martes, 17 de junio de 2014

OLVIDO DE GODARIA - IRA - CAPÍTULO III



CAPÍTULO III
Una pequeña cuesta sin empedrar terminaba en una hilera de pinos desaseados. Tras el abultado ramaje un pequeño patio presidía la entrada a una casa blanca con zócalo de piedra vista, a media altura poco común en aquellas latitudes, a lo lados, dos jardines estrechos con apenas unas pocas flores y dos parras que ascendían por la pared agarrándose al testero de cuerda trenzada cual bóveda vegetal custodiaban dos puertas metálicas ruinosas en negro y de paso angosto marcando el epicentro del frontal de la vivienda. Las tejas de piedra blanquecina y forma cónica montadas unas sobre otras cubrían el tejado de una sola agua con caída al frente y en mitad, una pequeña torreta de la que emananaba un humo negruzco que acompañaba la noche solo esclarecida por la luna menguante del firmamento.
Junto al fuego, un hombre entrado en años, corpulento pero recio, sujetaba una jarra de barro sentado frente al fuego. La sombra que proyectaba a su espalda ocupaba toda la estancia. Una habitación cuadrada con chimenea en el centro, una mesa redonda con cuatro sillas bastante humildes de madera de castaño y cuerda trenzada, un par de estanterías acopladas a las paredes y una alfombra grande y ovalada en la que permanecían tumbadas dos perros de pequeño tamaño sin características raciales completaban la estampa junto al hombre. A la izquierda, el tintineo de unos utensilios de cocina se asomaba desde una puerta.
-          Señor Nauj – exclamó una voz de mujer joven - ¿quiere otra?
-          No, chiquilla gracias – la voz grave del hombre sentado resonó en la habitación - ¿Ya mismo llegará mi hijo verdad?
-          Si… yo creo que no tardará mucho – contestó la voz femenina – si tarda algo más es porque los días son más largos
-          No me llames señor, que me haces muy viejo, y todavía…
-          Es que no tengo costumbre Nauj
Una joven morena con el pelo suelto y lacio de cuerpo esbelto y cintura fina vestida con cuatro harapos discordante a su belleza, cruzó el umbral que separaba la cocina de la estancia central de la vivienda.
-          Tú no te agobies, hace al menos dos años que no nos vemos, tengo ganas de ver al garrulo de mi hijo.
-          No sea brusco, siempre anda “ocupao”
-          Ya, ya… - refunfuñó para si - para ser de los pocos que saben leer y escribir utiliza poco lo que sabe – miró directamente a la muchacha pecosa de ojos verdes que tenía de frente – su madre está preocupada, su hermana es pequeña pero también pregunta por él, haría bien en enviarles una carta de cuando en cuando.
-          A veces se lo recuerdo pero ya sabe – suspiró avergonzada - aquí pasan de higos a brevas a por la correspondencia, seguro que la tiene escrita pero…
-          Pero nada muchacha, que este niño es la hostia, lo mismo le tengo que recordar en la casa de quien está viviendo. – Bajó la mano cerca del suelo haciendo ademán de llamar a los chuchos
-          No se lo tome demasiado mal, sabemos que es su casa y le estamos muy agradecidos, pero…
-          Que no chiquilla que no pasa nada – carraspeo – que yo sé que no acabamos demasiado bien y por eso se vino
-          Algo tuve que ver yo también no señor Nauj – visiblemente molesta
-          Si, si tú también chiquilla – volvió a carraspear – pero lo suyo era que hubiera seguido conmigo en la venta por los caminos o que hubiera seguido estudiando.
-          Bueno, señor Nauj, él sabe lo que hace, ya es mayorcito – se secó las manos un paño
-          ¿Mayorcito? ¿Ni siquiera veinte años y es mayorcito? – Negó con la cabeza dejando ver sus facciones rectas y duras – Sois unos niños sin cabeza, todavía no tenéis ni idea de lo que es la vida, y ni tú sabes llevar una casa ni él sabe mantenerla, ¿o me vas a decir que los dos añitos que lleváis aquí han sido la leche?
-          Señor Nauj, no quiero faltarle al respeto, ¿pero eso es cosa nuestra, no le parece?
-          Si chiquilla si – frenó su invectiva – anda, tráeme la botella de vino y ponme algo de picar que ya va llegando la hora.
-          No cree que le está subiendo demasiado rápido – pregunto con la mayor inocencia que supo mostrar
-          Por eso quiero algo de picar – respondió tajante – llevo toda la tarde aquí encerrado esperando a tu marido…
-          No estamos casados – objetó
-          Bueno tú pareja o tú chico o como cojones lo llaméis ahora…
-          Voy a traerle el vino – desapareció por la puerta haciendo ruidos con los pocos muebles que la cocina tenía – tenemos algo de salchichón de la matanza de mis padres y algo de queso en aceite ¿quiere un poco?
-          Si – respondió con sequedad – a ver cómo le sale a tu padre, pero no pongas mucho que luego quiero cenar – pensó unos segundos – ¿que tenéis para luego?
-          Arroz hervido y “salmoreo”
-          Hostias – exclamó - ¿del huerto de tu padre?
-          No… del “mercao” ya nos queda poco en conserva – volvió a pasar por el dintel poniendo en la mesa una pequeña y achatada botella de vidrio con tapón de corcho y un plato de barro oscuro con cortes de queso amarillento bañados en aceite y unas cuantas rodajas de salchichón – aquí tiene
-          Hija, no te molestes tanto, solo quiero lo mejor para vosotros… - vaciló – sobre todo para mi hijo y si estar aquí en este pueblo de muertos de hambre contigo le gusta, pues allá él… - cogió la primera rodaja de embutido y se sirvió un poco de vino – pero vaya… que en Selana se vive mejor y está su madre – probó el queso – y su hermana y tendría trabajo conmigo – le dio un sorbo a la jarra  - que aquí no hay nada, nada más campo, campo y campo – prosiguió con la degustación de la ración – allí hay mucha más vida, más gente, más negocio, más de todo, no como en esta aldea perdida de la mano de Dios donde no llega ni el correo.
Tras las últimas palabras, Serhae, la muchacha que llevaba toda una tarde escuchando despotricar sobre su pareja y sobre su tierra comenzaba a mostrar signos de verdadera irritación.
-          Señor Nauj… no me caliente más la cabeza que usted nació aquí, Dios – farfullo
-          ¿Y que tienen que ver lo cojones para comer trigo? – replicó – aquí vivís como Dios, pero para tener la vida resuelta… - tomó otro trago y volvió a llenar la jarra – pero una pareja joven sin nada como vosotros ¿qué?, donde vais a ir y ¿si mañana me da la gana de echaros de mi casa?, no tenéis donde caeros muertos y mi hijo que lo sabe podía tener un poco más de vergüenza y acordarse de su padre de cuando en cuando.
-          Mire Señor Nauj… usted sí que…
-          ¡Niña! – dejó a la muchacha con la palabra en la boca – a mí no me rechistes que estoy hablando de mi hijo, que yo no soy ninguno de tus padres para que me ningunees – se levantó de la silla con furia en los ojos al tiempo que con la mano que sujetaba el respaldo chocó las patas contra el suelo – tira para la cocina o haz lo que te dé la gana…
-          No tiene derecho
Con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta cruzó la estancia tomando la puerta de la derecha que daba a unas escaleras que subían hasta las habitaciones, dos por encima de la sala de entrada inferior pegadas a un pasillo que cruzaba la planta de arriba y una al frente de mayor tamaño. Tras andar a oscuras por el estrecho pasillo dio con la puerta final y de un portazo se encerró sola en la soledad de sus pensamientos.
Tan solo unos minutos pasaron cuando la puerta de entrada que daba a la instancia principal se abrió. Nauj, con la ropa de trabajo llena de polvo y tierra, con churretes y manchas por toda la cara y brazos se encontró frente al hombre que le vió nacer. El hombre frente al que dos años antes se había encarado y ante el que dos años antes tuvo postrarse para conseguir un lugar en el que vivir. Tan sorprendido como receloso apoyando una mano junto al marco de la puerta solo acertó a saludar escuetamente.
