CAPÍTULO II
Bajo la sombra eterna del macizo
de Bull al oeste de Selana, se escondía de miradas curiosas la desaparecida villa de Sadiagla. Una calle
ancha de piedra gruesa sobresalía con imperfecciones vertebrándola desde el inicio
hasta el final ramificándose en pequeñas venas de tierra con casas de planta
baja encaladas a salpicones de adobe, argamasa y madera a cada lado. En el
epicentro de la travesía una figura marmolea sin cabeza ni hombro derecho,
vigilaba a los desharrapados transeúntes con inusitado desprecio. Frente al
busto invertido, una gran vivienda de paredes lisas de color ocre con tres
plantas y varias ventanas, presidía una plazoleta yerma redondeada y vacía de
color. En su tejado un mástil oxidado ondeaba una bandera ayudado por el viento
de levante que espoleaba sin descanso un pequeño cesto con dos ramas de olivo
sobre un fondo magenta. Desde la desgastada tela se divisaba a todos lados una
alfombra de tonos terrosos, asperjados con gotas glaucas y plata, que se balanceaban
con tranquila infinitud, junto a insolentes manchas cetrinas y pardas bañadas
por la umbría de un relieve deformado por milenios que daban forma a una vasta
cuenca en forma de U de la que solo se escapaba por un pequeño camino perdido
en la maleza del sur.
Un alarido ahogado resonó en la
claridad de la mañana.
-¡¡¡Dios mío, Dios mío…. No,
Teme, No… Por dios!!! –
Sollozaba una muchacha lozana de
cabellos azabaches largos y lisos e incipientes arrugas en la comisura de unos
ojos color miel marcados por bolsas ligeramente amoratadas en los párpados
cuyas manos agrietadas y uñas gastadas sujetaban el cuerpo inerte que se
balanceaba en una soga asida a la viga central de su vivienda.
-¿Por qué, Dios mío, por qué,
Teme… Dios?
Preguntaba entre gritos y lamentos.
Al oír el grito, varios hombres y
mujeres que a esas horas despertaban y se preparaban para sus quehaceres
diarios, entraron violentamente en busca de una estampa diferente, quizás un
ladrón, un animal. Pero lo que se encontraron fue más traumático. Rodeando un
cuello amoratado, un cabo de cuerda gruesa balanceaba un hombre algo mayor que
la joven, alto, curtido y rudo pero apuesto,
de tez morena y rostro cuadrado con los ojos desencajados y la boca
entreabierta desde la que asomaba parte de una lengua hinchada que abultaba
bajo el mentón de una cara violácea unido a un fuerte olor a heces y orina
inundando la estancia.
-¿Pero qué cojones ha pasado
aquí?, Pero Teme por Dios que has hecho?
Vociferó un hombre de mayor edad
que acababa de entrar con un portazo en la instancia.
-Mina, chiquilla apártate que le
bajemos, por Dios –
-No, no, no, Teme, no, no, no-
Repetía entre lloros amargos
Mina, la doliente esposa del péndulo humano
– Hijo de puta, por qué, por qué
–
Seguía vociferando.
Entre dos chavales sujetaron el
corpulento cuerpo sin vida de Teme, mientras
el de mayor edad cortaba la amarra sujeta al travesaño que partía el
cuarto de pocos metros presidido por una silla tumbada y una chimenea central
con los rescoldos aún calientes. Como plomo yerto, el desdichado muchacho cayó
pausadamente al suelo sujeto por Juma y Corlas, dos mozos algo menores que Teme
y con la misma presencia curtida y tosca.
Mientras el fallecido era apeado
del madero, algunas mujeres y hombres habían salido corriendo en busca de la
casa cuartel que la Guardia Ciudadana tenía en una de las paralelas colindantes calle abajo. Este estamento
protector del estado y sus ciudadanos, heredero de antiguos idearios militares,
se encargaba de la vela y cumplimiento de los derechos escritos en la “Carta
Magna”. Entre sus quehaceres diarios se encontraban la solución de conflictos
en los caminos, ya fueran bandoleros, atracadores, o accidentes y disputas e
incidentes dentro de las poblaciones Sadiaglianas, debiendo hacer primar el orden
y el honor en virtud del país.
Instantes después dos hombres
fornidos ataviados con sendos uniformes marrones con cinturón ancho negro y una
espada larga y estrecha que se curvaba hacia la punta sujeta al mismo,
aparecieron tras la esquina, junto a los hombres y mujeres que habían ido a
buscarlos.
–¿Dónde es?
Preguntó el más alto de los dos
Guardias al hombre que tenía a su lado
– Allí, en la Casa de Teme, junto
a la panadería
Respondió Pabled, un muchacho de
joven, extremadamente delgado y rubio con nariz aguileña y mentón pronunciado
cuyas orejas despegadas de la región occipital parecían dos alas levantando el
vuelo mientras aceleraba el paso con gran desazón. Con un par de zancadas
Quintilo, de porte regio, moreno, alto, altísimo, de casi dos metros de
estatura y buche abultado bajo unas espaldas anchas como los llanos de
Antiquaera y Pobel, de menor estatura, pelo blanquecino y cuerpo orondo
atravesaron el marco de la puerta de par en par al tiempo que Mentuel, un
hombre maduro de aspecto vetusto y movimientos lentos y sosegados terminaba de
posar la cabeza del cuerpo sin vida de Teme en el suelo.
–Mentu, ¿qué ha pasado, y su
mujer? Sacarla de aquí hombre, como dejáis que vea esto, coño
Avasallaba atropellado el Cabo
Primero Quintilo al hombre de pelo rucio que en su mano portaba la navaja que
acababa de cortar la cuerda que mantenía en vilo minutos antes al suicida.
–¡¡¡Dolí!!!, llévate a Mina de aquí
Espetó Mentuel a su esposa que se
amparaba tras el Cabo Pobel junto a la entrada.
–Venga hija, vente conmigo, vamos
a hacerte un algo para calmarte
Sujetó con cariño a la reciente
viuda mientras luchaba por andar temblorosa y a la que casi había que arrastrar
a través de los pocos metros que separaban las casas.
