martes, 17 de junio de 2014

OLVIDO DE GODARIA - IRA - CAPÍTULO II



 CAPÍTULO II
Bajo la sombra eterna del macizo de Bull al oeste de Selana, se escondía de miradas curiosas  la desaparecida villa de Sadiagla. Una calle ancha de piedra gruesa sobresalía con imperfecciones vertebrándola desde el inicio hasta el final ramificándose en pequeñas venas de tierra con casas de planta baja encaladas a salpicones de adobe, argamasa y madera a cada lado. En el epicentro de la travesía una figura marmolea sin cabeza ni hombro derecho, vigilaba a los desharrapados transeúntes con inusitado desprecio. Frente al busto invertido, una gran vivienda de paredes lisas de color ocre con tres plantas y varias ventanas, presidía una plazoleta yerma redondeada y vacía de color. En su tejado un mástil oxidado ondeaba una bandera ayudado por el viento de levante que espoleaba sin descanso un pequeño cesto con dos ramas de olivo sobre un fondo magenta. Desde la desgastada tela se divisaba a todos lados una alfombra de tonos terrosos, asperjados con gotas glaucas y plata, que se balanceaban con tranquila infinitud, junto a insolentes manchas cetrinas y pardas bañadas por la umbría de un relieve deformado por milenios que daban forma a una vasta cuenca en forma de U de la que solo se escapaba por un pequeño camino perdido en la maleza del sur.
Un alarido ahogado resonó en la claridad de la mañana.
-¡¡¡Dios mío, Dios mío…. No, Teme, No… Por dios!!! –
Sollozaba una muchacha lozana de cabellos azabaches largos y lisos e incipientes arrugas en la comisura de unos ojos color miel marcados por bolsas ligeramente amoratadas en los párpados cuyas manos agrietadas y uñas gastadas sujetaban el cuerpo inerte que se balanceaba en una soga asida a la viga central de su vivienda.
-¿Por qué, Dios mío, por qué, Teme… Dios?
Preguntaba entre gritos y lamentos.
Al oír el grito, varios hombres y mujeres que a esas horas despertaban y se preparaban para sus quehaceres diarios, entraron violentamente en busca de una estampa diferente, quizás un ladrón, un animal. Pero lo que se encontraron fue más traumático. Rodeando un cuello amoratado, un cabo de cuerda gruesa balanceaba un hombre algo mayor que la joven, alto, curtido y rudo pero apuesto,  de tez morena y rostro cuadrado con los ojos desencajados y la boca entreabierta desde la que asomaba parte de una lengua hinchada que abultaba bajo el mentón de una cara violácea unido a un fuerte olor a heces y orina inundando la estancia.
-¿Pero qué cojones ha pasado aquí?, Pero Teme por Dios que has hecho?
Vociferó un hombre de mayor edad que acababa de entrar con un portazo en la instancia.
-Mina, chiquilla apártate que le bajemos, por Dios –
-No, no, no, Teme, no, no, no-
Repetía entre lloros amargos Mina, la doliente esposa del péndulo humano
– Hijo de puta, por qué, por qué –
Seguía vociferando.
Entre dos chavales sujetaron el corpulento cuerpo sin vida de Teme, mientras  el de mayor edad cortaba la amarra sujeta al travesaño que partía el cuarto de pocos metros presidido por una silla tumbada y una chimenea central con los rescoldos aún calientes. Como plomo yerto, el desdichado muchacho cayó pausadamente al suelo sujeto por Juma y Corlas, dos mozos algo menores que Teme y con la misma presencia curtida y tosca.
Mientras el fallecido era apeado del madero, algunas mujeres y hombres habían salido corriendo en busca de la casa cuartel que la Guardia Ciudadana tenía en una de las paralelas  colindantes calle abajo. Este estamento protector del estado y sus ciudadanos, heredero de antiguos idearios militares, se encargaba de la vela y cumplimiento de los derechos escritos en la “Carta Magna”. Entre sus quehaceres diarios se encontraban la solución de conflictos en los caminos, ya fueran bandoleros, atracadores, o accidentes y disputas e incidentes dentro de las poblaciones Sadiaglianas, debiendo hacer primar el orden y el honor en virtud del país.
Instantes después dos hombres fornidos ataviados con sendos uniformes marrones con cinturón ancho negro y una espada larga y estrecha que se curvaba hacia la punta sujeta al mismo, aparecieron tras la esquina, junto a los hombres y mujeres que habían ido a buscarlos.
–¿Dónde es?
Preguntó el más alto de los dos Guardias al hombre que tenía a su lado
– Allí, en la Casa de Teme, junto a la panadería
Respondió Pabled, un muchacho de joven, extremadamente delgado y rubio con nariz aguileña y mentón pronunciado cuyas orejas despegadas de la región occipital parecían dos alas levantando el vuelo mientras aceleraba el paso con gran desazón. Con un par de zancadas Quintilo, de porte regio, moreno, alto, altísimo, de casi dos metros de estatura y buche abultado bajo unas espaldas anchas como los llanos de Antiquaera y Pobel, de menor estatura, pelo blanquecino y cuerpo orondo atravesaron el marco de la puerta de par en par al tiempo que Mentuel, un hombre maduro de aspecto vetusto y movimientos lentos y sosegados terminaba de posar la cabeza del cuerpo sin vida de Teme en el suelo.
–Mentu, ¿qué ha pasado, y su mujer? Sacarla de aquí hombre, como dejáis que vea esto, coño
Avasallaba atropellado el Cabo Primero Quintilo al hombre de pelo rucio que en su mano portaba la navaja que acababa de cortar la cuerda que mantenía en vilo minutos antes al suicida.
 –¡¡¡Dolí!!!, llévate a Mina de aquí
Espetó Mentuel a su esposa que se amparaba tras el Cabo Pobel junto a la entrada.
–Venga hija, vente conmigo, vamos a hacerte un algo para calmarte
Sujetó con cariño a la reciente viuda mientras luchaba por andar temblorosa y a la que casi había que arrastrar a través de los pocos metros que separaban las casas.
