Vale venga, necesito desahogarme escribiendo... no sé por dónde empezar, me siento... engañado, inseguro, triste, cabreado. Quisiera coger el teléfono y decirle a "ella" siete burradas, dejarla tan tocada como me siento yo. Reventarla su puta autoestima hasta que desapareciera esa figura de la faz de la tierra. Hacerla llorar, pero llorar de vergüenza y miedo, de pena por lo perdido, de conseguir que se arrepintiera cada minuto de su miserable tiempo. Como cojones se ha atrevido, que fuerte lo que digo. Por eso lo escribo, nunca lo diría en alto, se supone que hay que decir que cerrar los capítulos con caballerosidad, con honra, siendo maduro y responsable y aceptar que la puta vida es asquerosa, es injusta, dañina y joder no me sale, pero imprevisible, si, esa es la puta palabra. Quisiera decirle que solo quiero olvidarla, aunque ambos sabríamos que eso es casi imposible, quisiera gritar y golpear las paredes hasta hacerme sangre porque eso es lo que siento, que me sangra el cerebro y el corazón, y no lo digo figuradamente, lo digo con todo el daño que de cuando en cuando se me derrama de los ojos, putos ojos, maldigo una y mil veces que me lloren por ella, hija de puta, joderrrr..... En serio, cuantas cosas hay peores y peores situaciones y yo aquí, jodido por cambiar mi vida, que encima tenga la suerte de tener una familia cojonuda que está a mi lado, pero no pueden estar alegrándome el día a todas horas. Ni pueden ni debo estar así, ya lo sé...
Solo repaso y repaso la conversación que podría suceder si hablase con “ella”, creo que no es miedo por el que podré decir. Creo que si me desprendo de este odio, la perderé para siempre, y aunque sé que ya no hay nada que hacer, sigue habiendo un resquicio, un algo interno, estúpido en mi recuerdo que se oye de fondo, que sí, que, a lo mejor, que el tiempo, que si hostias en vinagre y mi puta madre en bicicleta. Espero que escribiéndolo salga, me parece que dicen que cuando le pones cuerpo a un sentimiento, éste cobra forma y puedes expulsarlo mejor. No tengo ni puta idea, tan listo como me creo. Me cago en Dios siete millones de veces, que soy yo el que se ha ido, ha cambiado su vida entera, por no enfrentarme, porque … que cojones, porque no quería enfrentarme a la realidad y no podía soportar quedarme en esa casa, ni con ella ni sin ella. Porque soy un gilipollas estoico y caballeresco de ocho cuartos con “honor” o lo que cojones pueda significar eso.
Imagino que está allí en la casa, mi casa, pero era nuestra casa, aunque creo si echo la vista atrás que nunca la sintió como suya y eso me duele aún más. Lo intenté, de veras que lo intenté que la sintiera suya, que no dudara ni un segunda que aquel era su espacio, que nadie la podría echar, y a la vista está que incluso ahora quisiera que estuviera allí, pero no puede ser. Debe marcharse, tengo que cortar los lazos, porque ella no ha querido tenerlos conmigo y se perfectamente lo triste que es la vida con alguien a quien no quieres, y no puedo permitirlo. Otra vez el puto caballero andante de las películas, o como Gladiator que se pone a dar el poder al senado romano mientras se muere. Joder, ya sé porque me gusta tanto esa puta película, que estoicidad, que saber morirse coño, que música de fondo mientras es recordado como el tío más cojonudo de la historia clásica. Máximo Decimo, padre de un hijo asesinado, marido de una mujer asesina que alcanzará su venganza en esta vida o en la otra. Cojones, “un tonto cualquiera”, gilipollas con el corazón roto, payaso que se creía Sherlock, que no tendrá venganza ni en esta vida ni en la otra porque ni puede ni quiere. Me falta una canción de Enya para que se burlen de mi aún más. ¿Quiénes? Yo que se... mis distintas personalidades que luchan dentro de mí.
Y en verdad creo que solo tengo miedo al devenir, al que será, que conseguiré, mis logros, a la vida sola porque nadie me aguante, eso es lo que he aprendido de esta relación, la duda, el miedo, la mierda de autoestima que me queda y que pega bocanadas en el agua mientras se hunde. Ni un mérito que pueda echarme como flotador. Creo que, aunque lo haya, no lo quiero, y como Máximo, morir despacito, sin hacer ruido, mientras el que mira desde fuera se le cae una lagrimita por ese héroe estoico y de masculinidad tóxica, incapaz de llorar en condiciones y con rabia y miedo contenida todo el tiempo.