–Pero por Dios, anda que manda
cojones Teme, pero muchacho… ¡Pobel!
Interrumpió sus pensamientos
–Acércate a la casa del doctor
que te pilla de camino y a la casa de Juntas para avisar al Juez que habrá
llegado.
Como una exhalación Pobel algo
más joven que Quintilo se perdió entre el gentío que comenzaba a remolinarse en
la calle por el mismo camino que había recorrido.
–Pobre muchacho
Suspiraba el hombre de más edad
de la estancia mientras fijaba su vista en la carne morada que estrechaba la
garganta de Teme.
–Pero “pa” que hace esto, si ayer
estaba de bien
Mencionaba Juma, un joven
veinteañero fibroso de pelo casi rapado color cobrizo, frente descubierta y
mentón rectilíneo, de ojos pequeños y oscuros mientras tomaba el pulso en la
muñeca diestra en un intento vacío de buscar signos vitales
–Está frio de cojones!!
Se sorprendió
-Aparta coño, como no va a estar
frio, anda calla y tirar “pafuera”
Ordenó el Agente con tono
lastimoso mientras apartaba a los muchachos y buscaba la Arteria Carótida en el
cuello del muchacho con sus dedos
– nada… parece mentira Mentu, ya
van tres en lo que va de año…
Un silencio incómodo inundó la
estancia
– Yo no sé qué será
Mascullaba en voz alta
– La gente está muy nerviosa, les
da un “volunto” y se les va la cabeza… tu dime a mí que problemas podía tener
este muchacho… Que si…
Reflexionó
-Que el trabajo está muy malo
pero vaya… que no es la primera vez que pasa en la vida, que hay cosas peores
Trataba de racionalizar Mentuel
mientras guardaba la navaja en su bolsillo
-Ahora tenemos el campo… yo…
Se paró un segundo cabizbajo
-yo no sé… esto es el agua o algo
porque no es normal
– Voy a salir a decirle a la
gente algo que no veas la que se está liando ahí fuera
Comentó Quintilo apartando la
cortina ajada que tapaba el cuadro por el que entraba la luz que daba a la
calle
– Gente…-bramó- Venga, ya está todo hecho, vayan marchando que
ya molestan
Exigió sin miramientos a la par
que aumentaba el volumen de la muchedumbre
– Esto es increíble!!
Se sorprendió el Cabo
– Os gusta estas cosas una cosa
mala, venga coño, que aquí hay gente que lo está pasando mal.
Mientras se iba dispersando
lentamente el tumulto generado, un joven barbado en ropas buenas asido a un
maletín de cuero negro y un hombre mucho
mayor que él con indumentaria algo desfasada atravesaban entre el gentío en
busca del hogar del suceso. Junto a ellos, algo rezagado por las carreras
dadas, Pobel y un muchacho moreno de barba incipiente y espaldas anchas que no
podría llegar a los veinte años hablaban apesadumbrados al tiempo que Juma y
Corlas llamaban su atención
– ¿Que ha pasado?, ¿Se ha matado
uno?
Comentó cuando vio alejarse al
Guardia el joven que acababa de llegar
– Nauj… que pasa?
Replicó Juma ensombrecido.
-Pues si… ahí hemos estado yo y
Corlas y su “pae”, no veas como estaba Teme, “hinchao” “hinchao”
Se señalaba Juma la cara con las
dos manos
– se ha “atao” una guita al
pescuezo y “sa colgao”
Hizo ademán de caerse emulando el
supuesto.
-Se le ha “partío” hasta el
cuello, lo tiene “torcío”, así “pa” un “lao” y la lengua no le cabe en la boca…
ha “sío” la hostia… además se ha “cagao” el “hijoputa”… yo no sabía que te
cagabas cuando te morías… vaya hostia… no veas como olía… como cuando tu perro
se quedó encerrado en la covacha… Su “pae” lo ha “bajao” y lo hemos puesto en
el suelo… ahí estaba la “muer” con él cuándo hemos “llegao”… anda que también
la “probe” tu dime a mi levantarte y ver a un tío “colgao”… anda que… coño eso
no se hace… vete a los olivos… ¿qué quería? ¿Que la “muer” también se muriera
del susto?... es que manda “güevos”… ¿te quieres matar?... “Pos” mátate, pero
no vengas aquí dando por culo… es que vaya…
Se acaloraba atropellando las
frases, un Juma, visiblemente afectado
– a “to” esto, que tampoco tenía
por qué
Se cuestionó Corlas, el tercer
muchacho en discordia, un chaval de la misma edad que los otros dos de cabellos
como el trigo, gestos serenos, delgado como las espigas, pecoso y de cabeza
cual triángulo invertido rasgos lisos y debido a las circunstancias, tez
marcadamente blanquecina.
– si la “muer” está “preñá” y
“tó”, es que vaya.. Esta “ente” se le va la cabeza y vaya… -.
Al tiempo que conversaban los
tres muchachos tomaron la calle principal cuesta abajo hasta llegar al portalón
de la verja de una casa ancha y descuidada con un pequeño huerto delantero
labrado recientemente. Mientras seguían con sus diatribas Nuaj con el rostro
adormilado pero tratando de prestar atención a los coloquios de sus compañeros
llamó a la puerta de madera gruesa que tutelaba la vivienda e inquirió
cambiando diametralmente de tema.
–¿Iremos a trabajar no?
–Hombre… digo yo
Contestó asertivo el rubio de
pelo corto.
–Yo que se…
Dudó.
-Teme estuvo en la cuadrilla hará
un par de años…
Interpeló dubitativo Nuaj
- Si pero vaya… que la gente anda
con prisas… con lo que ha “llovío” es que están “toitas” en el suelo.
Terminó declarando el lenguaraz
de cuerpo atlético y pelo casi rasurado.
–Yo creo que si
Sentenció Corlas.