·         Hola papa – pronunció con voz seca y aturdida
·         Hola hijo – respondió con la mismo voz grave y lacónica
Tras un segundo de titubeo, el inquilino de la casa bajó su mano al tiempo que agachaba su cuerpo para acariciar a las perras que con la cola erguida y bamboleante agradecían el regreso de su amo.
·         ¿Cuándo has llegado? – Alzó la mirada buscando a su interlocutor mientras flexionaba las rodillas para dejar subir a sus piernas a los animales que ansiosos por lamer la mano que les daba de comer se encontraban.
·         Hará un buen rato, poco después de la comida – volvió a dar otro trago a su jarra de vino.
·         ¿Qué tal el viaje? – preguntó mientras se reincorporaba
·         Bien… - trató de suavizar su tono – hace unos días pasé por Calune, a un día de aquí…
·         Se dónde está – interrumpió
·         Pues como estaba cerca… - dudó – voy a pasar a ver al niño y le veo a ver qué tal le va…
·         ¿Y mamá y Vira? – mientras se despojaba de la chaqueta y se perdía en la cocina para buscar una olla grade en la que echar agua y poder calentarla.
·         Bien, todos bien… - hizo una pausa para asegurarse que le prestaba atención – Preguntando por ti… -miró hacia la puerta donde varias velas alumbraban los movimientos – por ellas también me he pasado…
·         Yo también me acuerdo de ellas
·         Pues no lo parece hijo… - criticó
·         Lo sé… - su voz se fue apagando tras el abrir de una portón trasero que daba a un patio abierto al campo con un pozo cercano
·         Pues podías escribir alguna vez… - alzó la voz – Vira ya va siendo mayorcita y pregunta por su hermano – el desagradable carraspeo continuo se multiplicó al tratar de incrementar el volumen de su voz – tendrías que estar allí para empezar a cuidarla.
·         No empieces papa – apareció con una olla enorme llena de agua y la dejó apoyada junto al fuego – cada uno tiene que tomar su camino – agachó la mirada y colocó un hierro circular con tres patas sobre los maderos ardientes del fogón
·         Ya… ya… pero vaya… - volvió a tomar otro trago y apuró el plato con la última porción de queso.
·         Estoy haciendo lo mismo que hiciste tu – colocó la olla sobre el hierro candente y se sentó frente a su padre
·         No es lo mismo, eran otros tiempos, aquí no había trabajo ni comida ni nada – suspiró – además… a mí me llevó la Tía Mara cuando se casó y porque allí el Tío Rohr estaba fijo en una casa y nos podía mantener al Tío Zednik y a mí – sorbió las últimas gotas y rellenó la jarra
·         Yo aquí tengo trabajo – se levantó para dirigirse a la cocina - ¿Dónde está Serhae? ¿Se ha ido a casa de sus padres? – buscó inútilmente por la instancia.
·         Se ha subido arriba… estaría cansada o lo que sea – refirió sin dar mayor importancia
·         Voy a asomarme un segundo por si quiere cenar algo – se decidía a encaminarse hacia las habitaciones superiores cuando el brazo de su padre le retuvo.
·         Déjala chiquillo que descanse, estará dormida y tú vas a ir a despertarla, ya cuando nos acostemos la verás… - trató de exhibir una sonrisa sarcástica – Está tu padre aquí, ya mañana tendréis tiempo de veros más.
·         ¿Te vas mañana? – preguntó ingenuo
·         Que ganas tienes de que me vaya – repuso
·         No… yo… como has dicho… - se atropelló
·         Si… - concluyó - me voy mañana antes de mediodía para llegar a Antiquarea antes de la noche y así me da tiempo pasar por La Hojada y Robleda.
·         Vale… - alegó azorado – sabes que te puedes quedar aquí cuanto quieras.
·         Se agradece hijo – y con una mano invitó a volver a sentarse a su vástago – aunque esta es mi casa – musitó de manera que le oyera
·         No sabes las ganas que tengo de devolverte el favor.
·         Te lo digo sin maldad Nauj, anda… - interrumpió la tensión - tráete un vaso y tómate algo con tu viejo.
·         ¿Eso es lo que queda de la botella? – señaló al poco más de cuarto de litro en la botella
·         No vayas por ahí que no he venido a ésto -  sentenció malhumorado
·         voy a echarme algo de cena, ¿quieres algo?
·         Échame un poco de salmorejo y tráete pan
El muchacho se perdió en la cocina volviendo al instante con dos platos de la verdura picada en una mano y un vaso con dos cubiertos y el pan  en la otra.
·         ¿Cómo está mama? ¿Sigue cuidando a los niños aquellos?
·         Sí, lo que pasa es que ahora está cosiendo en la casa de labores de tu tía Silo por las tardes. Tienen bastante meneo
·         ¿Por?
·         Porque la gente no compra ropa ni vestidos como antes, prefieren arreglar lo que tiene o cambiarlo para que parezca nuevo – hizo una pausa tras tener casi acabado el plato – está bueno el salmorejo este…
·         Los tomates si son de los de mi suegro, y las cebollas creo que también, lo demás es del mercado.
·         Por allí está también la cosa apagada, no creas – tomó un sorbo del vino – están cerrando carpinterías y herrerías y la venta de caballos ha bajado una barbaridad, los albañiles son los que peor lo están pasando… - dio otro sorbo más al vaso – ya no quedan obras nuevas y el que se escapa es porque está chapuceando y reparando las viejas.
·         Por aquí anda más o menos igual, pero al menos está el campo – probó el vino y terminó de masticar – antes no lo quería nadie, venían de lejísimos para trabajar. –hizo una pausa- ¿Sabes dónde está Sudermain? – preguntó
·         Al este ¿no?
·         Muy al este – enfatizó -  Cruzas toda Cindela y sigues el margen del desierto.
·         De allí no vienen más que perros Zulanos
·         No todos los que vienen son Zulanos pero si muchos, allí la vida está mucho peor que aquí.
·         Andaros con ojo que se hacen con el pueblo
·         Solo vienen para la temporada
·         Hay un barrio en Selana que empezó igual y ya se han hecho con todo el lugar.
·         Eso es Tilia
·         Allí se han dado con todo… - protestó
·         Pero en Tilia no solo hay Zulanos – remarcó
·         Zulanos, Negros, Masores, me da igual –prosiguió tras tragar – la cuestión es que se han dado con la gente del pueblo y ya no les puedes echar.
·         Por algo vendrán, no creo que les haga gracia dejar atrás su tierra y su familia.
·         A esa gente le da igual todo, te lo digo yo… - carraspeó y escupió a la lumbre – cuando quieres levantar tu país haces lo que sea y te buscas la vida como se hace en Godaria.
·         Pero si los de tu generación se marcharon de los pueblos y hasta de Godaria – repuso incrédulo
·         Déjate… - llenó su jarra y la de su hijo – los nuestros se fueron pero no se movían de su tierra y los que se marcharon fuera iban con un puesto de trabajo ya buscado por alguno que se lo ofreciera o que estuviera allí… - tomó de un trago la mitad de la jarra que había llenado- y cuando se les echaba se volvían y nadie puede decir que hiciéramos ruido o que robáramos… - hizo una pausa – que te lo digo yo que esta gentuza viene para hacer daño y luego se quedan aquí como garrapatas. No ves que allí no tienen de nada.
·         No creo que todos sean iguales, ni hagan lo mismo, pero vaya… - quiso concluir la conversación – el caso es que ahora si nos contratan a los del pueblo, aunque al mismo sueldo que años atrás a ellos.
·         Ves cómo hacen daño… -recapituló- nos quitan los puestos de trabajo, cobran menos porque no gastan nada, y encima cuando no están nos quieren tratar como a ellos.
·         La culpa será de los que ponen los salarios y se aprovechan ¿no?
·         Como que tú no lo harías…
La ingesta de vino comenzaba a hacer mella en el hombre de mayor edad y los aspavientos y gesticulaciones acrecentaban derramando el líquido elemento al suelo cada poco.
·         ¿Si a ti te viene un infeliz que cobra tres en vez de cinco no lo contratarías?