Oigo que lo suyo es conocerse uno mismo, aprender a vivir, aceptarse y disfrutar consigo mismo. Pero que mierdas son esas, de verdad, que cojones significa eso. En qué cojones pensaba la persona que dijo esa solemne estupidez. ¿Yo me hablo sólo? ¿Yo me doy una palmadita en la espalda cuando estoy mal? ¿yo me hago reír a mí mismo, me doy un abrazo, una sonrisa cómplice, me cuento una tontería solo por hacerme reír? No, en serio, somos seres sociables cojones, necesitamos de gente para ser, genéticamente estamos hechos para andar en comunidad y somos lo que somos por la gente a nuestro alrededor y las circunstancias y decisiones que tomamos por y para la comunidad. Un sujeto solo, aislado, no es más que su acerbo genético y sus decisiones. Un sujeto solo, no puede compartir, no puede participar de la sociedad, aunque crea que lo haga, si sólo es por su bien individual. No estoy diciendo que no se puede vivir sin pareja, que la mayoría leéis tres líneas y se os ofusca el cerebro, joder, solo digo que cuando tienes un círculo, una meta, una pequeñita comunidad y te echan de ella, te sientes como el perro abandonado que empieza a moverse por callejones oscuros sin saber muy bien como hay llegado allí, qué tiene que hacer, si era culpa suya, que hará ahora, donde comerá, donde se cobijará, que necesidad había de llegar a ese sitio si casi mejor hubiera sido que no le adoptaran de primeras.
Ese perrillo casero, torpón y cariñoso, va a seguir adelante, por supuesto, por oscuro que sea el callejón, por frías que sean las noches, y por húmedos que sean los días de lluvia, seguirá y seguirá, caerá agotado y volverá a levantarse, llorará lastimeramente, será herido varias veces, sobrevivirá con lo que vaya cogiendo, robando y las migajas que le tiren, se asalvajará y poco a poco se adentrará en ese mundo individualista y contumaz hasta que un día, sólo el tiempo lo hará ser así, morderá sin darse cuenta una mano amiga que quiera acogerle.
Vaya fábula ehh... Un puto perrillo en un callejón, y, sin embargo, por suerte, tengo casa, amigos y familia que me quiere. Que cojones lo de los escritores, si es que en algún párrafo de aquí lo he parecido. Ni perrillos, ni Gladiators ni Bukowskis. Solo un estúpido ser sintiente, abatido y deprimente que encima le sienta mal beber demasiado.
Al final, creo que todos queremos la estabilidad, la tranquilidad del horario, el desayuno, el trabajo y el beso en la puerta con un “echa buen día”. Por eso las noches son tan malas, porque no despiertas con un “buenos días”.
Ya, ya se, que no todo el mundo es igual, que habrá quien disfrute la jodida independencia hedonista, y me parece bien, no lo juzgo ni lo critico y mi nihilismo me impide siquiera preocuparme por la gente así. Pero en el fondo, todos queremos ser amados, caernos y aun sabiendo que solitos nos podemos levantar, nos ayuden a hacerlo, que nos suban la autoestima con la gratuidad que solo tiene la sincera mirada confidente.
Si no, para que cojones estamos aquí, no hay sentido ninguno, somos solo una amalgama de células y procesos químicos que nacen, crecen, se reproducen y mueren. El sentido, si es que lo hay, cosa que dudo, solo empieza a importar si es para alguien, ni siquiera para nosotros mismos.
Que sí, que mucha filosofía básica y rimbombante en un párrafo, que no soy nadie, para decirte qué, cómo y cuándo, ni de donde somos, ni de dónde venimos ni a donde vamos. Que solo escribo para desahogarme entre palabras que seguramente tengan más sentido para mi yo borracho que para cualquier otro. Y sin embargo puede que incluso te sientas identificado en algún pedazo. Pues no, no lo he hecho por ti, ni por “ella”, ni siquiera por mi yo de ahora mismo. Escribo para que cuando pasen los días entienda cómo me sentía, como quería romper puertas y ventanas o derribar paredes. Y decirle que es normal, que le han jodido, y que las heridas ajenas por feas o peores que sean no duelen tanto como las heriditas propias. Que sea fuerte, que se desintoxique como del tabaco, que aprenda a vivir sabiendo que posiblemente sea un adicto toda su vida, a lo que fue y a lo que no pudo ser. Que si hubo traición, al menos no le mataron, que, si hubo mala fe, no dejes de confiar en los pocos que merezcan la pena, porque haberlos haylos, que si tienes la suerte de ser recogido antes de asalvajarse procura no devolver la moneda a quien no te la dio.
En cualquier caso, no tengo más que decirle a “ella”, seguramente y por muy buena voluntad que tuviese, nada de lo que dijera sería percibido como bueno para mí, y para desgracia de los dos, no sabría decirle nada bueno a “ella” aunque lo hubiera. Porque, parafraseando a Sabina, “el amor cuando no muere mata... porque amores que matan nunca mueren”