Tras el previo chirrido de la
puerta y el clic del choque del metal asentándose en el apontoque que frenaba
su salida del eslabón del cierre, apareció una figura menuda y delgada, de
rasgos brujescos y pelo lacio con tonos
castaños que apoyaba su arrugada mano en el marco de la puerta enseñando unos
dedos sin apenas uñas. No contaba ni cincuenta inviernos pero era la viva
imagen del trabajo de campo y de la crudeza con la que los elementos desgastan
al hombre. A pesar de sus ojos cansados y unas ojeras abultadas sonrió
afectuosamente dejando ver un puñado de dientes mugrientos y descolocados que
apenas bastaban para esconder una garganta oscura y maloliente que desprendía
alcohol desde antes de su apertura.
-Que pasa muchachos
Saludó afectuosamente Tromol, el
encorvado encargado de la cuadrilla de trabajadores de las tierras de Rubín
pertenecientes al condado de Antiquaera situadas a las faldas del Bull al sur
de la cuenca de las Canteras.
-“Amos” ya ¿No?
Pregunto mientras cogía una
chaqueta de tela gruesa de algún colgador cercano a la puerta.
-¿Sabes lo de Teme?
Interrumpió Nuaj antes siquiera
que pudiera cubrirse con el abrigo.
-¿El qué?
-Pues que por lo visto se ha
ahorcado en su casa hace un rato
-¿Qué dices muchacho?¿Cómo se
“vaber matao”?.
-Que si Trom, que Corlas y yo
estábamos descolgándole en su casa cuando ha “venío” Quinti.
Interrumpió Juma tratando de
convencer a Tromol.
-Anda que…
Se paró unos segundo pensando su
reacción
-Pues mira que lo siento, con lo
buen muchacho que parecía. En fin ya no se puede hacer mucho por él.
Termino de abrocharse los botones
de su chaqueta oscura y encabezó la caminata hasta la siguiente parada al final
de la calle principal mientras iban relatando posibles causas a lo sucedido.
-“Tontás”, eso es que la
“preñaura” no es suya, seguro que la “muer” se la “dao” con el que sea y Teme
que siempre ha “sio” “mu” tonto, se ha “quitao” de en medio en vez de quitarla
a ella.
Dijo Tromol en un momento dado
mientras se acercaban al final del empedrado de la calle principal justo al
final de la última hilera de casas que concluían el asentamiento de Sadiagla.
-Si hombre, pero si Mina está
encaprichadísima del muchacho. Si dicen
éstos que estaba llorando como una magdalena y hecha polvo a su lado Trom.
Nuaj vaciló.
-Que no digo que no pueda…
Volvió a titubear
-O no sea capaz o bueno… yo que
sé. Pero que no Trom, que no, que la chica esa no es así.
Trató de argumentar
-Ya estáis en los pueblos como
siempre macho, pues tendría depresión o nervios o yo que sé. ¿Tiene que ser la
mujer una golfa para que un tío se quite la vida? A ver que se dice de aquí a
unos días…
-Yo te digo una cosa…
Cortó Corlas, poco dado a hablar
demasiado
-Lo que sea le ha “dao” y mira…
lo de que Mina sea un poco puta…
Hizo ademán asertivo mientras
fruncía el ceño con sus pobladas cejas.
-Muchacho!!!
Juma interrumpió con mucho
énfasis
-Sois más cotillas, luego decís
de las “mueres”.
En ese instante una madre y una
hija aparecieron al final de la última bocacalle con pendiente de considerable
pronunciación portando sendas bolsas de tela voluminosas, en las que llevaban
pan y diversas viandas que asomaban cerca de las asas.
-Ahí vienen las Yanas.
Intervino Tromol al tiempo que se
giró hacia Corlas.
-¿Y tu “pae”?
-Estará con Quinti.
-Ya… Pero vendrá ¿no?
-Si… Pero digo yo que más tarde
-Pues que “tie” que hacer.
-Le tendrán que interrogar y esas
cosas
-No le van a interrogar, lo que
van a hacer es tomarle testimonio. Tu padre no es sospechoso coño, es un
testigo e imagino que querrán prestarle declaración para que el juez de paz y
el médico hagan su informe.
Apuntilló Nuaj.
-Pues eso… tendrán que hablar con
él. – contestó Corlas
-Que fino eres crío.
Se rió condescendiente Tromol,
mientras llegaban a su lado, después de subir la enorme cuesta embarrizada por
los temporales de agua que azotaban la zona, Matria y Eloya. Madre e Hija de la
familia de las Yanas. Una de las familias más antiguas de la población
Sadiagliana y a cuyo apellido se apegaban buena parte de los casi quinientos
habitantes que poblaban este viejo asentamiento. Años atrás el marido de Matria
había caido enfermo de gravedad dando con sus huesos en pocos meses al
cementerio, circunstancia que dejó vacías las arcas de su casa, una viuda
orgullosa de su estirpe y una huérfana que tuvo que madurar demasiado pronto.
Estas mujeres morenas antaño de rasgos femeninos y atractivos dieron paso en
virtud del trabajo agreste a la silueta acomplejada de la voluptuosidad de las
curvas en las caderas, las durezas en las manos y las arrugas en la piel.
-Buenos días
-Buenos días familia
Contestaron los cuatro que
aguardaban en lo alto de la pendiente.
-Anda chiquito, cógeme la bolsa.
Imploró Matria mirando al más
joven de los cuatro que allí esperaban.
Nauj cogió la bolsa percatándose
del peso en su mano diestra, mientras pensaba en por qué no habían bajado a echarlas una mano,
aunque hubiera sido a medio camino. Un pensamiento que se repetía mañana si,
mañana también. “Mañana lo hago”.
-¿Os habéis “enterao” de lo de
Teme?
Refirió el encargado de cuello
corto y pelo blanquecino.
-¿De qué?
Replicaron las Yanas al unísono.
-Pues que se ha “ahorcao”.
-No me digas. Pero bueno… pero si
la Mina está “preñá”. ¿Y ahora que va a hacer la muchacha? “amos” que… ¿Y cómo
ha “sio”?
-Por lo visto se lo ha
“encontrao” la muchacha así “na” más levantarse. Se ve que se levantó esta
mañana, le dio por ahí y se colgó. Anda que también…
Un mutismo en el camino avivó la
curiosidad.
-Y digo yo… ¿qué es? ¿Qué le van
a quitar la casa?