·         Depende si el de cinco sabe hacer mucho mejor el trabajo que el que me cobra tres.
·         Tonterías, cualquiera puede aprender si lo necesita
·         Pues por eso cobrará tres… porque lo necesitará más que el de cinco.
·         Ya puestos que regale su jornada… ¿no? Que no se puede ser tan miserable en esta vida Nauj que si bajas la cabeza luego no la levantas y el que quiere levantarla le cuesta mucho más, que no…
·         No sé, no entiendo demasiado… - libó con desgana y continuó – yo tengo bastante con el campo y si me quedo sin nada le doy clases a algunos niños de cuando en cuando, no nos da para mucho pero vamos tirando.
·         Vas tú apañado…  Hay que tener metas en la vida hijo… -hizo ademán con abriendo en cruz los brazos – mira yo… la casa, el carro, los caballos, la mercancía y estas cuatro paredes que nos rodean.
·         Papa… haz el favor de no ser más pesado… ya sé que esta es tu casa… no lo repitas más, no necesito oírlo tanto.
·         Que no te lo digo por nada, pero tendrías que acordarte de quienes te han puesto en bandeja vivir como un marques.
·         Me acuerdo y lo agradezco… pero no voy a estar todos los días dándote las gracias cuando esto más tarde o más temprano va a ser mío.
·         ¿Cómo? – Replicó con soberbia – lo será si yo quiero, te queda claro.
·         Vale mira… - tragó saliva y palabras – lo que tú digas – agachó la cabeza y recogió los platos y los cubiertos de la mesa volviendo por el camino hacia la cocina.
·         Toma… - exigió mientras vaciaba lo que quedaba en la botella llenando casi por completo la jarra.
Tras amontonar la vajilla y los cubiertos en una escudilla ancha y honda sobre el poyete de la cocina, se asomó al patio en busca de un cuenco algo más pequeño que la olla donde comenzaba a hervir el agua. Tras volver, una calma incómoda, como la que precede a las tempestades inundo la sala tan solo rota por el crujir de la silla siendo apartada del fuego. Con unos trapos anudados a las asas sacó la olla con el agua burbujeante y la acomodó sobre dos piedras planas junto a la esquina izquierda de la hoguera. Tomó una jarra colgada en un clavo sobresaliente a un lado de la campana tabiquera y vertió en la olla más pequeña una par de litros del agua procediendo a empapar uno de los trapos en ella. Agarró una pastilla de jabón de la repisa y los restregó, se quitó los pantalones y la camisa apoyándolos en una silla. Cuando la pasta blanquecina rezumada en el trapo lo tomó y comenzó a frota la cara, el cuello, los brazos y axilas, el pecho, la cintura y todo aquello que quedaba por debajo salvo los pies, acto seguido enjuagó los restos de suciedad en la cazuela y limpió los restos de todo ello. Cuando se sintió aseado procedió a introducir los pies en la olla y con los dedos de la mano ayudándose con el trapo restregó cada dedo plantar sintiéndose relajado. Tras terminar se levantó y se atavió con un pijama grisáceo de una sola pieza colgado de una percha contigua a la chimenea. Descalzo, sujetó el recipiente con el agua sucia y volviendo por la cocina abrió la puerta del patio para derramar el agua sobre la tierra nocturna.
·         ¿Quieres lavarte? –preguntó a su padre
·         No, anteanoche me lavé en una venta por Carabuche.
·         Tu cuarto es el primero nada más subir – comentó con desgana
·         ¿Ya te subes?
·         Mañana me levanto temprano y….
·         Y yo me voy antes de que vengas –interrumpió
·         Bueno… vale me quedo un rato, ya está –acotó para tratar de no discutir
·         A eso nos referimos tu madre y yo, siempre a lo tuyo, ni siquiera me has preguntado cómo van las ventas, ni que tal lleva los estudios tu hermana – visiblemente dolido- ¿Te crees que eres el centro del mundo? ¿Qué solo tu estas cabreado con la vida y lo mal que nos hemos portado contigo? – Subiendo el tono de su potente voz con cada frase - ¿Por qué piensas que me he dado una vuelta tan al oeste? ¿Sabes que tienes que bordear Galata no?.
·         Yo que se papá, creía que…
·         ¿Que venía a verte? – terminó la frase - ¿Para qué? ¿Para que me reciba tu mujer, que es más sosa y más tonta que mis cojones? No habla, pero todo le molesta…
·         Papá por favor… - trató de interceder
·         Ni papá ni hostias, dos años… dos años sin saber de ti. – Trató de calmarse – si no fuera por tu Tío Zednik que nos escribe y me cuenta donde andas y con quien estás, y te digo una cosa –volvió a alzar la voz- que si por mi hubiera sido tiro para el norte y te dan por culo, así te dabas cuenta de las cosas, pero como tu madre está tan afligida y apenada por el niño de las narices me cambia la ruta para venir a verte… -en ese momento se levantó de la silla y apoyó su mano en la mesa con la jarra aún con vino en la otra- dos años, madre mía –resopló para sus adentros- ni que te hubiéramos matado, por Dios, si toda la vida has hecho lo que te ha dado la gana desgraciado, te hemos dado todo lo que querías, ¿vas a castigarnos sin querer saber nada de nosotros por una discusión en la que ni siquiera llevas razón?
·         ¿Qué no llevo la razón? –trató de alzar el tono para estropear el soliloquio de su progenitor- ¿Pero qué dices? ¿No me vengas con pavonadas por estar borracho? Me fui porque quería otra vida, no la que tu querías y lo sabes. No quería ser médico ni quería ir por los pueblos vendiendo mierdas como haces tú…
·         ¿Mierdas? Pues esas mierdas te han pagado los estudios, niñato.
·         No solo ha sido gracias a tu trabajo ¿sabes?
·         Y al de tu madre, que es tonta y te ha consentido toda la puta vida. Pero esto se acaba ya mismo, como te pongas tonto te pego un guantazo y te echo de mi casa, porque es mi casa –enfatizó sobremanera- y si eres tan listo para tirar por el suelo tus estudios y tu porvenir, lo serás también para buscarte la vida…
Como dos astados disputando el cortejo comenzaron a encararse a los lados del crepitar incesante de la hoguera. Las sombras bailaban en las paredes como demonios ovacionando la pugna mientras la tensión de los músculos crecía con cada mirada.
·         Venga… tan hombre como eres, vente a pegar a tu padre –provocó
Las uñas se clavaron en la palma de la mano y la venas sobresalieron como friso tallado en la muñeca. El pliegue interior del codo se erizó, el bíceps, tras duras jornadas de trabajo rural, aumento el volumen por duplicado, el cuello se abrió como un abanico, la mandíbula apretó los dientes hasta rechinar, los orificios nasales temblaron y el entrecejo se arrugó parapetando unos ojos fijos en la figura más corpulenta.
·         ¡Nauj! – Gritó una voz femenina desde la diestra del cuarto -¡Por favor! –suplicó Serhae con los ojos amoratados.
Los dos cabestros se giraron buscando el origen del chillido.
·         ¿Qué haces levantada, cariño? – preguntó tratando de calmar su furia interna.
·         Dejarlo ya – rogó de nuevo – ¡vamos a la cama! –Imploró con lágrimas en los ojos- Mañana lo solucionáis, por favor.
Tras recapacitar un segundo Nauj relajó su cuerpo y caminó con paso firme esquivando la mirada de su padre hasta alcanzar a su pareja, momento en el cual, se giró para sentenciar.
·         Mañana no iré al campo, avisaré a Mentuel y volveré para solucionar esto antes que te marches.
·         Haz lo que te diga la que manda que así vas apañado- se burló
·         ¡Déjalo!- dijo Serhae a Nauj mientras le sujetaba por el brazo tratando de tirar de él en busca del sosiego del dormitorio.
·         Cobarde maricón- murmuró de manera casi inaudible el padre del muchacho.
