CAPÍTULO V
El techo de poca altura resonó como
si quisiera desplomarse sobre su cabeza. Nauj Dantel, hombre fornido, de
espaldas anchas y una barba abundante que comenzaba a blanquear, respiró con
fuerza, la reciente discusión con su hijo acabó terminado con el poco humor que
traía consigo. “Dichosa mujer, no sabe que este niño no tiene cabeza… y me hace
venir con lo bien que están las cosas para desviarse” murmuró para sus adentros
“ya se dará cuenta, ya… si todo cae sobre su propio peso”.
No hizo más que escuchar una puerta
en el piso superior cerrándose con un
crujido cuando se sentó desolado en la silla frente a la chimenea que calentaba
la casa. Abrumado, el antiguo combatiente que ya comenzaba a vivir la
ancianidad del Grupo Especial de Coerción Sadiaglense (denominado GECS) durante
el intento separatista acaecido hacía casi cuarenta años, sintió el peso de las
decisiones que a lo largo de su vida tomó.
El alcohol funcionó como catalizador
poniendo en su boca todo aquello que quería gritar a los cuatro vientos. Cierto
es que no hubo quien le escuchara, pero eso fue lo de menos. Igual que un lobo
aullando a la luna, Nauj comenzó a parlotear bravuconadas en su soledad, iluminado
tan solo por los rescoldos de una llama que comenzó a apagarse.
-¿Quién me iba a
decir a mí? –se preguntó- Salimos al amparo de la noche, sin respaldo ninguno,
ni el teniente ni los cabrones de alto rango querían saber nada, como iban a
querer saber, no hacían más que reunirse cada dos por tres con aquellos hijos
de puta. ¿Qué la situación era delicada? ¿Cómo no lo iba a ser? Atacaban los
campamentos como si los desgraciados que estábamos allí tuviéramos algo que ver
–bufó dolorido- Si el Presidente no hubiera ninguneado a nadie, no habríamos
tenido que meternos en ese berenjenal… maldito cabrón… ¿Pero en qué coño estaba
pensado? Como él vivía en su palacete en la puta capital… bastardo
inconsciente… ¿Qué el pueblo Selano no quiere más escisiones? ¿Pero él que coño
sabía? Después de tantos años de aguantar a reyes pirados que hacían y
deshacían a su antojo nos ponen un caramelo y nos dicen que se llama libertad…
Mentiras y más mentiras… Te llaman para dar servicio a tu pueblo y es contra tu
pueblo contra el que te mandan cargar… Qué sabrá esta juventud de sacrificios y
penurias –divagaba entre distintos temas- Lo inconscientes que éramos… nos
creíamos que no llegaría la sangre al río y vaya si llegó… Menos mal que tenía
Permiso… tendría que haberme quedado allí con ellos –se contradijo con
desánimo- esos hijos de puta entraron a hurtadillas, como los cobardes, no
entiendo cómo atravesaron los barracones sin que nadie se enterara y hala,
todos pasados a cuchillo… qué fácil es quitar una vida cuando no sabes ni su
nombre… hijos de puta… se creían que iba a quedar así la cosa… no… señores… no…
los altos mandos trataron de frenar la escalada de violencia pero no…. Aquella
sangre había que pagarla con sangre… esos muchachos no tenían nada que ver…
acababan de empezar y nadie les había preguntado… ¿o sabían algo Tomé y el Vego?,
no, no, no… -ladeaba la cabeza con entusiasmo-
tenían que acordarse de cada uno de ellos… -bajó la mirada un segundo y
continuó- Cómo ardían los cabrones –sonrió maliciosamente- se creían que no les
íbamos a encontrar, en un pueblo todo se sabe y son todos unos cobardes y unos
vendidos… todavía queda alguno que se escapó por ahí… mira el de la Posada, o
el herrero, cargarse a sus propios hermanos… por las decisiones de los que no
corren peligro… malnacidos… -escupió sobre las ascuas- y este niño se viene a
vivir aquí. Todo para contradecirme, si la vergüenza de antes se instalara
ahora otro gallo nos cantaría…. Cualquiera levanta la voz y dice que antes
estábamos mejor… y eso que tenemos libertad… por lo menos había respeto… en mi
vida hubiera respondido a mi padre… y menos levantarle la mano… ¿Qué bebo? Pues
bebo y qué… me lo he ganado todos estos años aguantando y luchando por
gilipoyas que no saben dónde tienen la cara… nunca le ha faltado de nada… de
nada… y se me viene a este pueblucho de desgraciados donde más de uno tenía que