Preguntó sin mediciones Eloya a
los caminantes que surcaban el zigzag que bajaba por la vereda encharcada hasta
el valle que presidía las tierras de las Canteras.
-Pues lo mismo. Con lo que le
gustaban a Teme las tabernas y los juegos. Pero vaya…
Tromol hizo una pausa dramática
para enfatizar su postulado.
-Que eso es que el niño no era
suyo y la “dao” por “áhi”.
-Que no Tromol, que esa niña
lleva con él desde cría.
Protestó Matria en defensa de la
reciente viuda.
-Ya, ya… lo que tú digas… fíate
tú de las mansitas.
-Que eso es por los dineros
“quel” muchacho no vale “pa” “na”. ¿Tu por qué crees que el señorito le dejó de
llamar?
-Por ahí no. El Teme era “mu”
buen “trabaador”. Lo único, que le gustaba el “pirriaque” pero vaya que a “tos”
nos gusta y tampoco nos falta de “na”. “Apuraos” como todos pero que no…
Exageró su respuesta.
-Que ya verás tú como es lo que
yo digo.
Entre interpelaciones mutuas, el
sol terminó asomando por entre el claro que formaban las peñas de la Galata.
Entre Sadiagla y el Macizo de Bull. Una hondonada natural cubierta de olivos
viejos con tres patas cada uno que abarcaban diez hombres rodeándolos. Al Sur
de la cuenca una desastrada edificación construida en un tiempo inmemorial
tutelaba más de doscientas fanegas de
olivos
Los más de diez mil olivos
pertenecían a la casta de los Rubín. Prácticamente la totalidad de los puestos
de trabajo que una pequeña población agrícola como Sadiagla pudiera ofrecer.
Sin lugar a dudas esta familia, cuya línea de sangre se remontaba a los Tiempos
de Gódal I y que sin interponerse a los cambios de la historia, supo aprovechar
las diferentes coyunturas que se le presentaron para reafirmar su poderío.
Junto a una pendiente acentuada,
cercana a una pequeña construcción casi derrumbada a modo de almacén de apero,
se resguardaron del aire helado que de las montañas bajaba como una cascada.
-“Amos” a encender una candela.
Voceó Tromol a la troupe recién
llegada mientras la niebla se apoderaba del lugar.
-La madre que me parió, que frio
que hace aquí.
Refirió Nuaj.
-Esto no es frio nene, te vas a
enterar luego cuando venga el frío de “verda”.
-No, si ahora voy a ser yo el
único que está helado… No te jode
-Mira…!
Se señaló la oreja derecha Tromol
al tiempo que enseñaba unas marcas como de pequeñas mordeduras bajo el hélix y
el lóbulo del pabellón auditivo.
-Esto es frío…
Carcajeó volviendo a dejar a la
vista los pocos dientes que resistían agarrados como murciélagos.
-Sabañones como puños me han
salido “quistante”
-Pues déjate, que mis orejas me
gustan y a ti… total…
Recapacitó si proseguir o no
-Para lo que te queda en el
convento…
-¿Ya me quieres mandar “pal”
huerto los “callaos”?
Rieron todos mientras juntaban
ramas verdes recién taladas de los olivos colindantes en un montón, al tiempo
que Juma sacaba del bolsillo de su chaleco un puñado ramillas secas para
facilitar el prendido del fuego que les calentaría antes de la dura jornada
laboral.
Con un pedernal de magnesio del
otro bolsillo arrimado a la yesca seca que trajo consigo, rascó su cuchillo
contra la piedra desencadenando una pequeña rociada de chispas que rápidamente
prendieron el amontonamiento de ramitas que a su vez crecieron en busca del
combustible vegetal. En pocos segundos todo aquel conjunto de tallos verdes
quedaron envueltos en una llama rojiza que se elevó sobre las cabezas de los
seis jornaleros que rodeaban la hoguera.
-Ahora que está prendiendo hay
que ponerse al lio.
Canturreó Juma rompiendo el
círculo.
-Venga…
Conminó Tromol adelantándose en
busca de la casucha donde se encontraban las cestas de mimbre, las varas de olivo,
nogal y álamo y los fardos de tela basta usados en la recolecta de la aceituna
para su posterior manufactura en aceite.
-La mía es la de la punta rota.
Espetó Nuaj adelantándose al
resto.
-Pues coge el “serruchillo” que
luego dando palos salen “rajás”.
-Si Nuaj le da flojito “pa” no
“raarlas”
Ironizó Juma mientras amontonaba
sobre su hombro el resto de varas que junto a una esquina se apoyaban.
-Ya pero yo le doy con la puntita
nada más
Replicó el inmigrante.
-Ay como están estos niños hoy…
con la puntita dice… ay , ay qué poca vergüenza con mujeres al “lao”…
Se burlaba Matria, mujer casi
rondando la ancianidad de moño altivo que disimulaba el poco pelo canoso que
todavía le quedaba sobre un rostro apergaminado y ojeroso mientras asía el
cesto que por peso y capacidad siempre terminaba por apropiarse. En parte por
edad, respeto y el cariño que todos la tenían, en parte por lo avispada que era
ella para descuidarse de según qué situaciones de trabajo.
-Déjelos madre… estos niños están
más “salíos” que el pico “d´una” mesa.
Protestó la voluptuosa de curvas
prietas y pelo rizado y negro sujeto cual cola de caballo, cuya feminidad
desaparecía cuando hablaba.
-Venga… que se nos echa la mañana
encima.
Arremetió Tromol entre palmoteos
acelerados mientras cogía de una de las destartaladas repisas un botijo de
barro sucio y levemente agrietado.
-Mira… por ahí viene la “Arbina”.
Señaló Corlas al camino de
entrada desde el lado opuesto al que ellos habían tomado para llegar, mientras
aparecía un carruaje largo tirado por cuatro caballos blancos manchados vigorosos
y perfectamente ataviados, hostigados por la fusta de un hombre esbelto,
bermeja cabellera y bien vestido, acompañado por una mujer con un pantalón
raído, y una camisa oscura cubierta por una chaqueta gruesa entre la que se
resguardaba como si quisiera hacerla una con su cuerpo. Rubia como el oro y
cutis tan blanco que cuando salía el sol apenas si se la veía. Esta mujer de
rasgos femeninos y curvas suaves aparentaba menor edad que la que habría de
tener pero los olivares comenzaban a pasar factura una silueta y una piel
tiempo atrás mucho mejor atendida.