Ocho peldaños nacían a los pies del hueco que ascendía a través del estrecho emparedado blanco plagado de hinchazones, bultos e imperfecciones. Ocho peldaños altos, cuya contrahuella menuda izaba una huella profunda y amplia, que dificultaba la subida casi como si de una escalada se tratara haciendo flexionar las rodillas con relativo esfuerzo. Ocho peldaños abatidos, sucios y desgastados de losa gris con manchas negras marmolíticas interrumpidos por un voladizo casi imperceptible tras años de pisadas, estorbaban los empeines de los calzados al tratar de cruzar la frontera del peldaño. Allá en lo alto, un descansillo cuadrado de idénticos colores aguardaba y presentaba tres escalones más a su izquierda. En la cumbre un pasillo oscuro, casi negro que no dejaba ver la estrechez de su silueta ni el final de su corredor. A su siniestra se intuían dos puertas contiguas de madera áspera y en el fondo brillaba tímidamente al reflejo de la vela que traían consigo los dos amantes un pomo gobernante de una última puerta entreabierta.
·         No lo pienses más, nene, “déalo” estar- trató de apaciguar la muchacha con los cabellos de pizarra bañados por la tenue luz de la vela.
·         ¿Qué no lo piense?- gruñó- Dos hostias bien dadas, ¿qué digo? – recapacitó – una paliza le hace falta y dejarlo tirado en una cuneta. Toda la puta vida aguantándole y sigue dando por culo. ¡Dios! – imploró- No se muera ya y nos deje tranquilos, el cabrón éste. Me fui de Selana por él y me sigue hasta aquí – bufó– Dos años sin vernos y me la lía, es que no tiene derecho ni vergüenza, es que…
·         Ya… venga… -cortó con el miramiento del que fue capaz- nos acostamos y mañana que se vaya y aquí paz y después gloria.
·         ¿Tú crees que se va a marchar sin más, sin liármela otra vez? No, no, no… - replicó mientras se tapaba con unas mantas de lana gruesa rojiza sobre un colchón fofo relleno de paja– éste mañana se entera, no se ha jodido, ¿qué es su casa? ¿Tendrá valor? Con lo que hemos liado para mantenerla en pie y el dineral que hemos invertido –tiró con violencia del abrigo hacia su pecho mientras permanecía arrellanado – Éste mañana se prepara, no viene a mi casa, porque – tomó aire- por mucho que diga que es suya si yo no me vengo aquí esto se cae, tú lo sabes con todas las goteras y tejas rotas que había.
·         Todavía hay goteras nene – rectificó Serhae malhumorada.
·         Ya, ya lo sé joder –reaccionó con brusquedad-  tengo que sacar tiempo y dinero para todo, con el salario solo no llega. Pero ese no es el tema hostias, no me cabrees tu también…
·         A ver si te crees que la tardecita que llevo aquí “metía” ha “sio” por gusto, tu “pae” me ha “llamao” niñata, guarra y más cosas, que no solo te ha “dao” el día a ti. – replicó de forma arisca – que llevo “toa” la tarde aguantando y llorando.
·         Yo que sé, como ha dicho que estabas cansada no lo he pensado –trató de excusarse- siempre estás con tus dolores de cabeza y lo mismo era por eso, yo que sé.
·         ¿Cómo no voy a tener dolores de cabeza? ¿Cómo…? – Bramó- Dos años viviendo en esta mierda de casa, sin llegar en condiciones a final de mes, pidiendo comida a mis “paes”, pidiendo cuartos “quistante”… -alzó la voz desesperada- demasiado que solo me duele la cabeza. Si yo llego a saber esto… vaya…
·         Y dale al molino con el agua… Dios… Dios… En qué hora Dios mio… - impetró – Pues vuélvete con tu puñetera familia, ésto es independizarse por si no lo sabías, problemas, problemas y más problemas, o que te creías tu –alzo la voz con sarcasmo- que iba a ir todo rodado… la casa, las comidas, los niños… - detuvo su ataque- Niños que no tenemos y eso que llevamos aquí ni se sabe… - exageró – cuando tengamos ¿qué? – preguntó con vehemencia – También te va a sobrepasar, pues estás apañada –sentenció.
·         ¿Críos?, ¿contigo?, tu sí que estás “apañao”. Y más ahora como estamos y no me hagas hablar…
·         ¿Cómo que no te haga hablar? Hoy no que estoy con mis “dolemias” – enfatizó en la última palaba a modo de burla- hoy no que estoy mala, hoy no que estoy cansada, hoy no, hoy no, hoy no… coño ya…
·         Y qué “quies” que yo le haga si se puede saber, listo que todo lo sabe, el que ha estudiado, dime, el que no terminó medicina, el señor de la casa, a ver…- se enfureció.
·         Eres una estrecha, eso es lo que eres – respondió altivo.
No hubo contestación ni respuesta, solo unos ojos llorosos que negaban con el cuello mientras bajaban la mirada y se recostaban sobre el lado derecho de la cama para mirar la infinita negrura de la pared.
·         ¿Ya no hablas?, pues muy bien… - hizo lo propio sobre el lado izquierdo – Pero vaya, ya me están quedando claras algunas cosas… -respiró hondo- entre unos y otros me estáis encabronando no sabéis de qué manera –habló despacio, tratando de serenarse y aparentar tener conciencia de cada palabra que salía por su boca – Cualquier día…
El desánimo y la irritación se apoderaron del dormitorio principal. El miedo comenzó a rozar por los pensamientos de la mujer, primero como un leve susurro que intranquilizaba, luego aumento, creando imágenes y sonidos tribulatorios, visiones de desamparo, de llantos y de violencia, de sangre, de muerte, de la nada.
Es curioso cómo funciona el miedo en cualquier caso y circunstancia. Parte de una idea preconcebida que se transforma, se moldea y cambia al compás de las palpitaciones. Lo futurible por poco probable que éste sea, se agarra al juicio impidiendo ver más allá de él. La respiración se acelera, las pupilas se dilatan instintivamente, como si quisieran prepararse para un peligro habitante solo en los pensamientos, el sudor frío recorre la piel y a pesar de tener abiertos los ojos, las imágenes se suceden como si ocurrieran allí mismo.
Serhae cerró los ojos empapados en lágrimas intentando por todos los medios borrar  ese recelo, pero solo consiguió convertirlo en temor. Trató de racionalizar los años vividos con aquel muchacho de mirada limpia y ojos castaños. Trató de hacer memoria, de recordar cómo llegó a su vida, de cómo aquel extraño que llevaba meses dormitando a su lado había sido.
Fue en una de las ferias de ganado que Sadiagla preparaba en torno a la primavera cuatro años antes. Apenas contaba quince años y ya traía locos a la mayoría de los muchachos, y no tan muchachos, del pueblo y alrededores. Su pequeña cintura, sus pechos altivos, su piel pálida moteada con pecas bajo los ojos, sus cabellos lisos y negros como la noche brillaban cuando el sol quería tocarlo y su sonrisa pícara, de la que sabe que puede hacer y deshacer con una sola palabra, se abría en torno a sus labios finos y rosados. La primavera hizo florecen todo el campo con un estallido de colores azules, rojos, amarillos y violetas, y ella, ella era la flor más bella del lugar.
Sobre un banco de madera encaramado en un lateral de una carreta destartalada llena de hierros, maderos, herramientas, utensilios de cocina y demás trastos por el estilo, llamó su atención un muchacho menudo que vociferaba con altanería. El Pelo le caía sobre los hombros ondulándose hasta la raíz y las greñas que sobresalían buscando la luz le otorgaban un aspecto desaliñado y atractivo. Unas sandalias bien curtidas y un pantalón suelto de lino marrón vestían como única indumentaria un cuerpo delgado y atlético descubierto por el pecho.
Al pasar a su altura, un pequeño destello estalló en la oreja del joven sacando de su ensimismamiento a la muchacha, quien sorprendida de sí misma, casi no logró atisbar un guiño travieso al ritmo de las frases de reclamo típicas de aquellas fiestas. Se giró bruscamente sin notar el sonrojo y las pulsaciones se le aceleraron por un segundo. Se envolvió en su natural confianza y con insinuación e indiferencia dobló su cuello mientras el pelo ladeaba cayendo sobre su rostro con la misma belleza a la que estaba acostumbrada verse.