haber pasado por la cuchilla… Mira… -levantó la voz- mira donde nos ha llevado
la revuelta… los que tenían tierras tienen más… entre los de un bando y los de
otro se quedaron con lo de los que teníamos poco. –Aguantó la respiración-
Teníamos poco pero vivíamos dignamente… no como ahora pateando los caminos o
trabajando por un sueldo miserable… -hizo una pausa- y lo llaman libertad…
manda cojones… que de mentiras nos metieron en la cabeza… esta juventud no
tiene ni idea de lo que pasamos para que aquel cabrón cediera… el miedo de
nuestros padres, la incertidumbre… y eso que ahora está más fácil estudiar…
pero para qué… se pregunta los niñatos de ahora… si Sadiagla no tiene de nada…
todo fuera… campo, ganadería y cuatro artesanos mal pagados… y mientras…
ahogado pagando… libertad dicen… que caradura más grande… y éste mientras aquí…
con la payasa del Mensuel… que no tendrá culpa de nada la muchacha… pero Dios…
cuando le entrará en la cabeza que tenía que haberse pensado las cosas dos
veces… más hostias le tenía que haber dado… pero su madre… tan Santa quiere ser
que se nos han subido a la chepa… y la niña va por el mismo camino como siga
así… tenía que haberme quedado en la Revuelta, seguro que tenía menos
problemas… el muerto al hoyo y el vivo al bollo… -rió con cierto aire
nostálgico- si entendieran que uno mira por ellos que ya viene de vuelta de
todo… no… todo lo contario… más aposta hacen lo que no deben….
Se encontraba cansado y los ojos se
le cerraban, aquel cuerpo tallado tras años y años de duros esfuerzos en minas
y herrerías circundantes a Selana, acababa de advertir los 600 km que separaban
la villa de Sadiagla de su hogar, La Mesnada de la Torre del Este. Aquel lugar
habitado principalmente por exsoldados fue una pequeña población en vías de
desarrollo configurada con una fortaleza en manos del Señor de Aldovea que
rodeaba toda la villa y el Río Zodra atravesándolo al este de la capital
Selana. Las numerosas cordilleras que rodeaban aquel paisaje generaban riqueza
y progreso en un mundo en el que el descubrimiento de nuevos metales y
aleaciones promovía el comercio interior y exterior generando capital económico
y humano a través de los movimientos poblacionales que buscaban el sustento.
Si bien es cierto que a efectos
jurídicos el trato dado a los exmilitares no difería del dado a los
inmigrantes, fueran internos o externos, que llegaban cada año, más cierto era
que en la práctica no ocurría así. Como todo el mundo sabe, las aplicaciones de
las leyes, y más aún en un mundo de reciente creación y todavía a gatas, son en
gran medida de carácter subjetivo, es decir, una misma ley podía ser aplicada
con diferente dureza según quien la juzgara.
Las desigualdades no acababan ahí,
por supuesto, como efecto de la masiva población que quería residir al amparo
de la Fortaleza de Aldovea, se crearon barrios cada vez más periféricos y
marginales. Las dificultades y la lucha por un puesto remunerado aumentaban con
cada día que salía el sol y las luchas entre las clases sociales comenzaban a poner
trabas al hasta ese momento, plácido desarrollo de La Mesnada.
En este caldo de cultivo vivió Nauj
Dantel, en él, conoció a su esposa Isila y en él crió a sus dos hijos.
-Con lo que nos
costó a su madre y a mi pagarle los estudios…-continuaba murmurando entre
altibajos en su volumen- Primero la escuela… que no todos los niños podían… luego
la academia de Las Huestes de estudios secundarios, con la de paletos que
buscaban la manera de entrar para tener siquiera un futuro decente en las
tropas regulares del Señor de las tierras… y la Universidad… por Dios lo que
costó la Universidad de Selana… y con ayudas… -ironizó- que costó que le
otorgaran el Becco… y va y lo tira todo por los suelos… por una mujer… por una
mujer –repitió con incredulidad- con las que hay… se busca la más tonta del
pueblo más tonto de toda Aliagaedeas… esto es increíble… -continuaba
barruntando- Mi primogénito, el que tiene que llevar mi apellido nos deja en la
estacada y se burla de los esfuerzos de sus padres… ¿Pero en qué mundo vivimos?