–Pero por Dios, anda que manda cojones Teme, pero muchacho… ¡Pobel!
Interrumpió sus pensamientos
–Acércate a la casa del doctor que te pilla de camino y a la casa de Juntas para avisar al Juez que habrá llegado.
Como una exhalación Pobel algo más joven que Quintilo se perdió entre el gentío que comenzaba a remolinarse en la calle por el mismo camino que había recorrido.
–Pobre muchacho
Suspiraba el hombre de más edad de la estancia mientras fijaba su vista en la carne morada que estrechaba la garganta de Teme.
–Pero “pa” que hace esto, si ayer estaba de bien
Mencionaba Juma, un joven veinteañero fibroso de pelo casi rapado color cobrizo, frente descubierta y mentón rectilíneo, de ojos pequeños y oscuros mientras tomaba el pulso en la muñeca diestra en un intento vacío de buscar signos vitales
–Está frio de cojones!!
Se sorprendió
-Aparta coño, como no va a estar frio, anda calla y tirar “pafuera”
Ordenó el Agente con tono lastimoso mientras apartaba a los muchachos y buscaba la Arteria Carótida en el cuello del muchacho con sus dedos
– nada… parece mentira Mentu, ya van tres en lo que va de año…
Un silencio incómodo inundó la estancia
– Yo no sé qué será
Mascullaba en voz alta
– La gente está muy nerviosa, les da un “volunto” y se les va la cabeza… tu dime a mí que problemas podía tener este muchacho… Que si…
Reflexionó
-Que el trabajo está muy malo pero vaya… que no es la primera vez que pasa en la vida, que hay cosas peores
Trataba de racionalizar Mentuel mientras guardaba la navaja en su bolsillo
-Ahora tenemos el campo… yo…
Se paró un segundo cabizbajo
-yo no sé… esto es el agua o algo porque no es normal
– Voy a salir a decirle a la gente algo que no veas la que se está liando ahí fuera
Comentó Quintilo apartando la cortina ajada que tapaba el cuadro por el que entraba la luz que daba a la calle
– Gente…-bramó-  Venga, ya está todo hecho, vayan marchando que ya molestan
Exigió sin miramientos a la par que aumentaba el volumen de la muchedumbre
– Esto es increíble!!
Se sorprendió el Cabo
– Os gusta estas cosas una cosa mala, venga coño, que aquí hay gente que lo está pasando mal.
Mientras se iba dispersando lentamente el tumulto generado, un joven barbado en ropas buenas asido a un maletín de cuero negro  y un hombre mucho mayor que él con indumentaria algo desfasada atravesaban entre el gentío en busca del hogar del suceso. Junto a ellos, algo rezagado por las carreras dadas, Pobel y un muchacho moreno de barba incipiente y espaldas anchas que no podría llegar a los veinte años hablaban apesadumbrados al tiempo que Juma y Corlas llamaban su atención
– ¿Que ha pasado?, ¿Se ha matado uno?
Comentó cuando vio alejarse al Guardia el joven que acababa de llegar
– Nauj… que pasa?
Replicó Juma ensombrecido.
-Pues si… ahí hemos estado yo y Corlas y su “pae”, no veas como estaba Teme, “hinchao” “hinchao”
Se señalaba Juma la cara con las dos manos
– se ha “atao” una guita al pescuezo y “sa colgao”
Hizo ademán de caerse emulando el supuesto.
-Se le ha “partío” hasta el cuello, lo tiene “torcío”, así “pa” un “lao” y la lengua no le cabe en la boca… ha “sío” la hostia… además se ha “cagao” el “hijoputa”… yo no sabía que te cagabas cuando te morías… vaya hostia… no veas como olía… como cuando tu perro se quedó encerrado en la covacha… Su “pae” lo ha “bajao” y lo hemos puesto en el suelo… ahí estaba la “muer” con él cuándo hemos “llegao”… anda que también la “probe” tu dime a mi levantarte y ver a un tío “colgao”… anda que… coño eso no se hace… vete a los olivos… ¿qué quería? ¿Que la “muer” también se muriera del susto?... es que manda “güevos”… ¿te quieres matar?... “Pos” mátate, pero no vengas aquí dando por culo… es que vaya…
Se acaloraba atropellando las frases, un Juma, visiblemente afectado
– a “to” esto, que tampoco tenía por qué
Se cuestionó Corlas, el tercer muchacho en discordia, un chaval de la misma edad que los otros dos de cabellos como el trigo, gestos serenos, delgado como las espigas, pecoso y de cabeza cual triángulo invertido rasgos lisos y debido a las circunstancias, tez marcadamente blanquecina.
– si la “muer” está “preñá” y “tó”, es que vaya.. Esta “ente” se le va la cabeza y vaya… -.
Al tiempo que conversaban los tres muchachos tomaron la calle principal cuesta abajo hasta llegar al portalón de la verja de una casa ancha y descuidada con un pequeño huerto delantero labrado recientemente. Mientras seguían con sus diatribas Nuaj con el rostro adormilado pero tratando de prestar atención a los coloquios de sus compañeros llamó a la puerta de madera gruesa que tutelaba la vivienda e inquirió cambiando diametralmente de tema.
–¿Iremos a trabajar no?
–Hombre… digo yo
Contestó asertivo el rubio de pelo corto.
–Yo que se…
Dudó.
-Teme estuvo en la cuadrilla hará un par de años…
Interpeló dubitativo Nuaj
- Si pero vaya… que la gente anda con prisas… con lo que ha “llovío” es que están “toitas” en el suelo.
Terminó declarando el lenguaraz de cuerpo atlético y pelo casi rasurado.
–Yo creo que si
Sentenció Corlas.