·         ¡Señora!… -llamó la atención a una mujer corpulenta y engalanada que entregaba unas pocas monedas al muchacho- ¡Pero que maja que es usted!, ¡Guapa! ¡Ay si usted quisiera y yo me dejara! –rieron coquetamente mientras la mujer se alejaba por un sendero cercano a los diferentes puestos de venta acompañada de otras vecinas que no paraban de parlotear al tiempo que se alejaban las ruedas del forcaz
Se molestó. Sí, se sintió molesta al ver pasar delante de ella al mismo grupo de viejas que habían estado flirteando con un niño que podía ser su hijo –o su nieto- pensó en voz alta.
·         ¿Qué dices Serhae? –preguntó una muchacha de pelo castaño claro recogido en una coleta y curvas voluptuosas.
·         ¿Qué?- se volvió a sorprender instintivamente – No… nada – recapacitó – vamos “pa” los puestecillos ¿no?
Cogieron un camino de tierra que bajaba ligeramente desde un terraplén comunicado con la vía principal del pueblo para llegar a la vaga donde un cuadrado de puestos de madera contiguos eran rodeados por cercas de postes unidos horizontal y transversalmente por maderos planos de un palmo que guardaban las distintas cabezas del ganado que se vendía. El olor característico de las reses inundaba el llano y las moscas y mosquitos pululaban por doquier atacando sin piedad a los transeúntes.
Serhae amaba y odiaba con la misma intensidad aquellas ferias, esos aromas a excrementos, orines, suciedad, agua estancada, insectos, extranjeros. Los extranjeros, cada uno con su acento y sus palabras raras, creyéndose dueños de todo. Al menos podían tener la decencia de hablar mejor, les reprendía en ocasiones. Los peores eran los Selanos; chulos, engreídos, listillos, y con ese hablar que les hacía bobos incluso hablando de filosofía. Que vueltas da la vida, como hubieran cambiado los acontecimientos si en ese momento le hubieran dicho que el chiquillo que buscaba mirando a escondidas por entre los puestos era Selano.
Entre collares de imitación barata, calzados y vestidos de algodón y lino se le pasaban las horas. Comidas poco frecuentes y olores aún más desconocidos tapaban la peste del lugar y las emociones se supeditaban al contacto con extravagantes bailes y trucos de magia de los personajes que por unos días atestaban Sadiagla. Una mesa llamó su atención; en platos colocados en hileras sobre una tabla, una serie de frutos ovalados de colores verdes, anaranjados y rojizos a modo de pirámides ocultaban una cesta redonda llena hasta los bordes del mismo fruto, pero con su cáscara, a los pies del puesto. El hollejo verde y grueso parecía tener pequeñísimas protuberancias descoloridas que el dueño se afanaba en raspar sujetándolas con un guante de cuero. Sitió unas ganas locas de tocar el fruto forastero y tras el primer contacto, un pinchazo agudo inundó la zona palmar de su dedo índice. El dependiente dio cuenta de lo sucedido y con una sonrisa maliciosa la tomó de la mano y con unas uñas largas como garras, sacó una a una las púas clavadas en la piel de la muchacha.
·         ¿Cómo se te ocurre tocar eso? – preguntó mientras ayudaba a la pobre incauta
·         Yo, yo…. Es que… - no supo que contestar.
·         Toma –mostró el hombre de tez morena y barba poblada - esto se come así, pelado – en su mano sostenía uno de los frutos alzados como punta de la construcción piramidal
·         Gracias, muchas gracias, lo siento – dijo mientras se alejó del vendedor de marcado acento meridional.
El fruto era carnoso, parecido a los higos, pero algo más tosco; contenía más agua y era mucho menos dulce sin llegar a ser amargo, tenía unas semillas minúsculas que al contacto con la lengua recordaban una textura parecida a la ciñuela. Estaba deliciosa y no era un fruto caro, y por eso mismo era difícil que los puestos de venta de Chumbos llegaran con mercancía a Sadiagla. La planta de la que nacía el chumbo era un arbusto sin hojas, verde y con pinchos por todas sus palmas, como los cactus típicos de las zonas áridas del desierto del sur. Pese a su dureza ante climas tan difíciles, era una planta que no resistía los drásticos cambios estacionales que Sadiagla sufría.
Serhae se vió corriendo hacia una fuente cercana, con la mano cogida por la muñeca y una lágrima intentando escaparse del ojo. Chocó contra un muro, o al menos eso creyó, cayendo al suelo sin remedio.
·         ¡Uy, lo siento morena! –Contestó una voz juvenil – ¿estás bien?
·         Si… si…-El sol que ya se ocultaba por el oeste le daba de cara y a sus pies una figura agachada extendía su mano para ayudarla a levantarse- lo siento, es que… -la sangre de sus mejillas se agitó manchando sus blancos pómulos como una niña con colorete – tu…- alcanzó a decir avergonzada de sí misma.
·         El mismo morena, Nauj Dantel, siempre dispuesto para ayudar a las chicas en apuros.
·         Yo no estoy en apuros, niñato, me has tirado –replicó al darse cuenta de su desvalido instante.
·         ¿Perdona?, ¿Cómo sois las guapas ehhh? ¿Cómo no os guste el caballero que os salve ponéis excusas?
·         ¿Qué dices?
·         Que me la barnices, venga aúpa… -tiró de su mano y la trajo hacia si hasta casi tenerla en un abrazo.
·         No te aproveches, que solo me he caído al suelo, y por culpa de una fruta que pincha y no sabía por dónde iba y…
·         Más despacio morena, ¿tienes un nombre o prefieres que te siga llamando morena?
·         No suelo decirle mi nombre a los extraños – se soltó de su salvador y olvidándose de su mano herida echó a correr sin saber muy bien a dónde.
La felicidad inundaba su cuerpo, una sonrisa bobalicona marcaba sus mejillas coloradas y los músculos en su estómago se tensaban y relajaban con cada respiración entrecortada. Se mordía el labio inferior y cuando sus pies decidieron parar, cerca de la plazoleta que regía el pueblo, se sintió como una estúpida, pero una estúpida inmensamente feliz.
La bocacalle central atravesaba la casa consistorial y los arcos que decoraban el pasaje donde vivía el galeno. Siguiendo la arteria principal, horizontal a la travesía que partía el pueblo de este a oeste, se llegaba al barrio de los “eminentes”, zona de viviendas nuevas y cuadriculadas donde residían la mayor parte de los cargos políticos, económicos y sociales del lugar. En un hogar esquinero en el epicentro de aquel ensanche, impoluto de cal y macetas por doquier de sus muros y rejas, estaba su hogar.
Dejó atrás la entrada principal cuya puerta gobernaba una aldaba con cabeza de toro tras la cual se introducía una entrada engalanada con cortinas y giró la esquina para dar con un portón ancho como tres hombres con los brazos extendidos y alto como una casa de una planta. La madera de roble cuyas hojas se unían mediante una barra larga y gruesa de hierro negro sujeta a tres arandelas adheridas a una placa metálica, completaba su cierre con un candado cuadrado y hosco. En una de las hojas del portón, una puerta más pequeña, permanecía entornada solo sujeta por una silla apontocada desde el interior.
Dentro, un patio cuadrado, de baldosas blancuzcas y rotas en su mayoría, con un pozo interior que marcaba el epicentro del mismo. Al frente los relinchos de varios caballos y algunos perros y gatos que salieron a saludarla. En la parte opuesta a la casa familiar, un pequeño granero que hacía las veces de pajar y otras tantas habitaciones que daban a salitas con chimeneas, pocilgas y cabrerizas. A un lado del acceso al hogar, sobresalía un diminuto cuartillo con una silla agujereada sobre un agujero profundo escavado en la tierra.