-ehhh!!! “tusa”, ehh,
Vociferaba el hombre, mientras
tiraba de las correas para parar el calmoso trote de los equinos.
-¿Qué? ¿Hoy empezamos más tarde?
Esputó como si de un gargajo se
tratara Gonzalvo de Rubín y Beltrán. Dueño y señor de parte más occidental de
las tierras que pertenecían a su familia. Un noble de nariz aguileña rostro
enjuto y barbilla prominente donde los
pómulos casi tocaban los párpados que por falta de espacio no dejaban
apenas ver una mirada azulada y despierta, y cuya cara solo destacaba por una
boca plana y ancha cual separación entre losas. Este noble de carácter agrio,
seco y huraño, se encontraba entre los personajes más ambiciosos que uno
pudiera conocer por la región, sus tierras no eran más que la excusa para
fomentar un poder que pretendía agrandar a base de trabajo ajeno e influencias.
Nadie podría decir que era el típico “señorito” que asalariaba a una caterva
cualquiera y la ponía a trabajar en sus tierras bajo la tutela del primer
personaje que supiera diferenciar un manzanillo de un picual. Este noble, a
pesar de su rancio abolengo, y por tanto, de las habladurías que por su
condición pudieran oírse, prestaba sus manos y su espalda al servicio de su
herencia. Es decir, trabajaba como el primero y lo único que pedía a cambio era
el mismo esfuerzo. Siempre he escuchado que un jefe, no tiene que decirlo,
tiene que demostrarlo y Gonzalvo de Rubín y Beltrán era un patrón que al menos
demostraba.
Esta circunstancia, podría
parecer beneficiosa, pero como todo en la vida tenía grandes contras. Cierto es
que solo pedía el mismo esfuerzo que él hiciera, pero claro… ¿quién mide el
esfuerzo de cada trabajador?. No es fácil ser imparcial a la hora de ponderar
los esfuerzos ajenos. Este bien avenido grupo trabajaba desde que salía el sol,
hasta que se ponía, sin más descanso que la parada obligada del medio día para
el yantar. Y al menos ese era uno de los beneficios de trabajar codo con codo
con el dueño. Su gusto por la comida y las bebidas espirituosas alegraban las
tardes posteriores. Ese carácter arisco y retraído se tornaba en un disparate
dicharachero y desenfadado que, al menos, compensaba las prisas y malos humores
de la mañana, haciendo más llevadera la segunda mitad de la jornada. Asimismo
no escatimaba en cenas en tabernas en favor de los hombres de la cuadrilla
cuando creía que eran merecedores de tal “honor”. Situación que aprovechaba
para acercarse al pueblo llano y mermar la mala opinión que de los de su casta
se tenía.
-Venga… esa hilera “pá bao”
Exigió al tiempo que se bajaba
del asiento del carro e indicaba con el dedo una de las muchas andanas que
bajaban como un torrente de verdes y marrones por la ladera.
-Hasta la “cañá” y vuelta.
Tromol que ya cargaba con el
botijo en una mano, arrastraba con la otra una serie de fardos de tela basta,
gastada por el trasiego y el desgaste de las piedras del camino. Estos fardos
solía ser antiguas sábanas de las camas que por antigüedad traían los
terratenientes a las labores del campo. Antiguamente estas sábanas no las
podían reutilizar los trabajadores para sus casas, por estar mal visto, pero,
aun habiendo zonas y dueños que todavía querían perpetuar estos hábitos
clasistas, éste no era el caso, y cada
cierto tiempo Gonzalvo portaba en el carro algún que otro juego de cama para
sus proletarios con la única condición de que aquel que se lo llevara debiera
traer otro juego para su uso.
Mientras unos y otros colocaban
las telas bajo el primero de los enormes olivos, Gonzalvo desmontó las correas,
las riendas y los bocados a los caballos guiándoles dentro de una corraleta
pegada al almacén de aperos.
Las horas pasaron con el murmullo
de voces en la lejanía. Juma y Gonzalvo portaban sendas pálidas varas de Álamo
de tres metros de longitud melladas por doquier que pesaban una barbaridad con
las que golpeaban las ramas más altas de los olivos mientras que Corlas y Nauj
se agarraban a los troncones centrales trepando como gatos con varas de olivo
mucho más cortas para tirar al suelo las aceitunas más escondidas del interior; bajo la sombra de un sol cada
vez más alto, Matria, Eloya y Enma, las tres mujeres de la cuadrilla se
afanaban en coger del suelo de los olivos que por delante se encontraban sin
fardo casi una a una las aceitunas que por el viento, el agua y la madurez
habían caído al suelo, en última instancia, Tromol detrás de todo este
movimiento recogía las puntas de los fardos formando una X central de manera
que quedaran sobre el centro un montículo de aceitunas de casi 400 kilos que
con ayuda de un saco de arpillera y las fuerza de arrastre de los brazos se
iban llenando y cargando en el carro que cuanto más se avanzaba el día, más
lejos y más arriba de la cuesta quedaba.
Los brazos temblaban de dolor por
el peso de la vara, la espalda se quebraba, la tirantez del cuello obligaba a
moverlo constantemente para relajar los músculos, las manos callosas se
agrietaban y las palmas se enrojecían a pesar de todos los días haciendo el
mismo esfuerzo. Los cortes a lo largo y ancho de la piel se multiplicaban
cuanto más adentro del olivo se encaramaban, los ojos lagrimeaban por el choque
de las ramas y las hojas en la cara, el polvo, la arena y las virutas asentadas
se agitaban por el movimiento buscando apoyo en las córneas, los tobillos se
torcían, el cuerpo se tensionaba a más de tres metros de altura. Las uñas de
los dedos se degastaban, cuando la carne viva asomaba por la yema de los dedos
habían de usar la capucha de las bellotas a modo de casco para los dedos, el
espinazo pegaba latigazos al intentar cambiar de postura y la carga de los
cestos a los que cada vez parecían caberles más peso, marcaban el costado como
hierro candente.