Hoy que podía estar con su consulta en cualquier lugar del centro o
investigando… que era lo que le gustaba… No hay justicia señor… te burlas de
nosotros y pretendes que sigamos cuerdos… -clamó buscando el cielo en el techo
de su casa- Si yo mandara se acababan todas están tonterías… acababa con esta
desvergüenza que nos rodea y quitaba a más de uno de en medio que no hace más
que molestar a los que trabajamos todos los días para llevarnos un pedacito de
pan a la boca… ¿juventud? Y una
mierda…-espetó- mano dura le falta a esta generación de incompetentes que solo
saben vivir a costa de sus padres…
La fatiga que le hizo reclinarse en
la silla momentos antes, se disipaba con el crecer de su cólera sin disimulo.
Con los brazos en jarra y las piernas en horizontal recogidas bajo la silla
carraspeo tratando de recoger en su boca los restos mucosos de su garganta.
Tomó aire y volvió a esputar sobre las brasas a punto de morir. El sonido
retumbó en la pequeña salita, al tiempo que un clic inaudible cortó el aire del
patio tras la puerta de la cocina.
-No vale la pena
tanto esfuerzo… mirar por uno y ya está – volvió a estirarse sobre la silla
dejando caer su ancho cuerpo sobre el respaldo- no hay más, ni Dios ni patria
ni ley ni hostias, te joden… jodes… cada uno preocupándose de su culo y más
fácil sería la vida…
Los ojos volvieron a querer cerrarse
tras la penumbra que teñía el cuarto. Los brazos comenzaron a quedar en
suspenso asidos por las axilas en los brazos de la silla y la vigilia dio paso
al reposo de todo el cuerpo.
Tal vez pasaron algunos minutos en
los que el silencio se adueñó de aquel hogar, los hados de la noche calmaron
los ánimos de todo aquel que dormitaba entre sus paredes. De todos salvo de uno
que con tremenda parsimonia había abierto la puerta de la cocina que salía al
cenador. Paso a paso introdujo su cuerpo a través de la moldura y con gesto
presto y decidido se encaminó a la salita de entrada.
Las perras guardianas que junto a
sus amos subieron a la habitación matrimonial despertaron de su ensueño dirigiendo
sus orejas a la puerta que miraba la escalera de bajada. Resoplaron y pusieron
todo su cuerpo en tensión. Vacilaban y gimoteaban tratando de captar la
atención de su dueño. El rabo, se movía de izquierda a derecha y los nervios
comenzaron a captar la visión periférica del muchacho que continuaba pensativo
a un lado de la cama.
La silueta se asomó al cuarto de
entrada. Tan solo se le veían los ojos bañados por la leve luz que emanaba de
la hoguera mortecina. Dio un paso más al sentirse seguro de que el habitante
seguía dormido y roncando sonoramente. La silueta se transformó en una figura
esbelta y alta tapada de pies a cabeza con ropajes ajustados negros, se movía
con una ligereza felina apoyando toda la planta de pie y flexionando sutilmente
las rodillas. Ni siquiera el viento era consciente de aquel individuo salido de
la noche. Situado tras el cuerpo aletargado, sacó de un bolsillo trasversal de
su espalda una cuerda gruesa enrollada con hilo blanco. Deshizo el amarre y con
tres movimientos anudó una soga al estilo de las usadas en los ahorcamientos.
Con la mirada busco un asidero
firme. Encontró la viga horizontal que partía el cuarto por la mitad desde la entrada
hasta la chimenea. Pasó el cabo por encima y ató el otro extremo al pomo de la
puerta que daba a la escalera. Abrió el hueco de la soga y con un cuidado
supino cubrió la cabeza del hombre barbado. Volvió a sujetar la cuerda anudada
al picaporte y con un tirón en el que los músculos de los brazos se marcaron a
pesar de la negrura del lugar, izó al desdichado despertándole por la impresión
con un grito ahogado debido a la presión que ejercía la maroma.