Tras el previo chirrido de la puerta y el clic del choque del metal asentándose en el apontoque que frenaba su salida del eslabón del cierre, apareció una figura menuda y delgada, de rasgos brujescos  y pelo lacio con tonos castaños que apoyaba su arrugada mano en el marco de la puerta enseñando unos dedos sin apenas uñas. No contaba ni cincuenta inviernos pero era la viva imagen del trabajo de campo y de la crudeza con la que los elementos desgastan al hombre. A pesar de sus ojos cansados y unas ojeras abultadas sonrió afectuosamente dejando ver un puñado de dientes mugrientos y descolocados que apenas bastaban para esconder una garganta oscura y maloliente que desprendía alcohol desde antes de su apertura.
-Que pasa muchachos
Saludó afectuosamente Tromol, el encorvado encargado de la cuadrilla de trabajadores de las tierras de Rubín pertenecientes al condado de Antiquaera situadas a las faldas del Bull al sur de la cuenca de las Canteras.
-“Amos” ya ¿No?
Pregunto mientras cogía una chaqueta de tela gruesa de algún colgador cercano a la puerta.
-¿Sabes lo de Teme?
Interrumpió Nuaj antes siquiera que pudiera cubrirse con el abrigo.
-¿El qué?
-Pues que por lo visto se ha ahorcado en su casa hace un rato
-¿Qué dices muchacho?¿Cómo se “vaber matao”?.
-Que si Trom, que Corlas y yo estábamos descolgándole en su casa cuando ha “venío” Quinti.
Interrumpió Juma tratando de convencer a Tromol.
-Anda que…
Se paró unos segundo pensando su reacción
-Pues mira que lo siento, con lo buen muchacho que parecía. En fin ya no se puede hacer mucho por él.
Termino de abrocharse los botones de su chaqueta oscura y encabezó la caminata hasta la siguiente parada al final de la calle principal mientras iban relatando posibles causas a lo sucedido.
-“Tontás”, eso es que la “preñaura” no es suya, seguro que la “muer” se la “dao” con el que sea y Teme que siempre ha “sio” “mu” tonto, se ha “quitao” de en medio en vez de quitarla a ella.
Dijo Tromol en un momento dado mientras se acercaban al final del empedrado de la calle principal justo al final de la última hilera de casas que concluían el asentamiento de Sadiagla.
-Si hombre, pero si Mina está encaprichadísima  del muchacho. Si dicen éstos que estaba llorando como una magdalena y hecha polvo a su lado Trom.
Nuaj vaciló.
-Que no digo que no pueda…
Volvió a titubear
-O no sea capaz o bueno… yo que sé. Pero que no Trom, que no, que la chica esa no es así.
Trató de argumentar
-Ya estáis en los pueblos como siempre macho, pues tendría depresión o nervios o yo que sé. ¿Tiene que ser la mujer una golfa para que un tío se quite la vida? A ver que se dice de aquí a unos días…
-Yo te digo una cosa…
Cortó Corlas, poco dado a hablar demasiado
-Lo que sea le ha “dao” y mira… lo de que Mina sea un poco puta…
Hizo ademán asertivo mientras fruncía el ceño con sus pobladas cejas.
-Muchacho!!!
Juma interrumpió con mucho énfasis
-Sois más cotillas, luego decís de las “mueres”.
En ese instante una madre y una hija aparecieron al final de la última bocacalle con pendiente de considerable pronunciación portando sendas bolsas de tela voluminosas, en las que llevaban pan y diversas viandas que asomaban cerca de las asas.
-Ahí vienen las Yanas.
Intervino Tromol al tiempo que se giró hacia Corlas.
-¿Y tu “pae”?
-Estará con Quinti.
-Ya… Pero vendrá ¿no?
-Si… Pero digo yo que más tarde
-Pues que “tie” que hacer.
-Le tendrán que interrogar y esas cosas
-No le van a interrogar, lo que van a hacer es tomarle testimonio. Tu padre no es sospechoso coño, es un testigo e imagino que querrán prestarle declaración para que el juez de paz y el médico hagan su informe.
Apuntilló Nuaj.
-Pues eso… tendrán que hablar con él. – contestó Corlas
-Que fino eres crío.
Se rió condescendiente Tromol, mientras llegaban a su lado, después de subir la enorme cuesta embarrizada por los temporales de agua que azotaban la zona, Matria y Eloya. Madre e Hija de la familia de las Yanas. Una de las familias más antiguas de la población Sadiagliana y a cuyo apellido se apegaban buena parte de los casi quinientos habitantes que poblaban este viejo asentamiento. Años atrás el marido de Matria había caido enfermo de gravedad dando con sus huesos en pocos meses al cementerio, circunstancia que dejó vacías las arcas de su casa, una viuda orgullosa de su estirpe y una huérfana que tuvo que madurar demasiado pronto. Estas mujeres morenas antaño de rasgos femeninos y atractivos dieron paso en virtud del trabajo agreste a la silueta acomplejada de la voluptuosidad de las curvas en las caderas, las durezas en las manos y las arrugas en la piel.
-Buenos días
-Buenos días familia
Contestaron los cuatro que aguardaban en lo alto de la pendiente.
-Anda chiquito, cógeme la bolsa.
Imploró Matria mirando al más joven de los cuatro que allí esperaban.
Nauj cogió la bolsa percatándose del peso en su mano diestra, mientras pensaba en  por qué no habían bajado a echarlas una mano, aunque hubiera sido a medio camino. Un pensamiento que se repetía mañana si, mañana también. “Mañana lo hago”.
-¿Os habéis “enterao” de lo de Teme?
Refirió el encargado de cuello corto y pelo blanquecino.
-¿De qué?
Replicaron las Yanas al unísono.
-Pues que se ha “ahorcao”.
-No me digas. Pero bueno… pero si la Mina está “preñá”. ¿Y ahora que va a hacer la muchacha? “amos” que… ¿Y cómo ha “sio”?
-Por lo visto se lo ha “encontrao” la muchacha así “na” más levantarse. Se ve que se levantó esta mañana, le dio por ahí y se colgó. Anda que también…
Un mutismo en el camino avivó la curiosidad.