Tras pasar al domicilio familiar, una cocina amplia con chimenea y varios muebles de madera de pino con cazos, cucharas, pinzas, y lebrillos daban la bienvenida a la residencia de los Bartarez. Familia antigua, venida de uno de los cortijos colindantes de la comarca años atrás tras la venta de su almazara a la familia Rubin. Dos plantas y una buhardilla con salón, aseo y entrada principal en la primera, y cuatro dormitorios con aseo en la segunda. Nogal, roble y pino para los muebles y cobre y bronce para los utensilios. Las paredes de mampostería revestidas en su interior con yeso grueso. El acabado irregular iba decorado con un color ocre liso, algunos dibujos y paneles de madera en las habitaciones. El suelo de baldosas cerámicas rojizas engalanado con cortinas de lana y tapices en las paredes amplias daban cuenta del estatus social. Un espejo horizontal con marco de bronce guardaba una mesa auxiliar en la entrada y las escaleras de subida con balaustrada metálica y pasamanos de madera noble ascendían hasta su habitación, la primera a la derecha.
Se tumbó en su cama tras pasar por delante de su madre, una mujer con un rubio apagado por el uso continuo de aguas de potasio mezcladas con la flor del azafrán. El corazón le seguía palpitando, y el cosquilleo continuo de su vientre enrojecía aún más sus pálidas mejillas. El contacto con el bello de la tela de lino forrada con piel de cabra la estremeció de tal manera que las uñas, inconscientes de sus movimientos, trataron de arañar el pelaje. Las rodillas caían sobre el pie de la cama, apoyando sus finos talones sobre un baúl tan ancho como el lecho y su mirada entrecerrada se perdía en un techo pintado con nubes y cielos azules.
     ¿Serhae? – preguntó la mujer al final de las escaleras- ¿vas a cenar?
La voz de su madre la sacó bruscamente de su ensueño, tensando de nuevo su cuerpo a la espera de una reacción serena.
     Si… ya bajo…
Sobre la mesa de la cocina, ataviada con un mantel raso color gris oliva, la madre acabó de posar un cuenco con dos perdices en escabeche y tres vasos de cerámica blanca. Mensuel Bartarez presidía el banquete sentado en una silla con los brazos y el respaldo tallados, a los lados su mujer y su hija sobre sendos bancos y al otro extremo de la tabla, un candelabro con tres velas iluminaba el interior de la estancia.
     Divino creador – comenzó a hablar la voz apacible el amo de la casa mientras extendía sus manos unidas formando un cuenco hacia la mesa – Te damos gracias por estos alimentos que vamos a recibir, Nâo.
     Nâo- repitieron al unísono las mujeres.
     ¿Qué tal se ha “io” el día? – pregunto Mensuel a la mesa mientras alcanzaba con las manos un pedazo de una de las perdices.
     Bien – respondieron las féminas –
     ¿Y a usted padre?
     Bien cariño, bien, haciendo cosas de hombres, tratos con unos, con otros, lo normal en estas fechas.
Mientras comieron, los silencios se salpicaron con alguna charla insubstancial. La tradición coartaba las conversaciones sobre negocios con las mujeres, sobre todo durante las comidas y por tanto, la comunicación entre hombres y mujeres se reducían a unas pocas situaciones en común. En un momento dado Serhae rompió el silencio.
     Padre
     Si cariño
     ¿Sabe usted quienes son los del carromato que a la tarde llegó con cachivaches y hierros?
     ¿Cachivaches y hierros?- hizo memoria- como no seas más específica hija
     Un hombre grande moreno con barba conducía dos caballos marrones con manchas y un chico sin camisa gritaba muy escandaloso a las mujeres…
     ¿Me preguntas por el chico o por el carro? – reaccionó con gesto serio
     No… solo lo pregunto porque…
     Mensuel, haz el favor – interrumpió su madre- ¿no ves lo “colorá” que se está poniendo? Hasta con esta luz se nota –sonrió divertida.
     Qué pocas ganas tenía de que llegara este día, cariño…- resoplo adusto.
     No… yo… es por unos collares… que traen… que…
     No hay nada de malo cariño- trató de serenarse- pero estos temas son para que los hables con tu madre, bastante tengo con saber que ya te estás haciendo una mujer.
     Que no padre, de verdad, es solo que no sé si son de fiar y no quiero gastarme mi paga en alguien, vaya… -vaciló- comprando algo que no valga la pena, usted de eso entiende.
     Ya… ya… ya…Dios mío... –miró confidente a su esposa- Mañana veré a ver quiénes son esa “ente”.
Tras la cena, volvió a su cuarto y tras desvestirse y cubrir su terso y estilizado cuerpo con una blusa fina que casi transparentaba sus pechos, guardó sus ropas en un cesto de mimbre contiguo a la cama y se arropó entre las sábanas con el anhelo de soñar con aquel muchacho de sonrisa viva.
A la mañana siguiente se despertó antes de la hora acostumbrada, como una exhalación bajó las escaleras y sin siquiera cambiarse de vestimenta y prácticamente descalza ayudó a su madre a ordeñar una cabra joven que junto al pozo estaba atada.
     ¿Y padre? –Intentó preguntar soslayadamente- ¿Está ya en la feria?
     Si hija si…-comentó sonriente
Cuando el cubillo se llenó por la mitad pasaron a la cocina y tostaron un par de hogazas de pan de algunos días. La muchacha se sentía exultante y no podía disimularlo, canturreaba, y untaba la mermelada de membrillo al compás de coplillas juveniles. Su madre, de pie preparando algún guiso, no podía dejar de recordar su juventud, pero el gesto serio, dudoso de salir, reemplazó la sonrisa.
     Cielo… una cosa
     Si madre
     Es muy bonita esta edad, todo se siente con más fuerza, se desatan cosas en tu cuerpo, pero…
     Madre… estese tranquila… no va a pasar nada con ese muchacho, ya le he dicho que quiero comprar un juego con un collar y unos pendientes que están de moda en Antiquarea.
     Hija… ¿tú te crees que he nacido ayer…? – ironizó- Esto lo hemos “pasao” todos, incluso tu padre, ahí donde le ves tan serio. Estaba loco “perdío” por mí, recorría todo el camino que separaba su “cortío” del mío por la noche para verme por la ventana. Si llovía, se mojaba, si nevaba, pasaba un frío que le pelaba las manos. Luego cuando nos veíamos en algún lugar se estiraba y parecía un junco, siempre arreglado y predispuesto. Hasta me envió alguna poesía y eso que por entonces no sabía apenas leer ni escribir. “Yo te quiero como a mi perro” –comenzó a recitar- “que me ayuda a la caza los días de avutardas” “Quiero que seas mías o de nadie porque me moría”-rió desenfadada- Era un caso… pero era un buen hombre, atento, educado y más culto que la mayoría –argumentó- y era guapo no lo creas y sobre todo, era de la misma condición que yo. Lo que quiero decirte cariño –trató de finalizar- es que a lo largo de estos meses te van a llamar la atención muchos muchachos, unos por unas cosas y otros por otras, lo importante es que sepas elegir bien. La belleza se desgasta con los años pero el interior, la educación, la clase de persona que se es y todo lo que no se ve por fuera permanece. ¿Entiendes lo que quiero decirte?
     Si madre… pero ya te digo… que no es por nada, no se preocupe, además cuando se vaya no volveré a verle hasta la próxima feria y…
     No se trata de eso mi vida. No es que no vayas a verle. Yo pasé casi un año entero sin ver a tu padre y mírame, en cuanto apareció por el pueblo fui a buscarle como una tonta. A veces el no tener una cosa te hace ansiarla más aún. Tu hermano es la prueba de ello. Ni un mes tardamos en casarnos y ya cantaba en mis entrañas.
     Por favor madre… de verdad… no se preocupe – repuso cansina.
     Tu solo hazte esta pregunta… ¿Qué vida me espera con este hombre?, si lo que piensas hace que quieras amarle aún más no dudes que es el tuyo, pero ojo, si los padres saben por experiencia que no te conviene, debes acatar sus decisiones. A veces idealizamos a las cosas y a las personas y muchas veces cuando se termina teniendo algo que se ansía no resulta ser como esperamos. ¿Comprendes?
     Madre… no se agobie… sabe de sobra que siempre haré lo que digan.
     Eso dices hoy cariño, pero esta edad que tienes es “mu” mala… habrá quien te diga que sigas al corazón pero ni mucho menos es lo suyo. La cabeza debe dirigirte, por eso está en lo alto.
