parte del
público, y sobretodo, tener el total control de la misma, era el escenario
perfecto para reinventar la realidad al antojo de los mandatarios. La
publicidad, otro concepto nuevo por estas fechas, mostraba las deficiencias al
pueblo con una mano enseñando sus anhelos cumplidos en la otra. Una genialidad
sublime.
No me extenderé en ello por más
tiempo, pues, como ya he dicho, tendré que tratar este tema con mayor precisión
y crítica. Lo cierto es, que daba igual si el rey o sus nobles hacían o
deshacían cualquier circunstancia, la certidumbre de la plebe no mermaba.
Pero la historia vuelve a
enseñarnos una y otra vez que nada permanece inmutable y los avances como ríos
frente a presas artificiales, sin importar el tiempo que precisen, se abre
camino.
Rondándole la muerte, Sain de
Bertón pudo sentir como su pequeño universo se desmoronaba y en una de sus
noches en vela, a la luz de un candil que combatía frente a una noche estival,
redacto su testamento. En él aparecía una palabra que comenzaba a sonar como un
grito por las fronteras de Sadiagla, una voz nueva, nacida de las ideologías más
libertarias que habían comenzado a surgir tras la generalización de la imprenta
y sus posibilidades para con el conocimiento. Un vocablo que unía a la chusma y
la levantaba en armas por un credo sin dioses. Demasiado peligroso para dejar
que siguiera susurrándose por los pasillos del palacio y demasiado implacable
para reprimirlo.
Por las calles corrían rumores de
estados sin reyes, gobiernos elegidos libremente por decisión del vulgo, leyes
escritas por y para la gente de a pie. Patrañas, Mentiras, solo podía ser eso,
pero cada nuevo amanecer, cada nuevo viajante de acento extraño, cada nuevo
libro que pasaba la frontera escondido en un baúl desconchado, cada nuevo
divulgador conspiranóico lanzando proclamas en las plazas de los pueblos,
dejaba su impronta en la masa ignorante que atestaba los pasajes. La
Democracia, el gobierno del pueblo.
Antes que dejar a su sucesor con
el inconveniente de lidiar con esa lucha, tuvo la osadía de robarla para sí,
enardeciéndola como suya y coreándola junto a su nombre. Sain de Bertón, el Rey
que trajo la Democracia. Que desfachatez.
A su muerte se legalizó la libre
asociación de ideologías, es decir, se permitió la creación y agrupación de
partidos políticos fueran cual fueses sus dogmas. Se redactó una carta magna estableciendo las bases de las libertades,
derechos y deberes inalienables de cualquier Sadiagliano, se permitieron las
manifestaciones públicas de índole direccional y por fin, se fijaron las fechas
para la primera elección mediante voto secreto con sufragio universal y los
tiempos de mandato máximo. A mi juicio, todo ocurrió demasiado deprisa,
demasiado pronto, no estábamos preparados ni cultural ni administrativamente,
pero de haber podido proceder de alguna manera, habría dejado que la historia
actuara de la misma forma, aún a sabiendas de lo que conllevó. Aunque no
siempre he obrado ni pensado de la misma forma, si reconozco en lo más hondo de
mi corazón que la única libertad que puede tener un hombre es la libertad de
acertar o equivocarse.
La figura del Rey no se suprimió,
y de hecho fue su sucesor, Polag de Bertón, quien contribuyó de buena fe al
gran cambio que sobrevino, o al menos eso aparentó. Su cargo al parecer, solo se
convirtió en algo representativo, como un embajador de alto rango, con los
mismos poderes que cualquier ciudadano pero protegido por un cargo que actuaba
como símbolo del reino. La nobleza por el contrario, perdió todo su poder, al
menos, legislativo, en favor de una burguesía autodenominada aristocrática; no
quiero decir que se traspasaran poderes, pero amigo, como dijo algún prohombre
cuyo nombre no recuerdo, “poderoso caballero es Don Dinero” y la clase
religiosa mantuvo como desde el inicio
de los tiempos de la Nâ un poder velado mantenido por la ignorancia bien
adiestrada durante décadas de las clases más bajas, es decir, casi la totalidad
del pueblo llano.
Con las primeras elecciones dos
grandes formaciones políticas quedaron erigidas como dueñas del poder
institucional. Por un lado, los proclives al desarrollo cultural, más
extremistas en cuanto al control público administrativo; y los
conservaduristas, inclinados al continuismo gubernamental, autopregonados adalides
de planteamientos económicos. Unos tenían la masa popular y la palabra, otros
el capital y la administración informativa.
Durante años fueron turnándose como
en un balancín sobre su eje. Legislaciones cambiantes y completamente
antagónicas alternaron una y otra vez alejándose cada vez más de la población
que decían representar. Si a ello sumamos una relativa mejoría económica
estatal y la creación de planes educativos obligatorios, los cuales narraré
como beneficiario, produce una población desarraigada de sus mandatarios y lo
suficientemente lúcida para ver los diferentes caminos que pueden tomar.
Yo solo contaba con 16 años
cuando todo estalló. Esta que a continuación van a leer es mi historia.
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