-Y digo yo… ¿qué es? ¿Qué le van a quitar la casa?
Preguntó sin mediciones Eloya a los caminantes que surcaban el zigzag que bajaba por la vereda encharcada hasta el valle que presidía las tierras de las Canteras.
-Pues lo mismo. Con lo que le gustaban a Teme las tabernas y los juegos. Pero vaya…
Tromol hizo una pausa dramática para enfatizar su postulado.
-Que eso es que el niño no era suyo y la “dao” por “áhi”.
-Que no Tromol, que esa niña lleva con él desde cría.
Protestó Matria en defensa de la reciente viuda.
-Ya, ya… lo que tú digas… fíate tú de las mansitas.
-Que eso es por los dineros “quel” muchacho no vale “pa” “na”. ¿Tu por qué crees que el señorito le dejó de llamar?
-Por ahí no. El Teme era “mu” buen “trabaador”. Lo único, que le gustaba el “pirriaque” pero vaya que a “tos” nos gusta y tampoco nos falta de “na”. “Apuraos” como todos pero que no…
Exageró su respuesta.
-Que ya verás tú como es lo que yo digo.
Entre interpelaciones mutuas, el sol terminó asomando por entre el claro que formaban las peñas de la Galata. Entre Sadiagla y el Macizo de Bull. Una hondonada natural cubierta de olivos viejos con tres patas cada uno que abarcaban diez hombres rodeándolos. Al Sur de la cuenca una desastrada edificación construida en un tiempo inmemorial tutelaba  más de doscientas fanegas de olivos
Los más de diez mil olivos pertenecían a la casta de los Rubín. Prácticamente la totalidad de los puestos de trabajo que una pequeña población agrícola como Sadiagla pudiera ofrecer. Sin lugar a dudas esta familia, cuya línea de sangre se remontaba a los Tiempos de Gódal I y que sin interponerse a los cambios de la historia, supo aprovechar las diferentes coyunturas que se le presentaron para reafirmar su poderío.  
Junto a una pendiente acentuada, cercana a una pequeña construcción casi derrumbada a modo de almacén de apero, se resguardaron del aire helado que de las montañas bajaba como una cascada.
-“Amos” a encender una candela.
Voceó Tromol a la troupe recién llegada mientras la niebla se apoderaba del lugar.
-La madre que me parió, que frio que hace aquí.
Refirió Nuaj.
-Esto no es frio nene, te vas a enterar luego cuando venga el frío de “verda”.
-No, si ahora voy a ser yo el único que está helado… No te jode
-Mira…!
Se señaló la oreja derecha Tromol al tiempo que enseñaba unas marcas como de pequeñas mordeduras bajo el hélix y el lóbulo del pabellón auditivo.
-Esto es frío…
Carcajeó volviendo a dejar a la vista los pocos dientes que resistían agarrados como murciélagos.
-Sabañones como puños me han salido “quistante”
-Pues déjate, que mis orejas me gustan y a ti… total… 
Recapacitó si proseguir o no
-Para lo que te queda en el convento…
-¿Ya me quieres mandar “pal” huerto los “callaos”?
Rieron todos mientras juntaban ramas verdes recién taladas de los olivos colindantes en un montón, al tiempo que Juma sacaba del bolsillo de su chaleco un puñado ramillas secas para facilitar el prendido del fuego que les calentaría antes de la dura jornada laboral.
Con un pedernal de magnesio del otro bolsillo arrimado a la yesca seca que trajo consigo, rascó su cuchillo contra la piedra desencadenando una pequeña rociada de chispas que rápidamente prendieron el amontonamiento de ramitas que a su vez crecieron en busca del combustible vegetal. En pocos segundos todo aquel conjunto de tallos verdes quedaron envueltos en una llama rojiza que se elevó sobre las cabezas de los seis jornaleros que rodeaban la hoguera.
-Ahora que está prendiendo hay que ponerse al lio.
Canturreó Juma rompiendo el círculo.
-Venga…
Conminó Tromol adelantándose en busca de la casucha donde se encontraban las cestas de mimbre, las varas de olivo, nogal y álamo y los fardos de tela basta usados en la recolecta de la aceituna para su posterior manufactura en aceite.
-La mía es la de la punta rota.
Espetó Nuaj adelantándose al resto.
-Pues coge el “serruchillo” que luego dando palos salen “rajás”.
-Si Nuaj le da flojito “pa” no “raarlas”
Ironizó Juma mientras amontonaba sobre su hombro el resto de varas que junto a una esquina se apoyaban.
-Ya pero yo le doy con la puntita nada más
Replicó el inmigrante.
-Ay como están estos niños hoy… con la puntita dice… ay , ay qué poca vergüenza con mujeres al “lao”…
Se burlaba Matria, mujer casi rondando la ancianidad de moño altivo que disimulaba el poco pelo canoso que todavía le quedaba sobre un rostro apergaminado y ojeroso mientras asía el cesto que por peso y capacidad siempre terminaba por apropiarse. En parte por edad, respeto y el cariño que todos la tenían, en parte por lo avispada que era ella para descuidarse de según qué situaciones de trabajo.
-Déjelos madre… estos niños están más “salíos” que el pico “d´una” mesa.
Protestó la voluptuosa de curvas prietas y pelo rizado y negro sujeto cual cola de caballo, cuya feminidad desaparecía cuando hablaba.
-Venga… que se nos echa la mañana encima.
Arremetió Tromol entre palmoteos acelerados mientras cogía de una de las destartaladas repisas un botijo de barro sucio y levemente agrietado.
-Mira… por ahí viene la “Arbina”.