     Si madre- terminó soltando mientras rauda se levantaba para subir a su cuarto a vestirse con idea de volver a la feria.
Tras engalanarse con un vestido sencillo de lino y algodón amarillo con ribetes blancos y marga corta acampanada, peinó su negro pelo y calzó sus pies desnudos con unas calzas con zueco de color claro. Bajó las escaleras y atravesando en zaguán se plantó en la calle. Siguió la vía que daba al portón de su patio y avanzó hasta girar a mano izquierda en busca de la calle vertical que subía hacia la travesía principal del Sadiagla. Allí, un par de puertas antes de la plaza, tocó la aldaba de otra vivienda de dos plantas, similar a la suya. Por la ventana, situada justo encima de la entrada, la misma muchacha que la acompañó el día anterior se asomó mal peinada y todavía en camisón de dormir.
     Venga espabila –gritó Serháe
     Ya voy, ya voy –contestó no sin cierta desorientación su amiga Melly.
La impaciencia comenzaba a hacer mella, y en varios momentos se le pasó por la cabeza marcharse sin su amiga, pero no estaba bien visto que una jovencita anduviera sola por las calles. Estaba mal visto, incluso que dos chiquillas se pasearan por el pueblo sin compañía materna o adulta, pero al hacerlo se sentía una transgresora que se rebelaba contra la sociedad. Tras unos minutos, Melly apareció tras el cortinaje que guardaba la entrada a su hogar exhibiendo las curvas mucho más desarrolladas y pronunciadas de su cuerpo que se marcaban eróticamente bajo un vestido celeste y un recogido a dos trenzas a los laterales de su casco.
Serhae siempre tuvo envidia de Melly, nunca lo hubiera reconocido pero así era. Era más alta y de andares felinos, y a pesar de su tez tostada, fuera de los cánones de belleza aburguesada, llamaba la atención por esa exótica sensualidad que desprendía.
Siguieron la calle hasta la plaza y de allí al camino de tierra que terminaba en la feria. Por el camino, comentaron lo sucedido el día anterior. Las miradas de los chicos, los espectáculos de los feriantes, las ropas, las bagatelas, los zapatos. Entre risas y miradas pícaras, Melly acertó a preguntar por su escapada a última hora.
     Solo fue una tontería –miró traviesa
     ¿Quién es, so golfa? – preguntó burlona
     Que no es nadie.
     Ay qué golfa. –exclamo de manera que casi llegan a oírla el grupo de personas que ya comenzaban a llegar al recinto.
     Chsst, calla por Dios, que te está mirando todo el mundo
     Que miren…-y su pecho se hinchó con orgullo-  bueno… ¿Quién es… vamos dímelo?
     Mira – señaló a una de las carretas bajo la que se había montado un tenderete con una tabla y cuatro tablones cruzados
     Vamos a acercarnos –tiró del brazo de Serhae hacia el endeble puesto tras el que Nauj colocaba los artículos.
     No… no… no… que mi padre me mata.
     Que te va a matar…solo vamos a pasar por delante –se atusó el flequillo con indiferencia.
Subido al carromato, un hombre fornido de aspecto bárbaro sujetó un baúl levantándolo sobre el lateral para dejarlo apontocado en los brazos de su hijo. Éste, al sentir el peso, contrajo todos los músculos de su cuerpo desestabilizándose hacia un costado permitiendo que cediera el baúl junto a su pie. Del golpe dado, el pestillo sin candado, salto de su cierre provocando la apertura de la cubierta, desparramando sobre el suelo todas las cacerolas, cubos y utillaje que había en su interior.
     ¡Me cago en la hostia puta que parió a Dios! –exclamó furioso
     Ten más cuidado hostias – reprendió su padre
     Si es que pesa un huevo
     Pues espabila
     ¿Qué espabile?, manda cojones –murmuró mientras se agachaba a recoger todo cuanto había caído
     Perdone, caballero, ¿Cuánto cuesta ese cucharón? –demandó la rubia que acompañaba a Serhae.
     El grande un cuarto y el pequeño sesenta lenos –respondió sin levantar la mirada de sus bártulos.
     ¿Y el escudo del rey? –preguntó Serhae mientras cogía una pequeña heráldica metálica similar al blasón real.
     Son… -levantó la mirada instintivamente al reconocer la voz – veinte cuartos morena
     Muy caro, tampoco se le parece tanto ¿a que no Melly?
     Imagino que tú lo sabrás hacer mejor
     ¿Lo ha hecho usted?
     Creo recordar que si
     Te doy diez
     ¡Ay la guapas! Cómo sois… -se quedó pensando- te lo cambio –acto seguido se abalanzó sobre la desprevenida muchacha que sin esperárselo recibió un beso en los labios
El tiempo se detuvo, no supo decir cuánto duró, solo notó el cálido aliento del muchacho unido al suyo, acelerando más si cabe los latidos de su corazón. Las pupilas se expandieron buscando el brillo de su mirada y el hormigueo en su vientre descuajaringó su máscara de seguridad.
     ¡Qué haces! – gritó mientras salía de su ensimismamiento y apartaba bruscamente al muchacho.
     Cambiarte mi obra por la tuya. Creo que estamos en paz –y extendió el blasón sobre la mano de la chica
     Deja de tontear que queda mucho… -voceó el bárbaro subido a la carreta.
     Ya voy papá –se giró para seguir con sus quehaceres – ahhh, una cosa, no vayáis a decirle a todo el mundo que hago esto que se me llenaría la venta de mujeres y no quiero tanta clientela –Un guiño travieso zanjó la conversación.
Desnortada e incrédula, cerró el puño y se giró hacia su amiga Melly, quien dicharachera por la situación vista, se afanaba en dejar de reírse burlonamente. El enojo creciente iba ganando terreno al cosquilleo inicial. La había sorprendido, es más, la habían dejado sin palabras, a ella, ella que siempre sabía que decir, ella que siempre sabía cómo comportarse, ella que hacía y deshacía a su antojo y sabía cómo hacer que los demás hicieran. Se sintió derrotada, engañada, los comentarios jocosos que su compañera carcajeaba eran imperceptibles, aire impertinente que le molestaba con cada andar de su figura por el camino de arena. Quiso maquinar una venganza, tal vez hablar mal de sus artículos le enseñaría a no propasarse con una dama como ella, pero no, porque si no vendía no volvería por el pueblo, contaría a su padre lo sucedido y le daría una lección, pero se sentiría culpable si tomaban represalias contra él. Dudaba y cuanto más escudriñaba en su mente más ganas sentía de avergonzarle.
Al pasar junto a una de las cercas que guardaban caballos y potros, se encontró de frente con un muchacho de pelo rizado y oscuro, poco bello en la barba, espaldas amplias y cabeza cuadrada. Los dientes desordenados y picados mostraban una sonrisa desagradable y sucia, pero su musculatura, vigorosa  para su edad, le daba un aspecto embrutecido y afable típico de las gentes del campo.
Cayó entonces en la cuenta. Martilaque se haría pasar por su novio. Se lo pediría con dulzura, sollozaría con sus ojos verdes, suplicaría su favor para ayudar a una chiquilla a la que habían querido mancillar. No podría negarse. Nunca nadie se negaba y mucho menos Martilaque, hijo del cuidador de la hacienda de la Posada. Ese buen muchacho, gallardo como ninguno no se negaría a limpiar su nombre. Sí, esa era la solución, unas tortas bien dadas le quitarían la sonrisa petulante.
     Calla Melly –cortó las peroratas de su amiga – ¡Martil! –llamó la atención del sucio guardián de los equinos.
     ¡Que tal Serhae! ¿Cómo os va bonitas?
     Me ha pasado una cosa… -se lamentó- un muchacho de un puesto me ha besado sin yo poder evitarlo y…
     ¿Cómo?... que descaro tienen estos putos extranjeros. ¿Dónde está? ¿Y tu padre? ¿Aviso a tu padre?
     No, no, gracias Martil, con que alguien le llame la atención si es que puede, porque vaya que le pase algo, mira que el hombre ese está fuerte y tampoco quiero meter en un lío a nadie…
     ¿La atención? Se va a llevar más que eso, ¿Por dónde anda es golfo?