Los días de sol eran los peores,
a los mencionados avatares del trabajo olivarero había que sumarle el calor. Un
viento pegajoso venido de las tierras desérticas del sur golpeaba de lleno en
las telas adheridas al cuerpo de los trabajadores, llevándose consigo la poca
humedad de la mañana y provocando un sudor constante y denso que dificultaba
incluso abrir los ojos. La frescura del botijo escondido bajo la sombra de
algún olivo cercano medraba en la angustia y la sequedad, a pesar de ello, la
mucosidad de las gargantas complicaban
la respiración que se volvía entrecortada y e incluso asfixiante si se atravesaba
cualquier viscosidad en el gaznate.
-¡Vamos a comer!
Gritó Gonzalvo a sus
trabajadores, mientras un suspiro de alivio se escapaba por sus bocas.
-Muchacho que sofoco.
-Esto es peor que parir
-A mí entre esto y que me den por
culo…
-Que me den por culo, que me den
por culo… no jodas
-Me pongo una diana en el “oete”
y oye… a “disfrutá”
Relataban entre bromas y chanzas
la troupe cuesta arriba en busca de las viandas.
-Anda chiquito, arrímate a por el
búcaro
Imploró Matria a Nauj mientras
pisaba con aprieto la ardiente tierra blanca del suelo
Bajo una umbría de tierra caoba,
a las faldas de un manchón de arbustos, zarzas y matorrales, se sentaron a
comer. Era tradición que las mujeres trajeran la comida, previo pago por parte
de todos los allí reunidos de un estipendio semanal. Muchos de los hombres que
allí trabajaban o no sabían o no tenían quien les cocinara, como el caso de
Nauj, así que para evitar incomodidades (a los hombres) se cargaba la labor de
la cocina sobre los hombros de las que tradicionalmente la llevaban, es decir,
la mujer.
El menú era poco variado, casi
cada día, se guardaba en un cuenco de barro hondo con tapa, a la que se le
enganchaba una guita tiesa como un garrote para con un par de nudos evitar que
se abriera, un revuelto de verduras a base de pimiento, tomate, cebolla y si la
fecha lo permitía naranja o ciñuela, aliñados con un chorreón de aceite, había
días en los que podían permitirse el lujo de traer algún pescado en salazón,
alguna arenca, incluso si entre ellos había quien tuviera cabras y mataba algún
chivo, podían preparan cuajo con el estómago.
Cuestión aparte se encontraba en
las viandas del noble. Por muy trabajador y relativamente afable que fuera,
seguía siendo el más pudiente de todos los allí reunidos. No solo no comía
junto a sus trabajadores, la cazuela tapada con tela a cuadros que portaba en
un zurrón que escondía en la oquedad de un olivo cercano al carro, contenía más
alimento que lo que más de uno pudiera probar en un mes. Jamón serrano, filetes
de ternera y cerdo, chorizo, morcilla, tocino, cecina, lechuga, cebolla, pepino
y tomate, aceite y vino de allende el norte. Todo ello ordenado y preparado
para degustarse. Tras semejante banquete, quién podía tener ganas de trabajar
al ritmo de la mañana. A veces he llegado a pensar que el hecho de alejarse del
grupo no era más que una manera de salvaguardar su propia integridad, de
mantenerse a salvo de una jauría de perros hambrientos que estarían al acecho
por si caía algo de las manos del dueño.
En un momento dado, durante el
almuerzo, Matria refirió, para integrar en la noticia a Enma
-Anda, que lo del niño…- comento
afligida – pobre familia, en la vida me hubiera “pensao”…
-¿Qué ha “pasao”?
Solicitó Enma
-El Teme, el niño la Rula… que se
ha “quitao” la vida
Contestó Eloya
-¿Y ese quién? ¿El que vive junto
a la ermita?
-No… El que está “casao” con la
Mina, la niña la Flora…- esperó Matria un gesto afirmativo por parte de Enma –
Si, mujer, que su padre era de la “Verea”
-¡Ahhh! – Exclamó resolutiva –
¿él de la calle el carpintero?
-Sí, junto a la panadería
-Vaya por Dios… Qué pena de
muchacho – Se santiguó mientras bajaba la mirada apenada – Bueno… ¿y cómo ha
“sio”?
-Yo y el Corlas que íbamos “pa”
la casa de Nauj y en la puerta estaba su “pae”- comenzó a relatar Juma tratando
de explicarse lo más mesuradamente que pudo – Nos ha dicho “entrar pa cá” y
allí estaba el Teme “colgao” con la “muer” a la vera- Resopló buscando las
palabras –vaya palo, mira – estiró el brazo desnudo mostrando la piel erizada –
cada vez que me acuerdo me entra lo más malo por el cuerpo…
-Vaya, vaya, vaya…- Murmuraban
cabizbajos
- A todo esto… ¿y tu padre? –
Inquirió Nauj que apoyaba la cabeza sobre una piedra estirando el metro setenta
de su cuerpo
-Pues ya mismo debería de venir,
tanto no van a tirarse con él ¿no?
Respondió dubitativo.
-Hoy vamos a tener que meterle
caña si queremos que nos salga a cuenta - Interrumpió Tromol que acababa de
aparecer de entre la maleza cercana – No llevamos ni siete olivos y no habré
“cargao” ni 3000 Kilos siquiera… - trató de hacer la cuenta de cabeza – vaya…
echar vosotros la cuenta- sentenció.
-Bueno… hasta la cañada quedan
cinco y el que estamos seis, doce en todo el día… - espero Nauj algún gesto de
aprobación.