Señaló Corlas al camino de entrada desde el lado opuesto al que ellos habían tomado para llegar, mientras aparecía un carruaje largo tirado por cuatro caballos blancos manchados vigorosos y perfectamente ataviados, hostigados por la fusta de un hombre esbelto, bermeja cabellera y bien vestido, acompañado por una mujer con un pantalón raído, y una camisa oscura cubierta por una chaqueta gruesa entre la que se resguardaba como si quisiera hacerla una con su cuerpo. Rubia como el oro y cutis tan blanco que cuando salía el sol apenas si se la veía. Esta mujer de rasgos femeninos y curvas suaves aparentaba menor edad que la que habría de tener pero los olivares comenzaban a pasar factura una silueta y una piel tiempo atrás mucho mejor atendida.
-ehhh!!! “tusa”, ehh,
Vociferaba el hombre, mientras tiraba de las correas para parar el calmoso trote de los equinos.
-¿Qué? ¿Hoy empezamos más tarde?
Esputó como si de un gargajo se tratara Gonzalvo de Rubín y Beltrán. Dueño y señor de parte más occidental de las tierras que pertenecían a su familia. Un noble de nariz aguileña rostro enjuto y barbilla prominente donde los  pómulos casi tocaban los párpados que por falta de espacio no dejaban apenas ver una mirada azulada y despierta, y cuya cara solo destacaba por una boca plana y ancha cual separación entre losas. Este noble de carácter agrio, seco y huraño, se encontraba entre los personajes más ambiciosos que uno pudiera conocer por la región, sus tierras no eran más que la excusa para fomentar un poder que pretendía agrandar a base de trabajo ajeno e influencias. Nadie podría decir que era el típico “señorito” que asalariaba a una caterva cualquiera y la ponía a trabajar en sus tierras bajo la tutela del primer personaje que supiera diferenciar un manzanillo de un picual. Este noble, a pesar de su rancio abolengo, y por tanto, de las habladurías que por su condición pudieran oírse, prestaba sus manos y su espalda al servicio de su herencia. Es decir, trabajaba como el primero y lo único que pedía a cambio era el mismo esfuerzo. Siempre he escuchado que un jefe, no tiene que decirlo, tiene que demostrarlo y Gonzalvo de Rubín y Beltrán era un patrón que al menos demostraba.
Esta circunstancia, podría parecer beneficiosa, pero como todo en la vida tenía grandes contras. Cierto es que solo pedía el mismo esfuerzo que él hiciera, pero claro… ¿quién mide el esfuerzo de cada trabajador?. No es fácil ser imparcial a la hora de ponderar los esfuerzos ajenos. Este bien avenido grupo trabajaba desde que salía el sol, hasta que se ponía, sin más descanso que la parada obligada del medio día para el yantar. Y al menos ese era uno de los beneficios de trabajar codo con codo con el dueño. Su gusto por la comida y las bebidas espirituosas alegraban las tardes posteriores. Ese carácter arisco y retraído se tornaba en un disparate dicharachero y desenfadado que, al menos, compensaba las prisas y malos humores de la mañana, haciendo más llevadera la segunda mitad de la jornada. Asimismo no escatimaba en cenas en tabernas en favor de los hombres de la cuadrilla cuando creía que eran merecedores de tal “honor”. Situación que aprovechaba para acercarse al pueblo llano y mermar la mala opinión que de los de su casta se tenía.
-Venga… esa hilera “pá bao”
Exigió al tiempo que se bajaba del asiento del carro e indicaba con el dedo una de las muchas andanas que bajaban como un torrente de verdes y marrones por la ladera.
-Hasta la “cañá” y vuelta.
Tromol que ya cargaba con el botijo en una mano, arrastraba con la otra una serie de fardos de tela basta, gastada por el trasiego y el desgaste de las piedras del camino. Estos fardos solía ser antiguas sábanas de las camas que por antigüedad traían los terratenientes a las labores del campo. Antiguamente estas sábanas no las podían reutilizar los trabajadores para sus casas, por estar mal visto, pero, aun habiendo zonas y dueños que todavía querían perpetuar estos hábitos clasistas, éste no era el caso, y  cada cierto tiempo Gonzalvo portaba en el carro algún que otro juego de cama para sus proletarios con la única condición de que aquel que se lo llevara debiera traer otro juego para su uso.
Mientras unos y otros colocaban las telas bajo el primero de los enormes olivos, Gonzalvo desmontó las correas, las riendas y los bocados a los caballos guiándoles dentro de una corraleta pegada al almacén de aperos.
Las horas pasaron con el murmullo de voces en la lejanía. Juma y Gonzalvo portaban sendas pálidas varas de Álamo de tres metros de longitud melladas por doquier que pesaban una barbaridad con las que golpeaban las ramas más altas de los olivos mientras que Corlas y Nauj se agarraban a los troncones centrales trepando como gatos con varas de olivo mucho más cortas para tirar al suelo las aceitunas más escondidas  del interior; bajo la sombra de un sol cada vez más alto, Matria, Eloya y Enma, las tres mujeres de la cuadrilla se afanaban en coger del suelo de los olivos que por delante se encontraban sin fardo casi una a una las aceitunas que por el viento, el agua y la madurez habían caído al suelo, en última instancia, Tromol detrás de todo este movimiento recogía las puntas de los fardos formando una X central de manera que quedaran sobre el centro un montículo de aceitunas de casi 400 kilos que con ayuda de un saco de arpillera y las fuerza de arrastre de los brazos se iban llenando y cargando en el carro que cuanto más se avanzaba el día, más lejos y más arriba de la cuesta quedaba.
Los brazos temblaban de dolor por el peso de la vara, la espalda se quebraba, la tirantez del cuello obligaba a moverlo constantemente para relajar los músculos, las manos callosas se agrietaban y las palmas se enrojecían a pesar de todos los días haciendo el mismo esfuerzo. Los cortes a lo largo y ancho de la piel se multiplicaban cuanto más adentro del olivo se encaramaban, los ojos lagrimeaban por el choque de las ramas y las hojas en la cara, el polvo, la arena y las virutas asentadas se agitaban por el movimiento buscando apoyo en las córneas, los tobillos se torcían, el cuerpo se tensionaba a más de tres metros de altura. Las uñas de los dedos se degastaban, cuando la carne viva asomaba por la yema de los dedos habían de usar la capucha de las bellotas a modo de casco para los dedos, el espinazo pegaba latigazos al intentar cambiar de postura y la carga de los cestos a los que cada vez parecían caberles más peso, marcaban el costado como hierro candente.