     Allí junto al carro del “pescao”, pero no vayas a ir, que tampoco me siento tan mal… -Su mirada maliciosa se escondía bajo parte de la melena tratando de divisar al rufián que la había estafado.
De un salto, el metro ochenta de cuerpo esculpido a base de horas de labranza, se puso de pie y tras apartar con sus gruesos brazos a la marabunta de gente que ya se arremolinaba por el camino, llegó a la altura de Nauj.
     Tu, caradura.
     ¿Yo? – Miró burlón a los lados.
     Si tu… ¿cómo te atreves a propasarte con la señorita?
     ¿Cuál es la tuya?
     ¿Qué hay más? Te voy a hinchar a palos.
     Estoy seguro de ello –Tras Martilaque, a unos pasos, Melly y Serhae contemplaban la escena entre la fascinación y el desasosiego –Una pregunta antes de que me pegues la paliza que me merezco –según hablaba se movía con pasos lentos hacia la parte posterior de la carreta – Esa señorita de la que hablas ¿Cómo se llama? –dio la espalda al furioso muchacho que percatándose del intento de fuga de Nauj, siguió sus pasos.
     ¿Ni siquiera sabes su nombre? Qué poca vergüenza señor – exclamó – No vayas a tratar de correr so rufián.
     Ni mucho menos señor, estoy convencido que con esas piernas me alcanzaría antes que saliese del pueblo y si no pago por mis fechorías, no seré una buena persona para el Creador, y si no soy una buena persona para el Creador, mi señor padre me pega una hostia que me manda para casa –proseguía con su alegato mientras se alejaba de la zona de la feria hasta llegar a una tienda de campaña triangular de piel de vaca desgastada sobre un llano de hierbajos altos– y la verdad sea dicha, un hombre que se viste por los pies ha de acatar los designios de la ley si es que la ha incumplido, no soy de esos que se escapan si han de pagar, no –llegado un punto entre el muchacho de pelo rizado y la tienda; apenas unos pasos,  se paró y se volvió de frente a su atacante – Bien, debes vengar el honor de la dama y lo entiendo, yo si me lo permites voy a tratar defenderme aunque los dos sabemos que saldré perdiendo, pero en fin, por eso Dios nos hizo diferentes, ¿verdad? para compensar las virtudes de unos y las faltas de otros… -miró fijamente a los ojos de su agresor; los vió excitados casi rabiosos, tomó aire y tensó el cuerpo sin apenas separar sus brazos del cuerpo- ¿cómo dices que se llama la morena a la que he ultrajado?
Con ímpetu colérico se abalanzó sobre el delgaducho crío que frente a él, con aires de pomposidad se había parado. Al instante, un dolor agudo e insoportable que subía por el estómago y se enraizaba desde la entrepierna, partió al muchacho como si de un latigazo se tratara haciéndole llevar sus manos hacia los genitales. Las rodillas se le doblaron por la pérdida de fuerza y toda virilidad guerrera concentró el brío en evitar que escaparan del cuerpo sus órganos más preciados. Tubo conciencia en ese momento, del mango de madera que bajaba desde su fondillo hasta el pie de su víctima donde la cabeza de un azadón se ocultaba bajo un botín renegrido.
     La verdad que ha sido una suerte que estuviera esto aquí –refirió sereno al chaval que se retorcía de dolor mientras le daba unas palmadas en el hombro- Me está afectando incluso a mí, de verdad…
     Hijo puta…. –gritó el de pelo rizado- cabrón, desgraciado, te voy a matar…
     ¿Qué le has hecho? –corrieron a su lado las dos muchachas que permanecían cerca.
     Toma y cálmate, ya mismo se pasa –Sacó del entoldado una botella con un vino claro y amarillento y se la ofreció al doliente –esa zona es muy delicada, mira que es raro que la tengamos ahí colgando… como si nada, yo creo que es por Dios tiene sentido del humor…
     O era bajito y delgaducho como tú –replicó Serhae mientras ayudaba a Martilaque a beber de la botella.
     Mira… eso no se me hubiera ocurrido… -Tomó asiento junto a las dos muchachas y el chaval que comenzaba a reponerse - ¿Estás mejor?
     Debería de partirte la cara… eso ha sido de cobardes y lo sabes – protesto con lágrimas en los ojos.
     No te voy a negar que ha sido una pelea poco corriente, pero injusta del todo… -quiso dar un tonillo desaprobador
     Bueno vale, ya está –zanjó Serhae- tu eres un liante y él un estúpido.
     Pero te besó, hay que…
     Hay nada Martil, siento mucho todo esto y lo de tus… bueno… tus partes…
     Tal vez debas darle un masaje morena
     Y tu tal vez debas de callarte.
     Bueno… señoritas –tras auparse y ponerse de pie hizo un ademán galante- caballero… espero se recupere y volvamos a vernos en otras circunstancias, me encantaría invitarle a una cerveza de trigo en la Posada. –Volvió a galantear sumiso- Un placer.
Serhae se quedó obnubilada y con la vista perdida tras el alejarse del muchacho. Algo, no supo muy bien qué era llamó su atención. Atractivo, no, los había igual o de mayor belleza, era otra cosa, ese acento, esa verborrea, esa confianza… si eso podía ser. No conocía a nadie en las cercanías con aquella arrogancia resuelta. La curiosidad movía sus impulsos y el día se pasó volando. Dudó al querer volver a verle, se enrojecía cuando pensaba en él, y su cuerpo se estremecía cuando escuchaba una voz similar.
Al llegar la tarde, tras una comida frugal en la que su madre preguntó una y otra vez por su aspecto taciturno. Regresó junto a Melly a la Feria. Las reses comenzaron a escasear, las cercas se fueron desmontando y los puestos, que por la mañana bullían de compradores aviesos de tener las últimas creaciones de modistos Antiquareanos, se fueron desperdigando en diferentes carros y carretas que tomaron los caminos del este y el oeste para desocupar aquella vaga que por unos días habitaron.
Buscó con la mirada al muchacho. Buscó su carromato. Buscó el lugar donde habían parado. Incluso se acercó hasta el claro donde estuvo la tienda de campaña. Pero no lo halló por ningún lado. La desesperación y la pena embargaron todo su ser, y la seguridad y confianza de la que hacía gala se desvaneció de un plumazo. Lamentó su soberbia, lamentó la pérdida de tiempo y la mirada verde como albahaca liberó una lágrima simple, pura y cristalina que recorrió la mejilla hasta tocar sus rosados labios.
Por un instante, salió de sí misma y se vió, sola, rodeada de un gentío ajeno que no la percibía y tras la duda se arrepintió. Pero no, por las razones de aquello que sentía, sino por los mismos sentimientos que la embargaban. Era una Bartarez, todos y cada uno de los habitantes de Sadiagla sabían quién era. Llegado el momento podría tener al hombre que quisiera, cualquiera mejor que aquel que se había ido sin despedirse de ella. ¿Quién se creía? Lo que tenía que hacer era encontrarle y decírselo a la cara. Ningún niñato iba a ningunearla.
Con esa convicción se apartó del lado de Melly y corrió cuesta arriba por el sendero de tierra hasta la travesía principal. Optó por tomar dirección oeste y subir la pendiente mientras miraba todos los carros a su paso. En la lejanía, unos botines negros asomaban por el lateral de una carroza y la vitalidad recorrió su cuerpo acelerando el paso hasta alcanzarla.
-¡Tu! –exclamó con la voz entrecortada por el esfuerzo.
De repente, toda la valentía y bravura con la que emprendió la carrera, se desvaneció, al ver al muchacho sujetando un ramo de violetas salpicado con margaritas que balanceaba con la duda del que quiere dejarlo caer.
-Esto era para ti… -manifestó anonadado- creí que te vería antes de irnos pero…
-¡Sehrae! –Gritó
-¿Cómo?
-¡Me llamo Sehrae!
La carreta se alejó dirección al norte camino del puente que cruzaba el Rio Antiguo. Mientras una niña que comenzaba a ser mujer, quedó paralizada entre la tristeza y la alegría, tras la marcha de un niño que comenzaba a ser hombre.

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