Los pies se elevaron sobre el suelo
y la silla en la que estaba descansando calló al suelo provocando un estruendo
que tañó en toda la calle. La figura encapuchada tiró con mayor vigor abriendo
los ojos. Dio cuenta del esfuerzo y con temor que aquella corpulencia pesara
más que sus brazos pudieran alzar tomó la cuerda sobrante y la siguió
enrollando a la manija con círculos medidos.
Nauj luchó y pataleó sujetando la
cuerda con las manos haciendo acopio de todas sus fuerzas. Estiró los arcos que
presionaban a los lados de su cuello y trató de pasar su barbilla. “Hijo” gritó
sin respiración. El asesino se asustó, casi soltó la cuerda que mantenía en
vilo a su víctima. Con un movimiento acelerado dio un último giro sobre el picaporte
y soltó la cuerda dejándola en tensión. De la bota de cuero que llevaba sacó un
punzón corto pero afilado y se movió hasta su objetivo. Dos puñaladas dirigidas
al estómago y Nauj, que seguía intentando escaparse, sintió el latigazo frío de
la muerte. El dolor pudo con su recio cuerpo y en ese instante en el que toda
tu vida, al parecer, pasa por delante de tus ojos, se sintió culpable y se dejó
vencer.
Las perras saltaron alocadas
ladrando, gimiendo y resollando ante la puerta cerrada que daba al pasillo. El
muchacho se desperezó. “Es mi padre… niñas… callaos ya”. Con gesto cansado
caminó hasta el umbral que separaba la escalera y al abrir la puerta, los
animales corrieron alborotados hasta
alcanzar la barrera que impedía salir a la sala de entrada. Sus uñas rascaron
en la dura madera tratando de empujar, algo, que ya presagiaba que las
circunstancias en la planta de abajo no podían ser halagüeñas.
Aceleró su marcha y el pasillo se le
hizo eterno. El pulso comenzó a desbordarse y los escalones parecieron no tener
fin. Sujetó el pomo y tiró para sí. No conseguía ceder. Un peso bloqueaba la
puerta tirando para el marco y los ruidos espasmódicos se sucedieron entre el
ladrido canino, los nervios y las visiones entre tirones de la habitación.
-Papa, papa!!! –Gritó el muchacho
asustado- Abre… abre la puerta –seguía vociferando
Tomó impulso y la puerta cedió como
desencajada. Del envite, calló hacia atrás dando con su espalda en la pared
contigua. Se sobrepuso y corriendo como alma que lleva el diablo acertó a
entrar en la sala mientras una sombra, solo vista por el rabillo del ojo
desaparecía por la cocina dando un portazo en el patio con las dos perras a la
carrera.
-Papa, papa!! –volvió a gritar
mientras se tiraba al suelo a dar los auxilios que pudiera a su padre casi
desfallecido- Por Dios… por Dios… que ha pasado… que te han hecho… Dios…-la
sangre que por salir del estómago manaba en abundancia salpicó por doquier,
impregnado la ropa de cama del muchacho- No… no… no… -repitió desconsolado-
Aguanta… vale… aguanta…
Con las manos a modo de parches,
trató de taponar las profundas heridas sin conseguir apenas ralentizar el
desangrado abdominal. La respiración de su padre comenzó a pausarse lentamente
y los escalofríos comenzaron a desaparecer. “Serhae… Serhae…” se desgañitó
llamando a su pareja. “Papa… papa… despierta… despierta… vamos joder…” gritó
con furia y se derrumbó sobre el pecho de su progenitor.
Escuchó los pasos que bajaban las
escaleras y el sonido le succionó hasta traerlo de vuelta a la realidad. Miró a
un lado del cuerpo inerte de su padre y allí junto la silla tumbada, un punzón
ensangrentado le contemplaba sin piedad. Alargó la mano y lo tomó sin reconocer
lo que era. Tenía la mente nublada, se encontraba en shock y toda aquella
situación le parecía parte de la pesadilla que acababa de sufrir. Observó el
filo, plano y delgado con la sangre dándole color al hierro frío, la empuñadura
redondeada de madera con trenzado oscuro, el peso, liviano casi no se notaba en
la mano. Las lágrimas le empaparon la cara, se percató de la mirada incrédula
de Sherae desde las escaleras, de los ladridos desesperados de las perras en la
cocina y del sonido de la puerta de la entrada que se abría dando paso a los
vecinos alterados por los gritos.
-Nauj!!! –Gritó Sherae
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