Los días de sol eran los peores, a los mencionados avatares del trabajo olivarero había que sumarle el calor. Un viento pegajoso venido de las tierras desérticas del sur golpeaba de lleno en las telas adheridas al cuerpo de los trabajadores, llevándose consigo la poca humedad de la mañana y provocando un sudor constante y denso que dificultaba incluso abrir los ojos. La frescura del botijo escondido bajo la sombra de algún olivo cercano medraba en la angustia y la sequedad, a pesar de ello, la mucosidad de las gargantas complicaban  la respiración que se volvía entrecortada y e incluso asfixiante si se atravesaba cualquier viscosidad en el gaznate.
-¡Vamos a comer!
Gritó Gonzalvo a sus trabajadores, mientras un suspiro de alivio se escapaba por sus bocas.
-Muchacho que sofoco.
-Esto es peor que parir
-A mí entre esto y que me den por culo…
-Que me den por culo, que me den por culo… no jodas
-Me pongo una diana en el “oete” y oye… a “disfrutá”
Relataban entre bromas y chanzas la troupe cuesta arriba en busca de las viandas.
-Anda chiquito, arrímate a por el búcaro
Imploró Matria a Nauj mientras pisaba con aprieto la ardiente tierra blanca del suelo
Bajo una umbría de tierra caoba, a las faldas de un manchón de arbustos, zarzas y matorrales, se sentaron a comer. Era tradición que las mujeres trajeran la comida, previo pago por parte de todos los allí reunidos de un estipendio semanal. Muchos de los hombres que allí trabajaban o no sabían o no tenían quien les cocinara, como el caso de Nauj, así que para evitar incomodidades (a los hombres) se cargaba la labor de la cocina sobre los hombros de las que tradicionalmente la llevaban, es decir, la mujer.
El menú era poco variado, casi cada día, se guardaba en un cuenco de barro hondo con tapa, a la que se le enganchaba una guita tiesa como un garrote para con un par de nudos evitar que se abriera, un revuelto de verduras a base de pimiento, tomate, cebolla y si la fecha lo permitía naranja o ciñuela, aliñados con un chorreón de aceite, había días en los que podían permitirse el lujo de traer algún pescado en salazón, alguna arenca, incluso si entre ellos había quien tuviera cabras y mataba algún chivo, podían preparan cuajo con el estómago.
Cuestión aparte se encontraba en las viandas del noble. Por muy trabajador y relativamente afable que fuera, seguía siendo el más pudiente de todos los allí reunidos. No solo no comía junto a sus trabajadores, la cazuela tapada con tela a cuadros que portaba en un zurrón que escondía en la oquedad de un olivo cercano al carro, contenía más alimento que lo que más de uno pudiera probar en un mes. Jamón serrano, filetes de ternera y cerdo, chorizo, morcilla, tocino, cecina, lechuga, cebolla, pepino y tomate, aceite y vino de allende el norte. Todo ello ordenado y preparado para degustarse. Tras semejante banquete, quién podía tener ganas de trabajar al ritmo de la mañana. A veces he llegado a pensar que el hecho de alejarse del grupo no era más que una manera de salvaguardar su propia integridad, de mantenerse a salvo de una jauría de perros hambrientos que estarían al acecho por si caía algo de las manos del dueño.
En un momento dado, durante el almuerzo, Matria refirió, para integrar en la noticia a Enma
-Anda, que lo del niño…- comento afligida – pobre familia, en la vida me hubiera “pensao”…
-¿Qué ha “pasao”?
Solicitó Enma
-El Teme, el niño la Rula… que se ha “quitao” la vida
Contestó Eloya
-¿Y ese quién? ¿El que vive junto a la ermita?
-No… El que está “casao” con la Mina, la niña la Flora…- esperó Matria un gesto afirmativo por parte de Enma – Si, mujer, que su padre era de la “Verea”
-¡Ahhh! – Exclamó resolutiva – ¿él de la calle el carpintero?
-Sí, junto a la panadería
-Vaya por Dios… Qué pena de muchacho – Se santiguó mientras bajaba la mirada apenada – Bueno… ¿y cómo ha “sio”?
-Yo y el Corlas que íbamos “pa” la casa de Nauj y en la puerta estaba su “pae”- comenzó a relatar Juma tratando de explicarse lo más mesuradamente que pudo – Nos ha dicho “entrar pa cá” y allí estaba el Teme “colgao” con la “muer” a la vera- Resopló buscando las palabras –vaya palo, mira – estiró el brazo desnudo mostrando la piel erizada – cada vez que me acuerdo me entra lo más malo por el cuerpo…
-Vaya, vaya, vaya…- Murmuraban cabizbajos
- A todo esto… ¿y tu padre? – Inquirió Nauj que apoyaba la cabeza sobre una piedra estirando el metro setenta de su cuerpo
-Pues ya mismo debería de venir, tanto no van a tirarse con él ¿no?
Respondió dubitativo.
-Hoy vamos a tener que meterle caña si queremos que nos salga a cuenta - Interrumpió Tromol que acababa de aparecer de entre la maleza cercana – No llevamos ni siete olivos y no habré “cargao” ni 3000 Kilos siquiera… - trató de hacer la cuenta de cabeza – vaya… echar vosotros la cuenta- sentenció.
-Bueno… hasta la cañada quedan cinco y el que estamos seis, doce en todo el día… - espero Nauj algún gesto de aprobación.