-Cuando yo era joven, éramos
cuadrillas de quince o veinte – comenzó a relatar Tromol – íbamos a
matacaballo, se paraba “ná” y menos
-Pero eso era cuando Godal era
soldado Trom, no vas a comparar – Replicó Juma a modo de chanza
-Calla, calla… - arqueó la ceja
desaprobando la intromisión – No tenéis ni idea… igualito es el Gonzalvo que
los que yo he “conocío”
-A mí me da igual cómo se
“trabaara” antes… - interrumpió Enma – yo solo sé que estoy como un tomate…
-“Arbina” que tu vivías “mu”
bien… - protestó Tromol con media sonrisa – Ahora sí que te salen callos en las
manos ehhh – sentenció.
-¡¡¡Ay mozo!!! Que no te veas en
las mismas. Eso sí que es para querer quitarse de en medio – Alegó las más
blanca de las mujeres.
-No digas eso ni en broma que ya
van lo menos cuatro este año – protestó Corlas al que todavía le temblaban las
piernas al recordar el cadáver de la mañana.
-Déjate, déjate que cuando yo me
vi sin una mísera estampa – comenzó a afectarse - “tó” por la mierda los intereses… El almacén,
los carros, la mula, los caballos, ¡coño! - se exaltó - se llevaron hasta el
perro… Y todavía pagando ehhh!!... que no les parecía suficiente dejarme sin
nada… - Trató de relajarse – Se podían haber llevado a mi “marío” por lo menos
el perro cuidaba la casa.
-¿Cómo le va?
Preguntó Matria
-Hará una semana que me llegó un
correo – Hizo una pausa apesadumbrada – bien… le va bien… por lo que cuenta,
algo más de trabajo hay, pero vaya… mal pagado, muchas horas, el alquiler… “na”
y menos me manda… -quiso explicarse- El no sale ni “na”, pero la vida es más
cara que aquí… un pan no “mu” grande te sale por busto y medio… - detuvo su
diatriba- lo malo son los niños – sentenció.
-Es su “pae”
Replicó Matria melancólica.
-¿Cuánto lleva por allí?
Preguntó Eloya
-La niña no andaba todavía… -
meditó un segundo – va para tres años.
-Ten “cuidao” que ese “tie” otra
y no se vuelve – se jactó con una carcajada maliciosa Tromol.
-“Pos” que le den por culo –
cambió radicalmente el tono de la conversación tratando de aparentar mejor
humor – a mí con que me siga mandando los cuartos… - como si quiere tener
veinte – resolvió.
La conversación comenzaba a tomar
tintes bufonescos que no trataban más que enmascarar las diversas
preocupaciones que cada cual tenía, las comisuras de los labios marcaban
ligeras sonrisas pero en los perfiles de los ojos se atisbaban por momentos
tristezas y melancolías. La pérdida de un marido, un padre, una mujer, un hijo.
Ninguno de los allí reunidos podía escapar del recuerdo y de su historia.
Entre las bromas que surgieron
durante el descanso, apareció por la curva que miraba Sadiagla el padre de
Corlas, Mentuel, un hombre bajo, recio, de espalda caída y estómago hinchado,
barba sucia y desaliñada, ojos cansados y ocultos bajo una maraña de arrugas y
ropajes de labranza. En su hombro izquierdo portaba una vara de metro o metro y
medio como las que usaban Corlas y Nauj
de la que colgaba un hatillo. Su paso ligero repicaba al son del
canturreo antiguo.
“Si
tuvieran que matarme
Llevarme
siempre a mi tierra
Porque
es la mejor decencia
Enterrarse
junto a los padres”
-Tu padre viene
Alzó la voz Gonzalvo según
emprendía la cuesta abajo
“Tengo
Chivos, cuatro cabras
Tengo
un caballo “prestao”
Tengo
sana la garganta
Y
un hatillo en el “costao”
Tengo
las luces del alba
Tengo
la noche “estrellá”
Y
la niña que más quiero
Me
espera en la “madrugá”
-Muchacho que arte… - ovacionó el
noble – Ole Mentuel…
-¿Cómo vais? – Preguntó el recién
llegado
-Nos “quean” cinco o seis hasta
la “cañá” – constestó Gonzalvo a medio camino entre el carro estacionado y el
comienzo de la hilera que bajaba hasta la grieta provocada por años de aguas
torrenciales en primavera
-Os ha “cundío” poco – Replicó
irónico
-Faltaba el “maniero”
-“Apañá” va esta cuadrilla
-Dímelo a mí que soy el que paga
Tras llegar a su altura, Gonzalvo
puso su mano derecha sobre el hombro, tratando de llevar la conversación a un
plano más confidencial.
-¿Qué te han dicho? – Pregunto el
dueño
-“Ná”… ha “sio” más el rato que
ha tardado el médico y los preparos para calmar a la “muer” – tratando de
quitarle importancia
-Pero “sa suicidao” ¿o no?
-Si… vaya digo yo… - dudó en
seguir hablando – me han “estao” preguntando como estaba el cuerpo, si había
alguien más de la “muer”, si vi a alguien salir, quien fue el primero en
entrar, si no fui yo… - recapituló – para enterarse de si hay “argo” que tengan
que saber.
-¿Y había alguien? – insistió
-No… vaya… yo cuando llegué
estaban las vecinas tocando la puerta y tuve que pegarle un patadón “pa”
abrirla… - rememoró vacilante – En el suelo estaba el muchacho y al “lao” la
“muer”.
-Otro más que se vá “pal” nicho
-La vida esta, que es “mu” dura y
no “tol” mundo la aguanta
-Bueno… vamos a la faena que ya
estamos echando el día por alto – Sentenció la conversación.
Llegando a la altura de los
humildes comensales, comenzaron las mismas preguntas al tiempo que cada cual
recogía del suelo sus trebejos.
-Que “na” que “man preguntao” y
“man mandao pa” casa – cortó de raíz el interrogatorio.
“Me
espera en la madrugá
Esa
niña que yo quiero
Y
antes que verla apená
A
la viña yo la llevo”
Prosiguió su canturreo casi como
un murmullo, cuando al coger la vara que portaba en el hombro, reparó en una
pregunta a la que en el momento de la investigación no supo dar respuesta.
-¿Me preguntaron si el portalón
del patio estaba abierto o lo abrimos nosotros?