-Cuando yo era joven, éramos cuadrillas de quince o veinte – comenzó a relatar Tromol – íbamos a matacaballo, se paraba “ná” y menos
-Pero eso era cuando Godal era soldado Trom, no vas a comparar – Replicó Juma a modo de chanza
-Calla, calla… - arqueó la ceja desaprobando la intromisión – No tenéis ni idea… igualito es el Gonzalvo que los que yo he “conocío”
-A mí me da igual cómo se “trabaara” antes… - interrumpió Enma – yo solo sé que estoy como un tomate…
-“Arbina” que tu vivías “mu” bien… - protestó Tromol con media sonrisa – Ahora sí que te salen callos en las manos ehhh – sentenció.
-¡¡¡Ay mozo!!! Que no te veas en las mismas. Eso sí que es para querer quitarse de en medio – Alegó las más blanca de las mujeres.
-No digas eso ni en broma que ya van lo menos cuatro este año – protestó Corlas al que todavía le temblaban las piernas al recordar el cadáver de la mañana.
-Déjate, déjate que cuando yo me vi sin una mísera estampa – comenzó a afectarse -  “tó” por la mierda los intereses… El almacén, los carros, la mula, los caballos, ¡coño! - se exaltó - se llevaron hasta el perro… Y todavía pagando ehhh!!... que no les parecía suficiente dejarme sin nada… - Trató de relajarse – Se podían haber llevado a mi “marío” por lo menos el perro cuidaba la casa.
-¿Cómo le va?
Preguntó Matria
-Hará una semana que me llegó un correo – Hizo una pausa apesadumbrada – bien… le va bien… por lo que cuenta, algo más de trabajo hay, pero vaya… mal pagado, muchas horas, el alquiler… “na” y menos me manda… -quiso explicarse- El no sale ni “na”, pero la vida es más cara que aquí… un pan no “mu” grande te sale por busto y medio… - detuvo su diatriba- lo malo son los niños – sentenció.
-Es su “pae”
Replicó Matria melancólica.
-¿Cuánto lleva por allí?
Preguntó Eloya
-La niña no andaba todavía… - meditó un segundo – va para tres años.
-Ten “cuidao” que ese “tie” otra y no se vuelve – se jactó con una carcajada maliciosa Tromol.
-“Pos” que le den por culo – cambió radicalmente el tono de la conversación tratando de aparentar mejor humor – a mí con que me siga mandando los cuartos… - como si quiere tener veinte – resolvió.
La conversación comenzaba a tomar tintes bufonescos que no trataban más que enmascarar las diversas preocupaciones que cada cual tenía, las comisuras de los labios marcaban ligeras sonrisas pero en los perfiles de los ojos se atisbaban por momentos tristezas y melancolías. La pérdida de un marido, un padre, una mujer, un hijo. Ninguno de los allí reunidos podía escapar del recuerdo y de su historia.
Entre las bromas que surgieron durante el descanso, apareció por la curva que miraba Sadiagla el padre de Corlas, Mentuel, un hombre bajo, recio, de espalda caída y estómago hinchado, barba sucia y desaliñada, ojos cansados y ocultos bajo una maraña de arrugas y ropajes de labranza. En su hombro izquierdo portaba una vara de metro o metro y medio como las que usaban Corlas y Nauj  de la que colgaba un hatillo. Su paso ligero repicaba al son del canturreo antiguo.
“Si tuvieran que matarme
Llevarme siempre a mi tierra
Porque es la mejor decencia
Enterrarse junto a los padres”
-Tu padre viene
Alzó la voz Gonzalvo según emprendía la cuesta abajo
“Tengo Chivos, cuatro cabras
Tengo un caballo “prestao”
Tengo sana la garganta
Y un hatillo en el “costao”

Tengo las luces del alba
Tengo la noche “estrellá”
Y la niña que más quiero
Me espera en la “madrugá”
-Muchacho que arte… - ovacionó el noble – Ole Mentuel…
-¿Cómo vais? – Preguntó el recién llegado
-Nos “quean” cinco o seis hasta la “cañá” – constestó Gonzalvo a medio camino entre el carro estacionado y el comienzo de la hilera que bajaba hasta la grieta provocada por años de aguas torrenciales en primavera
-Os ha “cundío” poco – Replicó irónico
-Faltaba el “maniero”
-“Apañá” va esta cuadrilla
-Dímelo a mí que soy el que paga
Tras llegar a su altura, Gonzalvo puso su mano derecha sobre el hombro, tratando de llevar la conversación a un plano más confidencial.
-¿Qué te han dicho? – Pregunto el dueño
-“Ná”… ha “sio” más el rato que ha tardado el médico y los preparos para calmar a la “muer” – tratando de quitarle importancia
-Pero “sa suicidao” ¿o no?
-Si… vaya digo yo… - dudó en seguir hablando – me han “estao” preguntando como estaba el cuerpo, si había alguien más de la “muer”, si vi a alguien salir, quien fue el primero en entrar, si no fui yo… - recapituló – para enterarse de si hay “argo” que tengan que saber.
-¿Y había alguien? – insistió
-No… vaya… yo cuando llegué estaban las vecinas tocando la puerta y tuve que pegarle un patadón “pa” abrirla… - rememoró vacilante – En el suelo estaba el muchacho y al “lao” la “muer”.
-Otro más que se vá “pal” nicho
-La vida esta, que es “mu” dura y no “tol” mundo la aguanta
-Bueno… vamos a la faena que ya estamos echando el día por alto – Sentenció la conversación.
Llegando a la altura de los humildes comensales, comenzaron las mismas preguntas al tiempo que cada cual recogía del suelo sus trebejos.
-Que “na” que “man preguntao” y “man mandao pa” casa – cortó de raíz el interrogatorio.
“Me espera en la madrugá
Esa niña que yo quiero
Y antes que verla apená
A la viña yo la llevo”
Prosiguió su canturreo casi como un murmullo, cuando al coger la vara que portaba en el hombro, reparó en una pregunta a la que en el momento de la investigación no supo dar respuesta.
-¿Me preguntaron si el portalón del patio estaba abierto o lo abrimos nosotros?
-¿”Pa” Qué? – pregunto su hijo
-La “verda” que “pa” mi que estaba abierto
-¿Y? – Interpelaron
-Lo mismo se creen que alguien lo hizo y se escapó por el patio…- explicó Nauj a la concurrencia – como en este pueblo tenéis la manía de no poner verjas ni echar la llave a las puertas… - con aire condescendiente.
-La tapia del patio tendrá más de dos metros Nauj…-titubeó – pero vaya que como están las cabezas ya no me sorprendo.
-Mira que si tenéis en el pueblo a un zumbado… - banalizó el inmigrante – no os arriendo la ganancia.
-A ver si te crees tú que aquí somos como en la capital… - interrumpió Tromol – aquí a los “taraos” los tenemos “controlaos”.
-El Guindi, el Loco, el Busta, el “paharito”, y alguno que me “deo”… - enumeró – todos en la plazoleta por las mañanas y a la ermita por la noche… - jactándose – “Tos” con su nombre y su sitio “pa” que no se escapen.
-Déjate, déjate, que no todos los que están tocados del ala se les ve venir tan fácil.
-¿y quién no está “tocao” del ala hoy día? – Interrumpió el señor Gonzalvo – ¿A ver si te crees tú que los que estamos aquí estamos “mu” bien?
En ese instante un alborozo generalizado inundo el noveno olivo de la hilera que se acercaba a la vaguada.
-La pena de la “muer” ahora con el crío.
Comentaban las mujeres
-Además de verdad
-“na” más que criar a un niño chico sola… ufff – carraspeo al recordar – eso es “mu” duro.
-Dímelo a mí – continuó Enma
-Bueno… pero tú tienes a tu “marío” que te manda cuartos y encima no le “ties” que aguantar.
-Coño… -molesta con las palabras menospreciantes - pero tengo dos críos y la niña es vaya… un demonio.
-Como que ésta era “mu” buena – replicó
-Oyé… que yo era “má” “güena” que un colorín. – bromeó Eloya
-Si… cuando estabas “dormía”
-Pero vaya… la chiquilla todavía es joven…
-Si pero es más pobre que las ratas y tiene un crío de otro… que sabes tú como es la gente.
-Que yo “pa” mi “hio” quiero lo mejor… y lo “meor” no es una que traiga bártulos de otra casa.
-¡¡¡Pero está güena!!!
Interrumpió Juma al pasar por la vera del chismorreo femenino.
-Ésa una vez que para… - se frotó las manos – habrá que hacerla un favor… no se va a quedar la muchacha “toa” la “vía” sin catar varón.
-bueno…ya salen los machos… - se burló Enma – yo… si me “queo” viuda… no quiero más hombre… vaya… me arreglo yo sola y punto… - palmeteando una mano contra la otra con la palma y el dorso.
-Ay… que guarra!!! – Se santiguó Matria con vergüenza – pero no les des coba que estos niños son más malos que la viruela.
-Matri…. No te asustes “muer” que tú también estás para hacerte un favor… que todavía estás “buenasa” – interrumpió Tromol vociferando dos olivos por encima.
-¿”Buenasa”? Tu sí que estás “buenaso”… ¡cacho guarro! – volvió a santiguarse – Decirme “buenasa” delante de mi “hia”.
-El Juma “tie” algo de razón… la muchachilla… un algo habrá que hacerle… no “pa toa” la vida… pero oye… para que se desquite de cuando en cuando – apunto Gonzalvo – Vaya… que yo tengo mi “muer” y vaya… pero que si por el bien del pueblo hay que sacrificarse… yo me pongo en la lista.
-Si es lo que yo digo… no “pa toa” la vida… solo un ratillo por su bien…-sugirió Juma - ¿Es o nó Nauj?.
-A mí es que no me dejan.
-Tu estás “amariconao perdío”
-¿yo? Pero si voy sobrado de polvo y paja – carcajeo
-Dejar al muchacho que está “enamorao” – comentó Enma
-Tanto no lo estará cuando todavía no se ha “casao” – refirió Matria
-Ya se casarán – refirió Eloya
-Que estamos hablando de la viuda alegre… no de mi – protestó Nauj – además… ¿para qué me voy a casar si ya hago vida de casado?... Mi casa, mi chica, mis perrillos y mis gatos…
-Y los niños “pa” cuando – pregunto con descaro la más mayor de las tres.
-Yo no quiero niños… y más como está la vida… - vaciló al continuar – díselo a tu niña
-Si se lo digo a “toas” horas…
-Madre… yo soy más de practicar… - contestó impertinente Eloya
-Eso es lo mejor – habló Mentuel que llevaba canturreando y silbando sin hablar con nadie un buen rato.
-Que cuando te casas se acaba lo bueno – aprovechó para apuntillar el señor Rubín
-Esta juventud ha “perdío” los valores… - se lamentó Matria – ya no respeta “naita”
-Déjales que disfruten que con lo mala que se está poniendo la vida… - prosiguió Mentuel – les va a quedar “na” más que eso
El sol comenzaba a esconderse tras el macizo de Bull y las últimas luces bañaban tímidamente las copas de los álamos junto al lago de Carranza, lugar de asiento de las aguas de la cañada del Roble. La Vega del Rubín se oscurecía lentamente dando paso a la sombría soledad de la calma. Los jornaleros recogían sus herramientas de trabajo y los últimos montones de aceitunas se cargaban en los diferentes carros para proseguir su caminar a los cortijos colindantes. La Luna aparecía sutilmente como escapando de la lejana ciudad de Selana y las estrellas más brillantes del firmamento despertaban indicando los puntos cardinales de un mundo cambiante y a la vez inmutable. La tierra de los caminos espolvoreaba su vomito de polvo al pisar incesante de los trabajadores y la villa de Sadiagla asomaba con el humilde alumbrado de la parquedad. Cada cual tomaba su calle, buscando su hogar y el cálido abrazo de la candela y los seres queridos. Cada cual descansaba los músculos junto al abrigo de las paredes gruesas de una villa modesta, de unas casas blancas, de unos pensamientos sencillos.

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