-¿”Pa” Qué? – pregunto su hijo
-La “verda” que “pa” mi que
estaba abierto
-¿Y? – Interpelaron
-Lo mismo se creen que alguien lo
hizo y se escapó por el patio…- explicó Nauj a la concurrencia – como en este
pueblo tenéis la manía de no poner verjas ni echar la llave a las puertas… -
con aire condescendiente.
-La tapia del patio tendrá más de
dos metros Nauj…-titubeó – pero vaya que como están las cabezas ya no me
sorprendo.
-Mira que si tenéis en el pueblo
a un zumbado… - banalizó el inmigrante – no os arriendo la ganancia.
-A ver si te crees tú que aquí
somos como en la capital… - interrumpió Tromol – aquí a los “taraos” los
tenemos “controlaos”.
-El Guindi, el Loco, el Busta, el
“paharito”, y alguno que me “deo”… - enumeró – todos en la plazoleta por las
mañanas y a la ermita por la noche… - jactándose – “Tos” con su nombre y su
sitio “pa” que no se escapen.
-Déjate, déjate, que no todos los
que están tocados del ala se les ve venir tan fácil.
-¿y quién no está “tocao” del ala
hoy día? – Interrumpió el señor Gonzalvo – ¿A ver si te crees tú que los que
estamos aquí estamos “mu” bien?
En ese instante un alborozo
generalizado inundo el noveno olivo de la hilera que se acercaba a la vaguada.
-La pena de la “muer” ahora con
el crío.
Comentaban las mujeres
-Además de verdad
-“na” más que criar a un niño
chico sola… ufff – carraspeo al recordar – eso es “mu” duro.
-Dímelo a mí – continuó Enma
-Bueno… pero tú tienes a tu
“marío” que te manda cuartos y encima no le “ties” que aguantar.
-Coño… -molesta con las palabras
menospreciantes - pero tengo dos críos y la niña es vaya… un demonio.
-Como que ésta era “mu” buena –
replicó
-Oyé… que yo era “má” “güena” que
un colorín. – bromeó Eloya
-Si… cuando estabas “dormía”
-Pero vaya… la chiquilla todavía
es joven…
-Si pero es más pobre que las
ratas y tiene un crío de otro… que sabes tú como es la gente.
-Que yo “pa” mi “hio” quiero lo
mejor… y lo “meor” no es una que traiga bártulos de otra casa.
-¡¡¡Pero está güena!!!
Interrumpió Juma al pasar por la
vera del chismorreo femenino.
-Ésa una vez que para… - se frotó
las manos – habrá que hacerla un favor… no se va a quedar la muchacha “toa” la
“vía” sin catar varón.
-bueno…ya salen los machos… - se
burló Enma – yo… si me “queo” viuda… no quiero más hombre… vaya… me arreglo yo
sola y punto… - palmeteando una mano contra la otra con la palma y el dorso.
-Ay… que guarra!!! – Se santiguó
Matria con vergüenza – pero no les des coba que estos niños son más malos que
la viruela.
-Matri…. No te asustes “muer” que
tú también estás para hacerte un favor… que todavía estás “buenasa” –
interrumpió Tromol vociferando dos olivos por encima.
-¿”Buenasa”? Tu sí que estás
“buenaso”… ¡cacho guarro! – volvió a santiguarse – Decirme “buenasa” delante de
mi “hia”.
-El Juma “tie” algo de razón… la
muchachilla… un algo habrá que hacerle… no “pa toa” la vida… pero oye… para que
se desquite de cuando en cuando – apunto Gonzalvo – Vaya… que yo tengo mi
“muer” y vaya… pero que si por el bien del pueblo hay que sacrificarse… yo me
pongo en la lista.
-Si es lo que yo digo… no “pa
toa” la vida… solo un ratillo por su bien…-sugirió Juma - ¿Es o nó Nauj?.
-A mí es que no me dejan.
-Tu estás “amariconao perdío”
-¿yo? Pero si voy sobrado de
polvo y paja – carcajeo
-Dejar al muchacho que está
“enamorao” – comentó Enma
-Tanto no lo estará cuando
todavía no se ha “casao” – refirió Matria
-Ya se casarán – refirió Eloya
-Que estamos hablando de la viuda
alegre… no de mi – protestó Nauj – además… ¿para qué me voy a casar si ya hago
vida de casado?... Mi casa, mi chica, mis perrillos y mis gatos…
-Y los niños “pa” cuando –
pregunto con descaro la más mayor de las tres.
-Yo no quiero niños… y más como
está la vida… - vaciló al continuar – díselo a tu niña
-Si se lo digo a “toas” horas…
-Madre… yo soy más de practicar…
- contestó impertinente Eloya
-Eso es lo mejor – habló Mentuel
que llevaba canturreando y silbando sin hablar con nadie un buen rato.
-Que cuando te casas se acaba lo
bueno – aprovechó para apuntillar el señor Rubín
-Esta juventud ha “perdío” los
valores… - se lamentó Matria – ya no respeta “naita”
-Déjales que disfruten que con lo
mala que se está poniendo la vida… - prosiguió Mentuel – les va a quedar “na”
más que eso
El sol
comenzaba a esconderse tras el macizo de Bull y las últimas luces bañaban
tímidamente las copas de los álamos junto al lago de Carranza, lugar de asiento
de las aguas de la cañada del Roble. La Vega del Rubín se oscurecía lentamente
dando paso a la sombría soledad de la calma. Los jornaleros recogían sus
herramientas de trabajo y los últimos montones de aceitunas se cargaban en los
diferentes carros para proseguir su caminar a los cortijos colindantes. La Luna
aparecía sutilmente como escapando de la lejana ciudad de Selana y las
estrellas más brillantes del firmamento despertaban indicando los puntos
cardinales de un mundo cambiante y a la vez inmutable. La tierra de los caminos
espolvoreaba su vomito de polvo al pisar incesante de los trabajadores y la
villa de Sadiagla asomaba con el humilde alumbrado de la parquedad. Cada cual
tomaba su calle, buscando su hogar y el cálido abrazo de la candela y los seres
queridos. Cada cual descansaba los músculos junto al abrigo de las paredes
gruesas de una villa modesta, de unas casas blancas, de unos pensamientos
sencillos.
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